El ritmo de la marcha camión suena en el tímpano de Fernando "Sapito" Laforia (37) desde que nació. Se crio entre ensayos y tablados, viendo a su padre Luis "Sapo" Laforia despeinar auditorios con su potente voz. La murga es para él un lenguaje, un estilo de vida, y algo tan cotidiano que de chico no anhelaba subirse al escenario. Soñaba con ser futbolista, y lo logró. Llegó a Primera División, y hasta jugó en el exterior, pero la murga estaba arraigada en su esencia, y cuando se le despertó el bichito no hubo marcha atrás: dejó dos veces los guantes (era arquero) por la purpurina.
Por estos días atraviesa dos duelos: en diciembre de 2023 se retiró del fútbol y en agosto de 2024 falleció su padre. Ambos episodios lo impulsaron a volver, y este Carnaval 2025 saldrá en Doña Bastarda, igual que en 2020. "Necesito cantar para conectar mucho más con mi padre", confiesa Laforia a El País.
Sobre sus pasiones, las idas y vueltas entre el fútbol y Momo, el legado familiar y las ganas de cantar para poder sentir más cerca a su padre va este emotivo diálogo con El País.
Laforia entre la pelota y Dios Momo
Laforia padre mandaba a hacer trajes en miniatura para Fernando y su hermano Damián, y no se perdían ni una sola noche de tablado. Al "Sapito" lo deslumbraban los trajes coloridos, los magníficos gorros y, sobre todo la sonoridad única de la murga de antaño. Ese sonido quedó grabado en su memoria, y cada vez que escucha un timbre similar se le eriza la piel, y lo transporta inmediatamente a su niñez.
Le cuesta rescatar un primer recuerdo asociado a Momo, aunque evoca aquel Carnaval 1998 que su padre salió en Saltimbanquis y perdieron con Contrafarsa: "Tenía 11 años, el club era tremenda fiesta porque la murga estaba bien y minutos antes de que dieran los fallos veías vibras raras, y se pinchó todo".
El fútbol es otra pasión que tiene arraigada y, al igual que el Carnaval, es heredada (su madre es periodista deportiva y aunque nunca ejerció, mira fútbol todo el día), pero no impuesta.
"Tengo las dos y nadie me inculcó nada. Jugaba al fútbol y me acompañaban. De noche iba con mi padre al ensayo y mientras ellos cantaban, yo jugaba a la pelota, pero inconscientemente te entra lo que está sucediendo. Y cuando crecés, no tenés idea por qué te sabés esa letra de Saltimbanquis del 74", dice sobre sus dos amores.
Nadie le enseñó a tocar el bombo, platillo y redoblante, aprendió por compartir el espacio: se aburría de patear la pelota, se sentaba al lado los murguistas, los observaba tocar, y absorbía como una esponja.
Lo primero que apareció en su vida, en cambio, fue el deseo de ser futbolista. Es que la murga para Laforia era cosa de todos los días, y el fútbol lo sentía un sueño más lejano. Curtió Murga Joven y Carnaval de las Promesas, mientras hacía en inferiores, hasta que con 17 años le hicieron elegir entre cantar y jugar al fútbol, y se aferró a los guantes.
La murga, su respiro
Al crecer, las dos pasiones se emparejaron y se encontró en una encrucijada. Así, con 24 años, y en lo mejor de su carrera, empezaron las idas y vueltas con el fútbol. Es que este deporte, dice, te desencanta con la misma facilidad que te enamora.
"Siempre lo tuve presente y un día se me prendió la lamparita: llegaba Carnaval y sufría. Todo el mundo me decía, 'estás haciendo pretemporada, estás jugando al fútbol', y yo quería estar en el Teatro de Verano", confiesa.
La primera vez que abandonó el fútbol por salir en Carnaval tenía 24 años y todo el mundo lo cuestionó, pero no le importó. No fue un acto de rebeldía, sino su válvula de escape: "Se me cayó un pase para irme a jugar al exterior, fui a Wanderers y no jugué. Tenía ganas de cambiar y probar otra cosa. 'No quiero más esto, dame un respiro', y fui a cantar", cuenta.
En medio de esa crisis apareció una invitación de Asaltantes con Patentes: la murga le ofrecía sumarse a una gira por Argentina y aprovechó su licencia para ir. La experiencia lo deslumbró, volvió con el chip de Momo y en 2014 debutó en el Carnaval mayor con Garufa.
—¿Qué te decía tu padre?
—Siempre me apoyó. Le preocupaba el tema económico y me decía que el fútbol me podía dar ese sostén. Pero cuando a tu cabeza eso ya no le interesa, querés vivir un poco la vida. El fútbol te limita un montón. Cuando le explicaba eso, mi viejo me entendía, más bohemio que él no había nadie.
Una vez que se le activó lamparita fue muy difícil desconectarla. En 2015 salió en Don Timoteo, en 2016 volvió a Garufa, en el medio jugó en Atenas de San Carlos, logró el ascenso, y nuevamente, dio un paso al costado para salir en La Gran Muñeca.
En el afán por forjar su propio estilo, evitó pedirle consejos a su padre: "Es un tema ser 'el hijo de'. Siempre aclaro en las murgas donde voy: 'No soy mi padre ni lo voy a ser nunca'. Él era una bestia cantando. Yo puedo cantar bien, mal pero soy totalmente distinto", se sincera.
Luego del Carnaval 2018, cuenta, decidió volver a Atenas consciente de que le quedaban pocos años en el fútbol y quería disfrutarlos a pleno. Al poco tiempo lo vendieron a Bolivar y al retornar de La Paz, en 2020, salió en Doña Bastarda. Luego militó en Rampla, Miramar, y en diciembre de 2023 se retiró en Wanderers.
Cantar para sanar
Si bien el retiro era una decisión tomada, el cuerpo y las emociones de Laforia están acoplándose a la nueva realidad. Hoy entrena arqueros juveniles en Liverpool, está en una empresa de representación de jugadores, armó el canal de Youtube Salva Cabeza TV, y ensaya con La Bastarda.
"Al principio me costó muchísimo porque sentía que me faltaba algo pero estoy haciendo proyectos que el fútbol no me permitía", dice.
El plan de volver a salir en Carnaval estuvo latente desde que colgó los botines porque la murga es su lugar en el mundo. Sin embargo, la invitación de Doña Bastarda, una murga que adora, cobró mucho más sentido después de agosto de 2024, con la pérdida de su padre.
Aceptó volver convencido de que la fiesta popular más larga del mundo lo ayudará a transitar el duelo. "Quiero tranquilidad y disfrutar para poder sanar y conectar. No sé dónde, pero sé que mi padre va a estar presente cuando cante", reflexiona. Cada noche de febrero, cuando se pinte la cara para recorrer tablados y cantar retiradas, repetirá agradecido, 'esto se lo debo a mi viejo'. Y el legado se mantendrá intacto.
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