RESEÑA
La miniserie argentina con Laura Novoa y Jorge Marrale se estrenó este domingo en HBO Max, y ofrece otra mirada al asesinato de María Marta García Belsunce.
En algún momento de María Marta, el crimen del country se dice que la opinión pública está “ávida de casos apasionantes”. El concepto refiere a la sociedad de la época, el termómetro de comienzos de milenio y la forma en la que se rodeaba, por entonces, a uno de los casos más sonados de la historia criminal argentina. Y aplica a la actualidad: nada más que eso —la avidez por los casos apasionantes— para justificar el estreno de la nueva miniserie de HBO Max.
El asesinato de María Marta García Belsunce, ocurrido el 27 de octubre de 2002 en un country de Buenos Aires, continúa sin resolverse y acaba de dar inicio a un tercer juicio. El principal sospechoso es Nicolás Pachelo, quien vivía en el country y lleva cuatro años preso por robos en barrios privados. Lo acusan a él y a dos ex empleados de seguridad del lugar: los tres habrían entrado a robar la casa de los García Belsunce y allí los habría sorprendido María Marta, con desenlace fatal.
Netflix ya ahondó allí y con gran éxito en la serie documental Carmel: ¿quién mató a María Marta? que fue, con su estreno en 2020, uno de los fenómenos regionales de la temporada. Pero el entusiasmo sostenido por el universo del true crime en el streaming, la vigencia del caso y los acontecimientos en sí, no iban a agotarse en ese título.
HBO tomó entonces la posta de la ficción, y decidió recrear los hechos en una serie que se toma alguna licencia creativa, aunque sin correr mayores riesgos en el guion.
María Marta, el crimen del country, se estrenó este domingo de manera completa en HBO Max. Los ocho episodios, de un promedio de 40 minutos cada uno, están disponibles.
Y allí están todos los inverosímiles detalles que los más interesados por el caso conocerán de memoria. El resumen dice que un hombre, Carlos Carrascosa, encontró a su esposa, María Marta García Belsunce, caída en una bañera con agua y con pérdida de sangre. El hombre llamó a la emergencia y aseguró que la mujer había sufrido un accidente y estaba “como ahogada”. Ese día, por ese baño, pasaron varios médicos, muchos familiares, una masajista que limpió la escena y hasta un fiscal, Diego Molina Pico. Nadie pensó en un homicidio.
Después vino una partida de defunción con una causa de muerte equivocada —paro cardiorrespiratorio—, una autopsia y el hallazgo definitorio: seis heridas de bala y cinco proyectiles. El sexto resultaría ser el famoso “pituto” que John Hurtig, hermano de la víctima, encontró junto al cuerpo sin vida y terminó tirando al inodoro.
Carrascosa estuvo preso siete años y hubo familiares condenados, y luego sobreseídos, por encubrimiento.
Todo es parte de la historia que acá escribieron Martín Méndez y Germán Loza, dirige Daniela Goggi (Abzurdah, El hilo rojo), y tiene un elenco formidable. Todo, salvo algunos nombres de la realidad y salvo la novedad: María Marta, el crimen del country imagina cómo vivieron el caso los principales implicados y sigue diferentes hipótesis conocidas, sin apostar por grandes construcciones ficticias ni mayor riesgo de recursos.
No contesta preguntas —no es su objetivo—, pero tampoco abre interrogantes nuevas: más bien reaviva el fuego de las de siempre. Esas que hacen a un caso apasionante.
Actores, tono y búsquedas de la serie
Abstraída de los antecedentes y la historia tantas veces contada, María Marta, el crimen del country funciona. Concisa y concreta, pareja en su ritmo, con un buen manejo del ida y vuelta en las líneas temporales, tiene en lo actoral a una de sus mayores virtudes.
Si en Carmel se hacían recreaciones con una María Marta sin frente ni rostro, representada en piernas e imágenes frontales, acá el desafío de la mujer del título lo asume Laura Novoa. Las primeras fotos y avances ya daban cuenta de un notable trabajo en la composición física del personaje, pero la serie sorprende con una cantidad importante de escenas en las que la cámara no le da tregua a esa María Marta sin vida.
“Fueron muchas horas de componer una persona que ya no estaba. Y tenía que poner algo en ese no estar. Mantenerme inmóvil, pero no ausente, mientras todo se mueve alrededor. Estar sin estar. Pero María Marta está presente, sigue presente. Intenté eso”, dijo Novoa a La Nación. Lo logró.
Mucho mayor es la participación de Jorge Marrale como Carlos Carrascosa, otro enorme acierto del casting. Marrale, uno de los grandes actores argentinos, sostiene con el cuerpo cambiado, con la modulación de la voz, con el cigarrillo siempre encendido y con la mirada todos esos matices y todas las dualidades que su papel exige. Los capítulos terminan con el foco en él y eso habla de algunas intenciones de la serie, que no se compromete con ninguna hipótesis y sobrevuela todas, ligeramente y a la vez.
Mike Amigorena se pone en la piel del fiscal que acá se llama Marcos Del Río y que se ve y suena como Diego Molina Pico. El ejercicio de enfrentar a este de la ficción con el verdadero, tan protagonista en Carmel, confirma otra firme interpretación.
Nicolás Francella cumple con lo que el temperamento de Centeno (el Pachelo de la realidad) demanda, y entre otras presencias importantes están Muriel Santa Ana y Valeria Lois como dos investigadoras amateur, obsesionadas con la idea de dar una difusión más imparcial que la de la prensa. Aportan, ellas, algo de frescura y, al final, mucho de la contradicción que ha rodeado al caso.
Carlos Belloso, Esteban Bigliardi, Ana Celentano, Guillermo Arengo y Arturo Bonín complementan el núcleo duro de un elenco a la altura de las exigencias. Sus composiciones de los personajes reales que están a un click de distancia de ser revisados y revisitados es verosímil y sólida.
Todos sus aportes funcionan en una serie —un policial hecho y derecho— que a veces quiere sugerir algo más, que a veces amaga con abrir puertas, pero que reduce el impulso al detalle sutil que decora una reconstrucción tirando a benevolente con una familia que siempre estuvo en la mira.
Al final, algunas tomas subrayan la pregunta de si es posible que en una casa con tantas ventanas, en un barrio con tantas cámaras, nadie haya visto nada de lo que ocurrió. La serie no da esa ni ninguna otra respuesta: le da, con buenas herramientas bien aplicadas, una vida más a una historia sin fin. De esas que confirman que, para la opinión pública, no hay nada como un caso apasionante.