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La serie más importante de Netflix estrenó el viernes el gran final de su cuarta y penúltima temporada, con dos episodios llenos de drama.
Si no fuera porque es un fenómeno del streaming, y porque a Netflix nunca pareció quitarle mucho el sueño la conquista del espacio cine propiamente dicho, el último capítulo de la cuarta temporada de Stranger Things, si no toda la temporada, merecía verse en salas. No porque esto sea “cine” —lo que algunos entienden por cine, aunque por qué no—, sino porque a tanto despliegue de colores, efectos y espectacularidad, las pocas pulgadas de cualquier monitor le quedan chicas.
En algún lugar los hermanos Duffer, los creadores de esta historia, pueden haberlo tenido presente y de ahí que, a la cuarta temporada de la serie más grande de Netflix, le hayan puesto tanto. Capitalizaron el tiempo extra de trabajo (cortesía de la pandemia) en cada detalle de una producción mayúscula, y la presentaron en forma de nueve capítulos, todos con duración de largometraje.
Y para completar la narrativa iniciada con siete episodios que, en el acumulado, superaban las nueve horas, el viernes se estrenó el volumen dos, el equivalente a apenas dos episodios enormes: de una hora y media el primero, de casi dos horas y media el último. Para los fanáticos habrá valido cada minuto recorrido.
La extensión permitió la construcción de grandes escenas, la mayoría acumuladas en el último capítulo. Allí se desarrolló la batalla entre Eleven (Millie Bobby Brown) y el mayor villano de todos los tiempos, Vecna (el recién incorporado Jamie Campbell Bower), y el correspondiente enfrentamiento entre cada subgrupo —unos en Rusia, otros en Hawkins— y cada criatura siniestra. Hubo duelos con espadas, un lanzallamas a toda máquina y una secuencia salida directamente de Dungeons & Dragons.
La épica y el drama lo envolvieron todo en tonos rojos, dorados, azules y negros, y aunque el crecimiento fue constante, la serie parece haberse guardado el climax (o el apocalipsis) para la quinta y última temporada, aún sin fecha de estreno. En los nuevos capítulos no apareció la violencia esperada: mientras que el primer volumen estuvo ganado por el terror, al segundo lo inundó esa sensación de estar, siempre, en lucha contra lo imposible, con “Separate Ways (Worlds Apart)” de Journey y “Master of Puppets” de Metallica marcando el tono.
El himno de Metallica, sobre todo, tiene una presencia como para desbancar a “Running Up That Hill”, el clásico de Kate Bush que en el último par de meses arrasó con las listas de éxitos. “Master of Puppets” acompaña uno de los mejores montajes en Hawkins, y aporta un vértigo que deja al espectador al borde de la silla.
Así, Stranger Things 4 sirvió como historia de origen —para el Otro Lado, la dimensión paralela que amenaza a Hawkins, y su amo—, y a medida que ofreció respuestas, le dio a Eleven las herramientas para liberarse de ciertas ataduras, pero nunca del sufrimiento, a pesar de que algunos esperados reencuentros pusieron un manto de alivio a la tensión.
Todo eso, los Duffer lo harán decantar en un final con la exigencia de estar a la altura de las circunstancias. Y en eso están concentrados: Joe Keery, el actor que interpreta a Steve, adelantó a Esquire que los creadores pretenden ofrecer “una recompensa emocional”, que amortigue tantos sinsabores. La aventura ochentosa, fantástica y gigante lo amerita.