Horacio “Tato” Turano sale de escena por un instante, y cuando regresa desata la ovación del público que llenó el Auditorio Nacional del Sodre. No necesita palabras ni gestos. El efecto emocional que produce ver cómo carga con el Bass-Pipe a vara, uno de los instrumentos más emblemáticos de Les Luthiers, es suficiente para despertar unos cuantos suspiros y codazos cómplices en la sala.
El Bass-Pipe a vara, esa especie de trombón gigante con cuatro tubos de cartón que requiere de un carrito con ruedas para ser trasladado, es apenas uno de los instrumentos informales con el que los argentinos interpretan “Chachachá para Órgano a Pistones”, una de las escasas y valiosísimas piezas de autohomenaje que le da forma a Más tropiezos de Mastropiero, el espectáculo con el queLes Luthiers despiden una trayectoria de 56 años.
Al lado de Turano, Jorge Maronna toca el nomeolbídet, construido con un bidet, y Carlos López Puccio se balancea con su violata. Santiago Otero Ramos desempolva a la manguelódica pneumática, otro emblema del grupo, mientras que Martín O’ Connor sopla la bocineta y Tomás Mayer-Wolf sorprende con un colosal órgano creado a partir de15 pistones. El último minuto y medio del “Chachachá para Órgano a Pistones” es magnético. Nadie se anima a hablar con su compañero de asiento. Y aunque el promedio de edad sea de más de 50 años, el asombro infantil sobrevuela la sala por unos instantes.
Es miércoles a la noche y esta es la primera de las cuatro funciones que el sexteto argentino presentará hasta el sábado en el Auditorio Nacional del Sodre. Más tropiezos de Mastropiero es el último espectáculo del grupo y, al igual que la mayor parte de la carrera de Les Luthiers, le escapa a lo previsible. En vez de despedirse con un show antológico, los argentinos prefirieron despedirse con un nuevo espectáculo formado por 11 obras nuevas y tres clásicas (“Pasión bucólica” y “Aria Agraria”; la tercera llega en el bis pero no la vamos a spoilear).
La novedad no se limita a los textos y las canciones a cargo de López Puccio y Maronna. La verdaderamente novedoso es, en realidad, la personificación del mítico Johann Sebastian Mastropiero, el gran personaje que sobrevuela la obra de Les Luthiers desde 1967. “Tengo que encargarme de darle identidad a alguien invisible”, asumió Martín O’ Connor antes del estreno.
Bajo la pregunta de cuál es el secreto de su éxito, Mastropiero es invitado al falso programa Diálogos con la cultura —que, al menos en la primera función, es conducido por Otero Ramos—, y se lo invita a repasar sus varias vidas y sus numerosos éxitos. Sin embargo, ahí otro de los grandes recursos del espectáculo: esos greatest hits de Mastropiero son, en realidad, estrenos.
Y es ahí donde el grupo ofrece una última demostración de enorme capacidad para apropiarse de diferentes géneros musicales. Lograr uno de los puntos más altos de la noche con una genial contienda entre música clásica y rock (con el sketch “La clase de música”) y confirman su gran manejo de los arreglos corales en “Villancios Opus 25-12”, "Coda a la alegría" y el bolero “Ella me engañó”.
El hilo conductor está en la participación del compositor en Diálogos con la cultura, y O’Connor y Otero Ramos brindan un hilarante intercambio basado en una serie de gags que provocan una cuantas oleadas de risas durante las dos horas de función. La clave está en las respuestas inesperadas de Mastropiero, los juegos de palabras, el humor absurdo, la asociación libre y las numerosas referencias culturales (los chistes en torno a una obra de homenaje a Verdi y la pieza “Days of Doris” son memorables).
Como si fuese una manera de quitarle el lado melancólico a este final de camino, en Más tropiezos de Mastropiero no se hace mención a esta despedida. Es una sugerencia que queda clara, además de la aparición del compositor, en el intercambio final del espectáculo cuando se revela el secreto del éxito de Mastropiero y, sin decirlo directamente, de la obra de Les Luthiers. Es una idea que resume a la perfección el legado del grupo que durante década supo entrelazar como nadie el humor culto con el humor popular.
Cuando llega la despedida, los seis artistas se acercan al proscenio y sonríen ante el público que los ovaciona de pie. Son unos minutos de aplausos y, aunque no diga una palabra, los gestos de agradecimiento de Turano —que un rato antes había llevado el Bass-Pipe a vara al escenario—, dicen todo: tiene los brazos en alto y parece refrenar unas lágrimas. El final de esta etapa es inminente, pero la relación de Les Luthiers con el público uruguayo es atemporal.