Son contados con los dedos de la mano los que al pararla para pedirle una foto, darle un beso o preguntarle cuándo se estrena la tercer temporada de La reina del flow le dicen por su nombre. Pocos saben que se llama Carolina Ramírez, que aceptó ser Yeimy Montoya (esa justiciera que vuelve para vengarse del carilindo) porque precisaba cambiar el techo de su casa y le salía una fortuna; que no trabaja para hacer éxitos mundiales, que no la mueve Hollywood ni la fama, sino jugar a ser otras, que admira a José Mujica, o que ahora, mientras graba en Argentina En el barro (el spin-off de El Marginal) sueña con hacer teatro independiente, o participar de un proyecto en el Teatro San Martín.
A la actriz colombiana de 41 años le cuesta entender que el público aún quiera más de esta historia que ya tuvo casi 200 episodios "a riesgo de que sea cualquier cosa", y le asegura a El País que nadie en el equipo de La reina del flow ("ni el director, ni el productor, ni los libretistas, ni Caracol") esperaba el revuelo mundial que generó. Y si bien fue uno de los tantos trabajos que abordó con disciplina y compromiso, es innegable que no deja de regalarle satisfacciones:
"Como sé que se trabajó mucho me da mucha alegría y me siento orgullosa de que nos haya rendido tanto que hoy, seis años después, estoy hablando con vos en un periódico de otro país y haciendo una obra de teatro en un país en el que no nací. No podemos negar que estoy acá gracias a esa historia", reconoce Carolina.
La obra de la que habla es Cuando duerme conmigo y la protagoniza junto al actor argentino Marcelo Mazzarello. Ha sido un éxito en México, Estados Unidos, Argentina y ahora la traen a Uruguay. Se presentan el 9 de agosto en el Teatro Metro (entradas en Redtickets) y el 10 en Enjoy (entradas en Suticket y boletería).
"Es una obra que no pertenece a un solo lugar, con la que se puede identificar el público por completo. Empezó siendo un drama y terminó convirtiéndose en una tragicomedia, porque es tan inverosímil lo que acontece que saca al público del ensimismamiento y lo pone a sentarse en el filo de la silla, a esperar cómo va a terminar", adelanta sobre esta trama que se desarrolla en la sala de espera de un hospital.
De Uruguay sabe poca cosa: que es un país chiquito y que de aquí es oriundo Mujica. "Lo admiro un montón. Me parece un tipo muy sabio, como de otro planeta. Un presidente tan austero, cosas que en la política no se ven nunca. Se ha convertido en un símbolo latinoamericano", elogia al ex presidente uruguayo. Y cuenta que una vez paseó por Colonia y hace un par de años anduvo por Punta del Este.
De 0 a 100
Las monjas del colegio al que iba se quejaban porque vivía trepada a los árboles o haciendo paro de mano, entonces su padre, entrenador profesional, pensó que el mejor antídoto contra la hiperactividad sería el deporte y la anotó en gimnasia artística. A los 8 años apareció una convocatoria para una academia de ballet y ella, disciplinada hasta la médula, se empecinó en ser bailarina clásica. El capricho la destruyó: se metió en un molde donde no encajaba y con 14 años aparecieron los trastornos alimenticios.
Lo de actriz, dice, no se le había ocurrido: apareció por accidente, se le empezaron a abrir puertas, se dio cuenta de que no necesitaba esforzarse tanto como en el ballet, y terminó siendo su salvación (y vocación).
No mira con rencor esos años más turbulentos porque sin la danza, dice, no sería la artista que es: "El virtuosismo del ballet es hermoso, pero los sacrificios un poco oscuros. Se llenó de luz y fue recompensado cuando empecé a actuar".
Todo comenzó a sus 17 años, mientras asistía a una academia de ballet con maestros maravillosos. En uno de los tantos bolos que salían para comerciales, se cruzó con un jefe de casting al que le llamó la atención lo bien que daba en cámara y la convocó para una audición de actuación.
"No tenía idea de cómo leer un libreto, creo que recité horrible, pero me conoció el jefe de casting del canal RCN, me vio potencial para aprender y me llamó para un proyecto juvenil", relata. Esa novela nunca salió al aire pero los tres meses de grabación le sirvieron de currículum y para foguearse.
Empezó a audicionar en roles pequeños y quedaba en todos. Ascendió rápido y el primer personaje que consiguió en una serie juvenil fue de bailarina. Con apenas 23 años, llegó La hija del mariachi, su primer protagónico, y lo obtuvo luego de un largo y tortuoso proceso de selección.
En realidad, ella era la segunda opción por no ser famosa. Pero la otra chica rechazó la propuesta porque la directora musical no la quería dejar cantar, y se negó a que le pusieran otra voz, y ahí Carolina entró en acción. "Después me enteré que el director siempre quiso que fuera yo, pero en el canal le decían que no porque no era conocida. Y fue un éxito", cuenta.
El éxito no la marea
La reina del mariachi la volvió súper conocida (y no solo entre la audiencia juvenil) en su país. Y la fama se le hizo cuesta arriba el primer tiempo: "Se siente mucha responsabilidad porque uno cree que tiene que ser perfecto y no le puede fallar a la gente que le sigue. Es una carga muy grande cuando crees que a todo el mundo tenés que caerle bien. Con la madurez llega esa percepción de que es imposible abarcar todo".
Aceptó ser Yeimy sin estar del todo convencida y su popularidad escaló a nivel mundial. Venía de un año alejada de la televisión, con proyectos teatrales, estaba tranquila, y para colmo el reggaetón le parecía "un ritmo horroroso". A una urgencia económica que le surgió se sumó el poder de convencimiento de Luis Jiménez, productor de la primera temporada de La reina del flow, y terminó dando el sí.
"Necesitaba cambiar el techo a mi casa, eso es carísimo, y fue la solución. Más allá de eso, me parecía interesante, y Lucho me persuadió: me hablaba de una vengadora, una mujer. Nunca me habían llamado para hacer una antagonista y era una oportunidad de mostrar otra versión: este personaje estaba lleno de grises y me parecía interesante de abordar. Entonces dije, 'hagámoslo'", revela.
-¿Qué tenía la serie para convertirse en semejante fenómeno?
-Yo le atribuyo todo a la pandemia. La pandemia agradeció mucho los productos largos, porque la gente estaba sin hacer nada en la casa y apareció La reina del flow con 80 capítulos, para empezar, y con la historia de una vengadora, que son historias que copan mucho: mujeres que imparten justicia, que tienen que ver con un pasado, con doble elenco, la música. Una buena no tan mala que se venga del carilindo. Nos gusta un poco que el bonito sufra, un poco por envidia colectiva.
Le sorprende cuando la gente le pide una tercera temporada, y quizás sea porque cuando ella ve que una serie tiene más de 10 capítulos le da pereza engancharse. Y aunque piensa que lo más probable es que el público se salga con la suya y haya una nueva entrega, no canta victoria hasta que no salga el primer capitulo: "No quiero celebrar antes de la fiesta porque he hecho cosas que nunca han salido al aire", justifica.
Su deseo es que se concrete con el único propósito de reencontrarse con "ese combo de gente" tan querida: "Lo mejor de hacer televisión son los equipos y los extraño un montón".
-Después de protagonizar una de las series más vistas en la historia de Netflix, ¿es difícil que llegue otro éxito que te motive?
-Yo no trabajo para hacer éxitos mundiales, trabajo porque me divierto haciendo lo que hago. He hecho teatro para 10 personas, 200 ó 500. Si mido mi trabajo por el éxito que tengo, entonces no amo lo que hago, no soy una artista; lo que quiero ser es famosa y popular. Mi trabajo consiste en jugar a ser otras, estar en la mente, el cuerpo y la psiquis de otros, independientemente de si es Hollywood o no. No me muero por hacer Hollywood. Mi sueño no es irme a vivir a Los Ángeles y salir en una película de Tarantino. Quiero seguir haciendo lo que hago al ritmo que me gusta porque necesito un ritmo de vida para poder hacer las cosas bien. Con esta premura del éxito y el reconocimiento mundial, no.
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