"Terminator Zero" es otro acierto animado de Netflix, y revitaliza a la franquicia que arrancó en 1984

La historia esta vez se traslada a Japón y narra las aventuras de quienes tienen que salvarse de las intenciones asesinas del robot modelo T-800.

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Una nueva entrada al universo creado por James Cameron y Gale Ann Hurd: "Terminator Zero".
Imagen: Netflix.

Luego de varios intentos artísticamente fallidos de mantener vigente esta franquicia (más allá de que "Terminator Salvación", 2009, tiene cierto brilloso vigor), los dueños de la marca decidieron darle una oportunidad a Netflix para que hiciera una serie animada en torno a la premisa original de esta historia: en un futuro donde las máquinas dominan el mundo pero no pueden deshacerse por completo de los humanos, mandan al pasado a uno de sus asesinos para matar a la madre de quien será, cuando crezca, el líder de la resistencia humana.

La resistencia hace lo propio, y envía al pasado a alguien para detener ese asesinato. Acá, la trama es un poco más complicada que lo que da a entender esa premisa.

Quién sabe las razones últimas que habrán tenido los propietarios de la marca para dejar que Netflix se inmiscuyera en ella y encima con una serie de animación, pero uno de los argumentos tiene que haber sido los logros de la plataforma en cuanto a producciones animadas.

Con series como "Arcane" y "Samurai de ojos azules", Netflix demostró no solo que la animación puede ser tan compleja y entretenida como cualquier película. También demostró expertise para asociarse con estudios de animación que descollan en su metier.

En el caso de "Arcane", fue con un estudio francés —Fortiche— que le dio a la serie un aire estético medio steampunk (atención: se viene la segunda temporada de esa serie).

Para "Samurai de ojos azules" se eligió a otro estudio francés —Blue Spirit— que tal vez deliberadamente buscó que parte de la estética de la serie no solo se asemejara a las mejores producciones de la época 2D de Disney (como "Mulan", 1998, por ejemplo), sino que la superara ampliamente, algo que logró.

También en este caso —la animación corre por cuenta del estudio japonés Production IG, que entre sus muchas producciones tiene a la ya clásica Ghost In The Shell, 1995—, se trata de una experiencia visual fuera de lo común.

La idea rectora parece haber sido apostar por las coordenadas del animé, pero si alguien piensa que ese rótulo lo va a llevar a una animación al estilo de "Supercampeones", "Dragon Ball Z", "Pokemon" u otra de las tantas series japonesas que en algún momento pasaron por la pantalla de televisión abierta, está muy equivocado.

Acá no hubo exigencias de producir de manera constante y rápida, algo que necesariamente lleva a una animación en la cual se prioriza lo más básico y primordial, para que todo se entienda enseguida, sin otro desafío que el de mirar y oír.

Con más holgura que los ritmos que antes imponía la televisión, la gente de IG Production bajo la batuta del director Masashi Kudo se da unos cuantos lujos. Como por ejemplo colorear las sombras que se producen en los rostros de los personajes cuando están iluminados desde el costado no con un negro o un gris, que sería algo más “realista”. En vez, esas sombras son en colores casi brillantes, lo que descoloca y fascina en partes iguales.

Otro logro de la animación son las secuencias de acción (en el piloto hay una persecución que no le envidiaría nada a las que supo hacer James Cameron, director de las primeras dos películas sobre Terminator).

Ese despliegue visual es lo mejor de Terminator Zero. Y no es que la trama le vaya muy atrás. Acá se cuenta una historia ambientada en Japón, y la única alusión a lo que se narra en las varias películas de Hollywood es el nombre de la inteligencia artificial que un día de 1997 decide exterminarnos: Skynet.

Ese desvío radical de lo que hasta ahora era parte integral de Terminator es refrescante (por suerte no tenemos que volver a encontrarnos con Sarah o John Connor), y probablemente el Zero del título indique cierta intención de “rebootear” esta historia. Veremos.

La única objeción de esta estupenda miniserie también viene, también, por el lado de la trama. Las disquisiciones existenciales que suelen aparecer por primera vez en la adolescencia tienen a veces (solo a veces) algo de la misma confusión característica de esa etapa de la vida. Con todo, es una objeción menor. Es probable que cuando Mattson Tomlin se afiance como showrunner logre enfocar nítidamente el potencial narrativo que aquí presenta.

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