CRÓNICA
Este lunes se inaugura el Festival Sin Límites, primer festival internacional de artes escénicas inclusivas en Uruguay. El País estuvo en el ensayo de "El hilo rojo"
Hay una leyenda japonesa que dice, más o menos, que las relaciones humanas están marcadas por un hilo rojo que los dioses atan al dedo de aquellas personas que están destinadas a encontrarse. Que gracias a ese hilo invisible, dice, en algún momento, más tarde o más temprano, dos personas se encontrarán y en ese encuentro cabrá toda la ternura del mundo.
Hoy se inaugura el Festival Sin Límites, una iniciativa del Sodre que es el primer festival internacional de artes escénicas inclusivas en Uruguay, y que irá hasta el 24 de abril en los auditorios del Sodre, con entradas agotadas. Propone un encuentro en el que habrá piezas de danza, teatro y música, y espacios para la reflexión sobre la inclusión en la cultura y el arte. Todas las funciones contarán con accesibilidad para hipoacusia, interpretación en lengua de señas y audiodescripción.
Como parte de este festival, hoy el Ballet Nacional del Sodre (BNS), dirigido por María Noel Riccetto, estrenará el primer espectáculo inclusivo de su historia: una pieza creada por la coreógrafa española Ingrid Molinos de Amici Dance Theatre Company, una compañía inclusiva del Reino Unido. El elenco está formado por bailarines del BNS —Mariana Carbajal, Jorge Ferreira, Ignacio Macri, Luiz Santiago, Alejandra Martínez— y por bailarines invitados —todos en situación de discapacidad— que fueron seleccionados mediante una audición: Agustín Gutiérrez, Magdalena Cosco, Nicole Viera y Nalhea Ferrés.
“La fase inicial de este trabajo fue en noviembre. Tuvimos la audición y después una semana para empezar a conocernos entre todos y para empezar a crear. Quería conocer qué tenía cada bailarín y cómo se conectaban entre ellos”, dice Molinos, que hace dos semanas está en Montevideo trabajando con el elenco. Primero fue desde la improvisación, después desde la individualidad, después desde las conexiones entre ellos, después desde las palabras, después desde las diferencias, después desde el encuentro. Así hallaron, juntos, el nombre de su obra.
Se llama El hilo rojo porque es una pieza que trabaja y explora las conexiones y las desconexiones, los encuentros y los desencuentros. Se llama El hilo rojo, porque en el tiempo que pasa entre la primera y la última escena, cabe toda la ternura (y toda la generosidad) del mundo.
¿Cómo se prepara "El hilo rojo"?
Es un miércoles de abril a la una y media de la tarde y, sobre la esquina de Mercedes y Andes, en pleno Centro de Montevideo, el sol es vacilante y hay un viento intenso y fresco: un viento de otoño. Desde allí, el Auditorio Nacional es un lugar quieto, un sitio en el que no está sucediendo nada. Sin embargo, si uno ingresa al edificio por la calle Florida, presenta su cédula de identidad, atraviesa una puerta, toma un ascensor y sube al cuarto piso, sabrá que, aunque no se vea, allí siempre están pasando cosas. Es que en ese espacio de paredes de ladrillos y perchas con vestuario, de oficinas y salones con espejos, es donde todo empieza: donde todo crece y leuda hasta el punto justo.
Nicole llega al salón con un bastón que arrastra sobre el suelo delante de su cuerpo, y camina como si supiera el lugar de memoria. Magdalena, Agustín y Nalhea vienen detrás. Poco después llegan Ignacio y Luiz y Mariana y Jorge y Alejandra y entonces el elenco está completo. Ingrid y Lorena Fernández (maestra del BNS y asistente de la coreógrafa en esta obra) aparecen unos minutos después. Todos hacen un círculo, la música suena. Empieza el ensayo.
Magdalena, que tiene síndrome de Down, se para en el centro de la ronda y empieza a guiar la entrada en calor. Magdalena se mueve hacia la derecha y todos se mueven hacia la derecha. Magdalena gira y todos giran. Magdalena baja y todos bajan. Magdalena se lanza a los brazos de un bailarín y todos se lanzan. Después gira una lapicera, como si fuese el juego de la botella, y cambia el lugar con Luiz, que pasa al centro y hace lo mismo.
Mientras todo esto sucede, Lorena está parada al lado de Nicole y le dice al oído qué movimientos están haciendo sus compañeros. Nicole escucha. Nicole baila.
El resto del ensayo transcurrirá entre repasar la coreografía y enseñársela a Luiz, que estará en remplazo de Oscar Escudero, bailarín del BNS que no podrá bailar. “Siempre se trata de adaptarse, sea cual sea la situación”, dirá Ingrid, cuando termine el ensayo.
El hilo rojo es una obra sobre los encuentros. Y también sobre los desencuentros. Y sobre las diferencias. Y sobre las conexiones. Y sobre la individualidad. Y sobre los grupos. Pero también, si se mira de cerca y se observa a los bailarines y las bailarinas que hacen, juntos, una figura con forma de círculo que se desarma y se arma y se desarma y se arma, entonces se sabe que El hilo rojo se trata también sobre el juego. Y sobre la generosidad. Y sobre la ternura. Porque mientras bailan, Nalhea, a quien le falta una mano, toma de forma sutil el hombro de Nicole, que no ve, y la ayuda a colocarse en el lugar exacto en el que tiene que estar. Porque mientras ensayan, Nicole le enseña a Luiz de qué forma tiene que contar el ritmo para que la coreografía sea exacta. Porque siempre que puede, Agustín, que también tiene síndrome de Down, abraza a Mariana o le acaricia la cabeza a Alejandra.
Tres horas después, a las cuatro y media de la tarde, cuando ya pasaron toda la obra de principio a fin, termina el ensayo. Todos aplauden. Lorena dice que al otro día irán, por primera vez, al escenario. Magdalena se ríe. Habla con Nalhea sobre el estreno. Dicen algo sobre el vestuario. Se saludan. Nicole conversa con Luiz sobre un pas de deux que bailarán juntos. Al final, todo termina como comenzó: con el salón vacío. Pero esta vez es diferente: allí, en ese salón de piso gris, acaba de pasar toda la ternura (y toda la generosidad) del mundo.