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Diego Boneta se despide del personaje con los seis capítulos finales de la serie sobre el cantante mexicano, que llegaron este jueves a la plataforma
La primera temporada, estrenada en 2018, reavivó el fuego y puso a todo un continente a hablar, otra vez, de una estrella tan admirada como escandalosa. De repente, el misterio en torno a la vida de Luis Miguel comenzó a develarse capa por capa, y los medios de prensa le dedicaron (le dedicamos) notas con frecuencia semanal: las versiones sobre la desaparición de su madre, la actualidad de sus hermanos, el rostro real de su primer amor y así.
Pandemia mediante, la segunda temporada llegó este año para continuar con el relato biográfico (y ficcionalizado) de la historia del Sol de México, con una nueva tanda de polémicas. Hubo denuncias, enojos y descargos, sobre todo de la hija de Luismi, Michelle Salas, que entró en el juego.
El 30 de mayo, con el lanzamiento del final de ciclo, se anunció que Luis Miguel. La serie tendría una temporada más, que sería la definitiva. Nadie imaginó que llegaría tan pronto, pero Netflix sorprendió y la informó para octubre. La estrenó este jueves, de manera completa: son solo seis episodios que dan cierre al relato digno de culebrón.
El regreso va otra vez por la convivencia de dos líneas temporales centrales (y puede haber algún otro salto) que, para el caso, son la de mediados de los noventa y la de 2017. En la primera, el cantante acaba de participar del homenaje a Frank Sinatra, y se dispone a conquistar a la popstar Mariah Carey (Jade Ewen). En la segunda, atraviesa su peor momento entre el alcohol, la soledad y las urgencias.
En ambos lados está Diego Boneta, que ha demostrado un compromiso actoral notable con la causa Luis Miguel. Le puso el cuerpo a las escenas y la voz a cada una de las canciones (en los tonos originales), y logró una interpretación impecable en el decir, en la gesticulación y en la forma de poner el cuerpo en el escenario en distintos períodos del artista.
Su exigencia creció a medida que las líneas temporales se distanciaron y en eso, la nueva temporada es contundente. Un primer episodio en el que encarna con solvencia versiones opuestas (el que pudo ver El País antes del estreno), ya es prueba.
Por un lado, Boneta es el galán lleno de encanto, que esconde, tras un halo de soberbia, la fragilidad de un ego que sale herido ante la mínima rispidez. El Luis Miguel de la juventud y el apogeo traga la rabia y mantiene intacta la sonrisa, el jopo en el pelo, el porte.
Del otro, es el ermitaño que vive en modo noche aún cuando la luz del pleno día cae sobre los ventanales de su mansión. En el cuadro no faltan la bata satinada, la copa de vino y la novia joven con la que pasa el tiempo en un vínculo carnal que es más distracción que entrega. El Luis Miguel de hace unos años, en la versión de la serie, está tan desconectado de su presente que cuando una visita inesperada le interrumpe una relación sexual, lo primero que hace es perfumarse con el dispensador que tuvo en la mano todo el tiempo. Tiene los ojos tristes y hundidos.
Las heridas familiares, el romance de alto perfil y extrema competencia con Mariah Carey, las tensiones con sus equipos de trabajo y los problemas financieros son parte de los conflictos que, era de esperar, atiende la temporada. Tampoco faltan el período de mariachis ni la aclaración de identidad de Joe Pérez, el personaje de Juan Ignacio Cane que la mayoría tomó por “porteño”. Era uruguayo —el propio actor se lo había dicho a El País— y hay algún “bo” que lo reafirma.
Se mantienen, además, la estética impecable y el uso literal de una música incidental que acentúa cada emoción referida. Y, por encima de todo, queda Boneta con su trabajo.
Esta es una serie sobre Luis Miguel y es una serie que en su gran mayoría se sostiene en el trabajo del actor mexicano, que en la previa a este lanzamiento dijo, en charla con el canal argentino TN, que la tercera era su temporada favorita. “Esto es lo más difícil que he hecho en mi carrera, por mucho”, declaró y se nota.
También resaltó su admiración por Luis Miguel, el verdadero, por su gesto de abrirse y exponer sus oscuridades en una producción global.
Y por ahí pasa el principal cambio de la serie. A lo largo de las temporadas, el arco narrativo permitió recrudecer de forma gradual la personalidad de su figura central, que llega al desenlace a pura hosquedad y apatía. En esas condiciones está cuando enfrenta su última gran crisis financiera (por la demanda que Alejandro Fernández le hizo en 2016 tras cancelar una gira conjunta). En la historia real, la serie biográfica fue una posible salida de aprietos, y aquí se lo cuenta en clave de metalenguaje.
“Digan la verdad y pongan todo”, exige el protagonista en la recreación de una de las primeras charlas de camino a esta producción. Y habilita, con eso, una pieza clave de la temporada: la redención de Luisito Rey.
Óscar Jaenada y Anna Favella vuelven a encarnar a los padres de “Micky”, Luisito Rey y Marcela Basteri. El regreso es a través de flashbacks que ubican al espectador en el origen mismo de esta historia, el descubrimiento del talento de una de las mayores estrellas de la música latinoamericana. Es la estrategia para completar el círculo de amores y odios que al final deja, o eso intenta, al gran villano en un mejor lugar: el del responsable de haberle dado a Luis Miguel el camino de la música, que sería refugio, familia, amor.
Y sería, también, la esencia de una serie que lo volvió a poner en la cima, conquistó a la audiencia y se despidió, dejando a los posibles nuevos capítulos en manos de la vida real.