Hay que verlo: lo que entrega el actor argentino Pompeyo Audivert en Habitación Macbeth es una experiencia teatral intensa y única, dos atributos que no abundan. Y ahora vuelve a Uruguay en su cuarta temporada y con de más 350 funciones en Argentina y el mundo. Ha recibido premios de todo tipo, incluyendo un “boca a boca” de los convocantes.
Creada por el propio Audivert durante la pandemia, es una representación unipersonal de la obra de Shakespeare. Es difícil considerarla monólogo ya que todos los personajes habitan en el cuerpo del actor, una experiencia compleja de transmitir en palabras.
Alcanza decir que la trama sobrevive intacta y Audivert hace un despliegue actoral cuya intensidad se transmite al público. Hay una suerte de trance mientras pasa de Macbeth a Lady Macbeth, de las brujas a Banquo. En escena también está el músico Claudio Peña.
La chance de verlo es este domingo 1° a las 20.00 en Teatro Stella, con entradas en Redtickets.
—Antes de su penúltima visita a Uruguay le pregunté, temerariamente sin haber visto la obra, sobre el distanciamiento brechtiano de la puesta. Después de verla y sentirla en mi cuerpo, me pareció más cercana al involucramiento de Artaud. ¿En esos términos, dónde ubica Habitación Macbeth?
—Siempre hay, en el fenómeno de la actuación, un distanciamiento que tiene que ver con el manejo técnico de lo que va sucediendo. Uno tiene que tener una conciencia técnica separada del acontecimiento, buscando formas novedosas y que no haya un exceso de tensión en el acontecer. Pero por otro lado, también en la actuación y sobre todo en este trabajo donde el cuerpo se transforma en una suerte de zona de encarnaciones multifacéticas de muchos personajes, lo que sucede es un involucramiento de toda la estructura física y presencial que uno es cuando se dispone a la actuación.Cuando uno actúa, lo que debe hacer es vaciarse del yo y pasar a ese funcionamiento más poético y metafísico de la identidad a través de máscaras, de circunstancias, de personajes. Esa operación es muy intensa, es muy física, es muy energética y requiere de un gran involucramiento y un arrojo a esa circunstancia que sí tiene un plan de contingencia muy preciso, para que cuando suceda sea de la mejor manera posible. Ese arrojo, diría poético y metafísico de la presencia al actuar, debe ser velado por una conciencia técnica que lo administre y evite desbarranques o imprecisiones. Así que son las dos cosas que usted está diciendo. Hay una condición medio brechtiana y hay otra medio “artaudiana” o “grotowskiana”, no sé cómo llamarla.
—Que también es una vuelta a un origen de lo teatral...
—Un teatro primitivo, como debe haber sido en los orígenes del tiempo: un cuerpo en medio de un círculo de piedras al lado de una fogata, siendo tomado por fuerzas sobrenaturales, y una tribu alrededor fascinada también con la metáfora de esas fantasmagorías de otra naturaleza que se aparecían por allí. Siento que hay algo de todo eso que está combinándose, un pulso sacro-profano, en donde hay cuestiones que atraviesan ese cuerpo, pero también hay un manejo técnico y un plan preestablecido, que hay que ir velando y perfeccionando.
—¿Cómo es el papel del espectador en la obra?
—Fue muy sorprendente recibir comentarios al respecto del esfuerzo físico que genera. Hay un goce, pero también una gran intensidad en los cuerpos de los espectadores. Creo que se trata de una empatía sobrenatural con la fenomenología que allí se va produciendo. Cuando actúo siento al público, en su silencio y en las formas misteriosas que su energía llega al escenario y me impele. Se vuelve un ritual, una conexión, una comunión con los espectadores en un salto hacia otro confín de la identidad, del tiempo, del espacio y de la propia presencia colectiva en esa zona ritual teatral que se erige cada noche. Así que sí siento que hay un alcance de una naturaleza muy profunda de lo teatral que se da junto y en comunión con el público.
—Usted compone siete personajes en escena. En todo este tiempo, ¿ha ido descubriendo afinidades con alguno de ellos?
—El personaje de Lady Macbeth es muy fascinante porque cuando lo voy haciendo es como si se fuera completando. Y se ha ido intensificando. Me asombra alcanzar esos niveles de actuación de lo femenino porque es como si el personaje fuese apareciendo solo, sin necesidad de ser convocado, como si tuviera una identidad propia. Siempre que lo hago hay una fascinación en mí por toda esa aparición compositiva y dramatúrgica del cuerpo. También me pasa con el personaje del servidor de escena, el que cambia las cosas de lugar, que siento que es el último remitente del acto, un personaje de naturaleza beckettiana que es un mecanismo teatral que va disponiendo los cambios de escena.
—La obra exige un gran esfuerzo físico. ¿Cómo se prepara para esa exigencia?
—Todo gira en torno a la función. Tengo una vida muy organizada para no tener tampoco muchos conflictos personales y estar muy limpio para la función. Me he vuelto como una suerte de monje: me alimento de una manera especial, hago gimnasia para estar en condiciones cada vez más plenas, para que el desgaste del tiempo no haga mella en la obra, y estar en condiciones de seguir haciéndola.
—Acerca de eso, ¿cuánta vida tiene una obra para un actor?
—Siento que Habitación Macebth no tiene fecha de caducidad: podría estar años haciéndola. De hecho, la siento cada vez más intensa y viva en mí, ya que se han ido afinando los resortes técnicos y poéticos que la producen. Es como si se tratara del yoga o del tai chi, que son secuencias formales que se repiten siempre de la misma manera y dentro de las cuales uno van teniendo un alcance cada vez más hondo. Cada vez me cuesta menos esfuerzo físico hacerla, cada vez la disfruto más. Y además, cada vez salen más fechas en el exterior o en distintas partes de mi país. Es muy gozoso lo que está sucediendo.