Coco Sily: su infancia en Montevideo, el humor como alimento y la empatía como secreto de su permanencia

Este sábado, el humorista llegará al Casino Carrasco con el show "Coco Sily despide el año dando Cátedra", con el que se despedirá de uno de sus unipersonales más populares. En la previa, dialogó con El País.

Compartir esta noticia
coco sily.jpg
Coco Sily.
Foto: Difusión.

Cuando habla de su relación con Montevideo, Fernando “Coco” Sily se detiene en un aspecto clave. “El olor a Montevideo me da mucho placer”, comenta el humorista argentino desde Buenos Aires. “No sé cómo explicarlo porque es no es algo frutal;es más bien algo urbano y que relaciono con la Ciudad Vieja. Es algo único e indefinible que me conecta rápidamente con mi infancia y con un lugar donde he vivido muchos momentos de placer”.

Sily, de 61 años, vivió durante un tiempo en Montevideo. Su padre trabajaba en una importadora y exportadora de acero, y repartía su año entre Argentina y Uruguay: vivía seis meses en cada lado del Río de la Plata. “Gran parte de mi infancia la pasé en Montevideo”, comenta. “Recuerdo que iba a jugar al fútbol en el predio donde estaban construyendo la cancha de Trouville y que pasaba casi todos mis veranos en Atlántida. Es un lazo muy importante el que generé, y cada vez que viajo lo rodea una connotación muy especial”, asegura.

Mañana volverá para una celebración. Se presentará a las 21.30 en el Casino Carrasco con un espectáculo titulado Coco Sily despide el año dando Cátedra. Las entradas se venden en RedTickets, y los precios van de $1020 a $2070. Tras el show se regalará un cóctel en el bar del lugar y un ticket de $200 para jugar en las máquinas de slot; a su vez, se sortearán tres paquetes en el Hotel Sofitel de tres y dos noches.

“El show va a ser muy simbólico porque, además de despedir el año, también me despido de La Cátedra, un unipersonal que tiene 14 años y muchas modificaciones porque la estructura lo permite. El año que viene voy a presentar una estructura totalmente distinta, entonces lo de mañana va a ser emocionante”, dice.

En la previa, va esta entrevista con El País.

—Hay algo que me interesa de tu trabajo y es que siempre tuviste un radar para todo aquello que está al servicio del humor: un gesto, una mirada o un silencio de un espectador es suficiente para generar una complicidad. ¿Qué tan importante fue tu experiencia haciendo teatro en la calle para desarrollar ese estilo?

—Es como vos lo decís: luego de tantos años de hacer teatro callejero, donde las circunstancias no son las mejores, fui generando esa especie de radar automático que me hace estar muy atento a lo que pasa alrededor para hacer un espectáculo. No se trata de un show en el que me meta con la gente o participe directamente, pero sí tengo muy ejercitada la empatía para sentir qué gusta, qué le hace reír y qué no para saber por dónde vienen ese día. Yo no estudio una letra, sino que tengo todo el material archivado en mi cabeza y formateado en unidades, entonces voy modificando el orden mientras hago el espectáculo para que se termine de armar con la gente y en el escenario.

—Recién hablaste de la empatía. ¿Por qué creés que se identifica tanto contigo?

—Mirá, te respondo sin falsa modestia: yo no creo que sea un grandísimo actor ni autor, pero sí estoy convencido de que mi permanencia, que es lo más difícil de esta profesión, está basada en la empatía. Creo que la gente siente que, más que un actor, soy una persona muy parecida a ellos y por eso dicen: “Che, vamo’ a ver al Coco que nos vamos a cagar de risa y la vamos a pasar bárbaro”. Cuando me suelen preguntar qué es lo principal de mis espectáculos, yo siempre digo lo mismo: la risa. Mi meta es, esencialmente, que la gente se ría durante una hora y media. Y, afortunadamente, sucede. Creo que mi mayor logro es que la gente venga a verme bien predispuesta y sin una mirada de juicio; vienen a cagarse de risa. Últimamente me piden muchas anécdotas, que es algo que se volvió un fenómeno televisivo porque suelo contarlas cuando me invitan a los programas. El otro día fui a Desayunos Informales y narré la vez que casi se me muere (el diseñador de moda) Paquito Jamandreu en una entrevista y los camarógrafos y los maquilladores se morían de risa. En el escenario cuento las más picantes y las prohibidas (se ríe).

—¿Cuál es la clave para contar una buena anécdota? ¿Qué tan importante es el ritmo para lograr el efecto deseado?

—Y... la anécdota es como una película. Cuando a vos te pasa algo en tu vida y se transforma en una anécdota es como si hubieras vivido una película. Te doy ejemplos: el día que casi se cae un avión en el que estaba viajando y terminamos todos abrazados y llorando, la vez que una mina me dejó plantado o lo que te conté recién de Paquito. Para mí, las anécdotas son situaciones extremas que tienen un contenido dramático pero que le termino dando un giro humorístico. La anécdota es como un chiste alargado, y yo no sé cómo contar chistes porque tienen un ritmo que no sé manejar bien... Ahora, con la anécdota yo sé cómo te voy contando el detalle, te voy metiendo en la historia hasta que meto el punto de inflexión. A veces, te hago sentir que viene en un momento, pero en realidad llega más adelante. Es una construcción narrativa, como un cuento de Fontanarrosa o Galeano, y ahí vuelve la empatía:son cosas que le pueden pasar a todos.

—Mencionaste tu interés por darle un giro humorístico a algo que puede ser dramático, y recordé que en una entrevista dijiste que sos persona melancólica y existencialista. ¿Qué herramientas te da el humor como para sobrellevar ambas cosas?

—El humor es mi alimento, es mi clonazepam. Es muy sanador para un tipo como yo que, como decís, es muy existencialista y que no entiende pa’ qué carajo estamos en el mundo ni qué sentido tiene la vida, y que anda siempre rumiando con esa cosa cercana a la melancolía. Si no pudiera encontrar todas estas herramientas en el humor, sería un tipo bastante depresivo.

—Cuando te suelen preguntar sobre el origen del humor en tu vida, siempre decís que surgió en tu infancia: tus padres trabajaban y vos estabas mucho tiempo solo en tu casa, así que recorrías las casas de tus amigos haciendo humoradas para que te regalaran comida. Visto a la distancia, ¿creés que el humor te ayudó a transformar esa situación casi dramática en una fortaleza?

—(Hace una pausa) Lo que estás diciendo da exactamente en el clavo. Mirá, al estar mucho tiempo solo yo era un chico muy nostálgico, así que me iba a las distintas casas del barrio donde sabía que a tal hora iba a estar el sánguche con jamón y queso, y a qué hora en otra casa iba a haber galletitas con café con leche. Eso hizo que ese chico que era se convirtiera en un histrión. Y desde ese momento yo vivo entre esas polaridades: estoy mucho tiempo solo, extrañando a mis viejos, y entre esa cosa humorística. Pero, igual, lo de mis viejos era porque laburaban mucho; no es que viví una infancia dramática, era, más bien, una infancia típica de clase media-baja.

—Al inicio de esta entrevista te mencioné tu experiencia haciendo teatro en la calle. Llegabas a hacer nueve funciones diarias como el Payaso Achicoria. ¿Cuál era tu motivación para levantarte al otro día y empezar todo de nuevo?

—Que era muy joven y el cuerpo resistía tantos shows en la playa. Hacía tres en la mañana, tres en la tarde, dos en la peatonal y otro de trasnoche en el que actuaba con un mago y yo me vestía de mujer; tenía un personaje que se llamaba Grace. Lo que me motivaba era que estaba viviendo de lo que me gustaba, y si bien es verdad que mi sueño era estar en grandes teatros, estaba trabajando de lo que me hacía feliz.

—El ascenso de tu carrera fue escalonado, ¿qué tan importante fue que las cosas se dieran de esa manera?

—Para mí es algo hermoso. Yo tuve la suerte de hacer todos los escaloncitos: el primer globo vendido, el primer bolito en televisión que fue decir una frase como “La mesa está servida”.... (Se interrumpe) Tuve la suerte de hacer éxitos de televisión como Los Roldán, que tenía 40 puntos de rating, pero lo importante es que el éxito teatral me agarró con La Cátedra cuando yo tenía 40 años. Entonces no me volví loco y supe aprovechar el momento; no es lo mismo que cuando te agarra el éxito de joven o sos un pibe que pega un batacazo porque estuvo en un reality como Gran Hermano. Yo tengo la gran bendición, aunque suene muy hecho, de sostenerme en el tiempo. Para mí ese es el verdadero éxito, no haber llegado.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar