Cada vez que La venganza será terrible visita Montevideo suceden cosas especiales. En esas dos horas en que se graba en vivo uno de los programas emblema de la radio rioplatense, Alejandro Dolina, Gillespi, Patricio Barton y El Trío sin Nombre generan algo único en el Auditorio Nacional del Sodre. A su ya clásica mezcla entre humor, improvisación, música y referencias literarias, históricas y filosóficas se le suma la adrenalina del público presente, pendiente a eso que solo nace de la creación espontánea.
Dolina, que dialoga con El País desde Buenos Aires, lo confirma. “Cuando hacemos el Auditorio del Sodre, que es una sala enorme, los contenidos cambian”, comenta. “Cambian porque están resignificados por el lugar en el que estamos. Eso se debe a, como suelo decir, la emoción del visitante y del visitado”.
Y eso se nota en cada uno de los programas grabados a lo largo de los últimos años en el Auditorio Nacional del Sodre, y que se encuentran en Spotify (con La Venganza será terrible la inmortalización de lo que debería ser efímero es un deleite): la risa colectiva es el combustible necesario para sacar lo mejor del ciclo que ya lleva 35 años al aire.
#LVST comienza la gira 2024 en URUGUAY 🇺🇾.
— La Venganza Será Terrible (@lavenganzaradio) February 21, 2024
1 de marzo en MONTEVIDEO, @AuditorioSodre. 🧉
😍 @negrodolina, 🥳 @PatricioBarton, 🥸 @gillespiok y el #TSN.
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Este viernes, Dolina y compañía se reencontrarán con el público uruguayo en el escenario que hace años se volvió sede de sus visitas montevideanas. La cita será a las 21.30 y las entradas se venden en Tickantel; los precios van de $ 350 a $ 1200. La propuesta, como siempre, promete ser memorable. Y eso que la única escenografía que necesitan es una mesa, tres sillas y un teclado Yamaha.
En la previa, el conductor dialogó con El País sobre cómo La Venganza será terrible le mejoró la vida, habla del valor de la búsqueda conjunta del conocimiento y reflexiona sobre el paso del tiempo.
—Lo que sucede en cada función de La venganza será terrible roza el hecho teatral: en dos horas se construye un arco emocional que va desde la carcajada a la atención absoluta. ¿Qué le pasa cuando, luego de actuar en el Sodre, regresa al hotel y se reencuentra con el silencio?
—Es un silencio solamente exterior. Por dentro hay una estridencia, que es la del recuerdo inmediato. Se parece mucho al regreso juvenil de los bailongos, en donde uno se va a acostar después de una noche en que ha estado orillando amores y, por ahí, ha contemplado la posibilidad de ser feliz. Bueno, en este caso podríamos haber jugado con alguna idea que nos gustó y hemos recibido el máximo premio que podemos recibir: el cariño hijo de alguien que pudo haber compartido una idea, una gracia o un recuerdo. Ese es el premio mayor que uno puede recoger después en una actividad artística. Entonces, en el silencio del hotel resuenan todavía los instrumentos del baile, los aplausos y los hallazgos comunes. Creo que esa es una demostración de amistad entre nosotros, y hablo de una amistad en el más alto de sus rangos, que es compartir los hallazgos del pensamiento. Eso es maravilloso. Pero hay que aclarar que eso pasa una vez cada tanto (se ríe)... A veces nos pasamos programas enteros buscando una idea más o menos decente y no aparece, pero son contingencias de la improvisación o de la búsqueda. A veces el artista encuentra y es feliz, y a veces no sucede.
—En el libro dedicado a los 30 años del programa, usted mencionó que la radio le salvó la vida: “En ese momento yo tenía insomnio y hacer el programa a la medianoche fue lo mejor que me pudo haber pasado”. ¿Qué tan importante ha sido en su camino?
—Eso es cierto. En ese momento, yo tenía otros trabajos que detestaba. Por ejemplo, arreglé teléfonos, que es un trabajo muy noble pero que no te entusiasma mucho. Yo me tenía que levantar temprano y no me dormía; eran la una, las dos, las tres y las cuatro y no pasaba nada. Y no era solo que no me dormía, ¡no había nada que hacer! (Se ríe) Porque, bueno, si uno amuebla el insomnio con un bailongo o con una francachela, puede ser que eso tenga algún sentido... Entonces yo me conseguí un trabajo, y un trabajo que amo. La radio me solucionó la vida y, sin darme cuenta, me mejoró un poquito. Yo era un tipo bastante peor que el que soy ahora, así que calcule lo que sería (se ríe).
—¿Qué aspectos de su vida considera que mejoraron gracias a la radio?
—Luego de casi 40 años de programa lo que le debo agradecer a la radio es a obligarme todos los días a estudiar como si estuviera en el colegio, cosa que hago con mucha mayor responsabilidad que en aquellas épocas (se ríe). De manera que en este tiempo he andado por muchos libros y por muchas bibliotecas con afán de saqueo. Desde que trabajo en la radio me acostumbré a leer con un lápiz, cosa que no hacía, y gracias al programa me encontré con cosas que yo ignoraba de un modo muy puntual, como Saussure y todo el estructuralismo. También me encontré con todo el enorme material de los mitos griegos y nórdicos, y con los huecos de la historia, porque uno sale del colegio y de la universidad conociendo la historia en sus programas oficiales. Todas esas materias, como también la poesía, no formaban parte de mis hábitos cuando era un joven aficionado. Esos descubrimientos ensanchan los horizontes, y se los tengo que agradecer a la radio. Compartir eso con la gente y ver que cada tanto alguien encuentra alguna clase de halago en escuchar esos chistes, esos pensamientos y esas perplejidades, es una alegría para nosotros.
—En mayo, La venganza va a hacer una gira por España, y la visita va a coincidir con su cumpleaños de 80, ¿verdad?
—Si, por suerte voy a estar allá así pasa inadvertido (se ríe)...
—¿Siente que su concepción del tiempo se ha modificado con el paso de los años?
—No, porque desde que tenía 15 años yo tenía la misma angustia acerca del paso del tiempo que tengo ahora. Lo que pasa es que ahora los motivos son más evidentes, ¿no? (Hace una pausa) Yo no soy feliz con el paso del tiempo. Tengo, diría Unamuno, un apetito de eternidad que sé que no será saciado. No me gusta la edad que tengo, para nada. Lucho contra ella. Sigo jugando al fútbol y sigo cuidándome porque me gusta vivir. Sé que la vida es espantosa, pero me gusta perseverar en estar vivo y en encontrar, aunque sea de contrabando, los momentos gratos que tiene la vida. No hablaré de la felicidad porque es una percepción equivocada de algo que vaya a saber uno si existe, pero los buenos momentos, las alegrías, las risas, el amor y la atracción sí existen. Y quiero seguir viviendo eso. Cada año que pasa es evidente que lo hago con menor destreza en algunas cosas; en otras, muy poquitas, la experiencia puede aportar, aunque sea por acopio. Pero, como dijo alguien, prefiero ser joven y rico antes que viejo y pobre (se ríe).
—Su cuento “Fuentes de la juventud”, de El libro del fantasma, ofrece una especie de consuelo. “Nunca seremos más jóvenes que hoy ni volveremos a ver a nuestros muertos, pero para los hombres de verdad, este no es el final de sus sueños, sino más bien el principio”, escribió.
—Claro, el pensamiento filosófico es que al comprender uno su finitud considera de un modo distinto lo que está viviendo. A eso le llaman sabiduría, qué sé yo, pero el asunto es que uno se muere... Después vienen a confortarte con toda clase de construcciones que, la verdad, son absolutamente insuficientes. Le dicen: “Mire, usted se va a morir, pero quédese tranquilo porque lo van a recordar y vivirá a través de sus obras y sus hijos”. Y usted le dice: ¿Qué me importa?” (se ríe). Imagínese que le dicen eso mientras le apuntan con un revolver: “Lo voy a liquidar, pero disfrute lo que le queda de vida”. No es muy distinto a la situación que vivimos nosotros en el día a día. Sabemos que nos vamos a morir, y encima me vienen a consolar diciendo que es una cosa buena... Hermano, no.
—Supongo que, entonces, usted no piensa repetir la historia del arquitecto Hugo Zambrano, el protagonista de uno de los cuentos de El libro del fantasma, que ya tenía ensayadas sus últimas palabras y cada vez que presentía que se acercaba el fin decía: “Perdono a mis ofensores...”.
—Y lo que ocurría con ese tipo es que nunca se moría y tenía que volver a pronunciarlas cada vez que se enfermaba o se subía a un barco o a un avión...
—Es como si usted repitiera la frase “para finalizar, dos palabras bastan: gracias” cada vez que se despide...
—Claro, pensando que es la última vez (Se ríe) En ese cuento se dice que los tipos que han dicho últimas palabras, en realidad, son un poquito insoportables. Imagínese alguien que tenga una idea tan solemne de sí mismo que piensa que necesita últimas palabras. Ahora nos morimos más solos, pero imagínese a una familia congregada alrededor de la cama de un tipo que cada 30 minutos repite las mismas palabras como si fueran las últimas. ¡Sería horrible!
—Volviendo a la presentación del Sodre, ¿qué le gustaría que sucediera en su reencuentro con el público uruguayo?
—Ojalá que sea como siempre: lleno de alegría. Le agradezco al público que se queda un largo rato para saludar y brindarnos sus muestras de cariño. Yo me quedo hasta que se va el último, y valoro mucho que la gente se tome el trabajo de esperarnos a la salida para conversar un rato. A veces creo que lo mejor de la función es eso: no hacemos un buen programa, pero saludamos bien.