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Dalia Gutmann: "En Uruguay recibí mi primera ovación de pie y eso nunca se olvida"

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Dalia Gutmann. Foto: Difusión

ENTREVISTA

La reconocida comediante argentina se presenta el 25 de junio en Teatro Movie con su nuevo unipersonal "Tengo cosas para hacer"

Dalia Gutmann estaba en primer año de escuela cuando se sintió graciosa por primera vez. "Una se siente que tiene un superpoder", le comenta a El País. Era de noche, estaban de campamento y sus maestros la retaron porque estaba haciendo reír a sus compañeras de carpa. "Me sentí genial por lograr eso", dice.

En cierta forma, ese fue el inicio de una carrera que lleva más de 15 años y 1.400 presentaciones en escenarios de Argentina, Ecuador, Colombia, Perú, Chile y España y Uruguay. El 25 de junio volverá Montevideo, ahora para presentar Tengo cosas para hacer en la Sala Teatro del Movie; hay entradas en la web de Movie desde 1.000 pesos.

Si bien tiene una conocida carrera como humorista, y es una de las referentes del ambiente porteño, lo que más le gusta es generar la risa del público. "Siempre tuve cierta fascinación por exponerme y despabilar al otro, hacer cosas para divertir. Lo que me fascina es poder hacer reír", dice.

Con Tengo cosas para hacer, Gutmann aborda las situaciones comunes de cualquier persona y las lleva al extremo. "No es una propuesta para olvidarte de tus problemas sino para sentirte acompañada en tus quilombos, porque a todos nos pasan cosas parecidas", dice la comediante que supo integrar la versión argentina de La culpa es de Colón, y que trabajó junto a su pareja, Sebastián Wainraich en la serie argentina de Netflix, Casi feliz.

"Siempre me gustó hacer un humor contrario al aspiracional, que es lo que se ve en Instagram. Ahí vos mostrás tu vida feliz, la familia sonriente y a mí me gusta mostrar y poder reírme del lado B, del desastre, el caos. Porque cuando tenés una familia, la armonía dura 15 minutos y después es quilombo: que llegamos tarde, no hay qué ponerse o no aparece un papel. Me gusta encontrar humor en ese lado que es el que no se muestra en las redes. La idea es blanquear que es imposible esa vida, porque es más caos que armonía y tranquilidad".

—¿Cómo definís este espectáculo?

—Es una obra donde hablo de lo que estamos viviendo en esta época. Me gusta hablar de cosas que me dan vergüenza de mí, y las expongo en el escenario desde lo corporal o con mi personalidad. Me gusta compartirlas, reírme de eso, de lo que uno quiere disimular, no sentir o tener. Me gusta encontrarle un chiste para compartirlo en el escenario. Hablo mucho del vínculo con mi mamá, con mi hija que es algo muy identificatorio de las mujeres, porque todos tenemos un vínculo con nuestra madre, y en las mujeres es especial. También me gusta que vengan hombres, así se llevan un poco de data del intenso mundo de las mujeres.

—El título se desprende de situaciones que contabas en tu anterior show, Cosa de minas. ¿Allí surgió Tengo cosas para hacer?

—Se desprende, aunque es un show diferente y nuevo, pero como lo hago yo tiene mucho que ver con ese otro unipersonal. La frase “Tengo cosas para hacer” la decía mucho en Cosa de minas porque es muy de las mujeres. Siempre está esa sensación que hay cosas para hacer, te tenés que ir y te falta algo, no sabés qué ponerte y la lista de tareas parece no terminar nunca.

—Sobre todo, es una frase de madre.

—Es verdad, porque las madres estamos con nuestras agendas y temas, y también las de nuestros hijos. Creo que es un mal de esta época. Vivimos acelerados y con la sensación de que siempre te estás perdiendo de algo reimportante. Esa es una marca de estos tiempos.

—¿Te acordás de la primera vez que subiste a un escenario uruguayo?

—Sí, lo que recuerdo es el contraste. El porteño es muy acelerado, intenso, y como público somos igual: gritamos, aplaudimos, hacemos quilombo. En cambio el uruguayo es más tranquilo y centrado. La primera función que hice en Montevideo fue en La Trastienda y las risas eran más tranqui que acá (en Argentina), pero el aplauso final fue espectacular. Es un público respetuoso, pero en Uruguay recibí mi primera ovación de pie y eso nunca se olvida. Fue muy lindo. Volví varias veces y siempre se pasa bien. No quiero quedar mal con los porteños pero hay que reconoceer que el uruguayo es más centrado. Pasa que vivo en un país donde no hay reglas y eso es muy enloquecedor porque cada uno cree que es el dueño de las reglas. En otros países hay orden pero acá hay quilombo, es divertido pero enloquecedor. Cuando vas a Uruguay te encontrás con gente más organizada mentalmente.

—¿Qué te da gracia?

—Tengo que tener algo armado para esa pregunta porque me lo preguntan seguido. Lo que me divierte mucho es la gente a la que no le importa ser ridícula. Esos que parecen estar más allá de todo, que no les importa lo que piense el otro. Eso a mí me divierte. Son esas personas que no están atentas al qué dirán, que no les importa cómo les queda lo que se pusieron, lo que hacen o dicen. Eso me divierte.

—El humorista tiene una mirada muy centrada en lo social; busca esos detalles que para muchos pasan desapercibidos, para crear un chiste. ¿Te parece?

—Sí, los comediantes de stand up somos una especie de sociólogos truchos que estamos mirando y diciendo cosas que observamos. A veces son tan boludas que los sociólogos no se ocupan de eso.

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