Justino Zavala Muniz mira desde un retrato pintado por Arzadun en la oficina que Gabriel Calderón deberá abandonar el 31 de enero cuando deje de ser el director de la Comedia Nacional, la compañía que Zavala Muniz fundó y que Carlderón lideró por tres años.
Ahora este despacho —desordenadísimo de tanto trabajo y con unos cuadros hermosos en las paredes, incluyendo un dibujito de García Lorca y un montón de afiches— va a ser ocupado porJosé Miguel Onaindia, quien fue presentado hace 10 días y ya estaba vinculado al elenco oficial.
Calderón está contento con la tarea realizada y aunque no lo parezca (es un conversador torrencial y entusiasta) debe estar cansado.
No es para menos, en estos tres años, la Comedia Nacional pareció estar más presente que nunca en la conversación cultural con espectáculos tan notorios como Macondo, un Frankenstein en la Facultad de Medicina, su versión de El público de García Lorca dirigida por la española Marta Pazos, La gayina sobre Quiroga por Adrián Caetano o Todos pájaros de Wajdi Mouawad, una de las dos obras que dirigió Roxana Blanco; la lista es parcial y cada uno puede completarla con sus favoritas. Muchas tuvieron todas sus funciones agotadas.
No va poder, igual, descansar mucho: tiene programados estrenos como dramaturgo y director de acá a 2026 en Europa y alguna sorpresa en Uruguay.
Como en una suerte de balance involuntario y con la mirada atenta de Zavala Muniz, Calderón habló de algunas de esas cosas con El País.
—Cuando la Comedia estrenaba la primera obra de su administración, usted le decíaa El País: “Mi sueño era trabajar en Montevideo, en la compañía con mejores condiciones y agrandar oportunidades para que otros jóvenes tengan la oportunidad que tuve cuando era joven. Tengo tres años para hacerlo”. ¿Lo consiguió?
-Evidentemente por elegancia no me corresponde decirlo a mí, pero está bueno ese recuerdo y que la gente nos diga si lo conseguimos. Tengo cierta noción, pero como no siempre te vienen a decir que algo está mal, la idea que tenemos es que conseguimos mucho. Lo que sí siento es que la Comedia se agrandó en la mente de la gente, de la ciudad. Eso es inmedible porque aunque los guarismos de espectadores subieron, no en la proporción que siento que se agrandó la compañía. Muchas veces gente que me saluda y que no conozco, me dice “Gabriel me encanta lo que estás haciendo en la Comedia Nacional”. Y cuando les pregunto qué obra vinieron a ver, me contestan: “No pude ir todavía”. ¡No vinieron pero hay algo que está pasando que les encanta, que les gusta, que lo perciben! Eso es importante. La compañía no puede crecer mucho más porque tiene los mismos lugares que tenía antes. Vienen 50.000, 60.000 espectadores por año y si agotáramos todas las funciones serían 70.000. Y tampoco puede crecer porque no tiene más salas, ni días, ni capacidad de más producción. Donde sí podía crecer era en que la gente empezara a sentir que tenía que ir al teatro, que estaba pasando algo. Eso está sucediendo y me gusta.
-¿Y en cuestiones más concretas?
-Creíamos que había que recuperar las becas y lo hicimos, al punto que ya quedó instalado para la gestión de José Miguel Onaindia. Son seis becarios jóvenes que se integran a la compañía y están profesionalizándose todo el año en la Comedia Nacional, cobran su sueldo y hacen sus aportes. El jueves se celebraron los 75 años de la EMAD y publicamos la primera generación de becarios y ahí estaba, por ejemplo, Estela Medina. Así que no inventamos nada: solo recuperamos algo importante. También estuvieron las coproducciones con el teatro independiente que fueron parte de agrandar la visión que se tenía de trabajar con la Comedia Nacional. Dejar claro que no hay solo una manera -entrar y quedarte- sino que se puede venir por un espectáculo, se puede estar becado, se puede hacer una coproducción.
-También presentaron nuevos directores.
-No voy a elegir a ningún espectáculo para no ser grosero pero sí me gusta mucho haber sido quien estaba en la Comedia cuando Roxana Blanco empezó a dirigir. ¡Le aportamos una gran directora al medio! Estrenó dos obras (El Salto de Darwin y Todos Pájaros) con la solidez de una directora de mucha trayectoria. Ella y Margarita Musto fueron las únicas que tuvieron dos espectáculos en mis tres años y fue porque quería que la gente disfrutara de espectáculos de ellas. Esas cosas no ocurrieron solo por mí, pero yo estaba ahí. Así que con lo que logramos con los becarios, con la integración y la apertura que promovimos y con lo que hizo Roxana, estoy más que contento con mi gestión.
-¿Cree que se generó una suerte de nueva forma de percibir a la Comedia Nacional, como pasó con la gestión de Julio Bocca en el Ballet Nacional?
-No sé si fue tan fuerte. Lo que sí sé es que estuvimos trabajando ese aura, diciéndole a la gente “nosotros vamos a dar todo para que esta obra sea excelente, pero parte importante de que esta obra sea excelente es tu experiencia, y tu experiencia implica venir, estar con nosotros, hablarnos, hacernos llegar tu comentario”. Y eso sí lo generamos.
-¿Cuáles son las presiones de un cargo como el suyo?
-Quince espectáculos parecen muchos, pero esta ciudad tiene muchos más artistas. Y el mundo, ni te digo. Entonces sentí la presión de tener que equilibrar entre llamar a los artistas de la ciudad y del país que queríamos que estuvieran, traer algunos de afuera y por lo tanto desplazar a locales, y elegir autores. Hay mucha gente con la que quise trabajar y no llegué. Habrá quienes piensan que fue porque no se los valoró, pero el espacio es tan pequeño. No es una excusa, es la verdad.
-Y contemplar temporadas que van de, no sé, Esperando la carroza a Todos pájaros...
-Gerardo Grieco dice una cosa que me gusta mucho: si dirigís una institución cultural siempre tenés que elegir. Para ejemplificarlo pone la imagen de una lona. Dice que para que el artista salte alto y se lo vea hay que tensar la lona y eso implica que si tenés a un artista superrupturista después tenés que traer un clásico bien hecho y después, uno muy popular. Y si no tensás la lona se te cae por un lado. Uno elige la lona, o sea el perfil. Después se trata de tensarla. Hemos hecho eso con Esperando la carroza, Macondo, Todos pájaros, Las actas.
-Después de tres años dedicado a la Comedia. ¿Cómo ve la diferencia en usted entre gestor y artista?
-La diferencia es real. Cuando uno es artista está primero su arte y cuando uno es gestor está primero el arte de los demás. No estoy para hacer las obras que yo quiero sino que vengo a convocar, a programar, a llamar a los artistas que me parece que valen y generarles las condiciones para que hagan la obra que quieren. Es distinto, pero sí que lo hice estos tres años con la misma pasión que cuando hago una de mis obras de teatro.
-En ese sentido, ¿hay continuidad entre su obra y la curaduría que hizo en la Comedia Nacional?
-Hay una parte que sí. Ahora que vuelvo a trabajar afuera, no sé dónde voy a estar pero sé que estoy construyendo una obra que, sobre todo, la tengo que protagonizar yo, y que me gustaría que no fuera una tragedia. Y estos tres años están integrados a esa obra. Soy consciente de que fue una gran etapa, de una gran pasión, de muchas alegrías y de mucho amor. El público viene y dice “¿cómo hicieron esto?” y yo digo “¡Pero ustedes estaban ahí!”. Lo hicimos todos.
-¿Qué idea le cambió estos años en la administración pública?
-Me siento muy privilegiado de haber derribado un mito que yo también tenía sobre el país: que los uruguayos no permiten a los propios uruguayos hacer ciertas cosas que sí les permiten a los extranjeros. Venían Julio Bocca o Margarita Xirgu, y a ellos con una impronta, con una fama, sí se los dejaba. Y era un prejuicio mío. Había que ponerse a hacer.