El uruguayo que fue movilero, renació en el teatro, triunfó en Argentina y vuelve para cumplir sueños en casa

"No reniego para nada de mi pasado", dice Damián Lomba, que trabajó en "Infama", fue Hamlet y ahora, a 10 años de haberse instalado en Argentina, llega al Sodre con el unipersonal "Verdar". De eso, esta charla.

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El actor uruguayo Damián Lomba en "Verdar".
Foto: Difusión

Si el camino de Damián Lomba pudiera comprimirse en un párrafo, debería incluir aquellos sketches de carnaval y las secuencias de Cris Morena que ensayaba, de niño, en la azotea de su casa; sus tiempos de conductor de radio (en El tren de la medianoche) y periodista de chimentos; la vez que los medios dijeron que había muerto y cómo aquello le indicó que esa vida tan expuesta no era para él. Sus inicios actorales, la frustración, el día que hizo el bolso y abandonó Uruguay en busca de un lugar en Buenos Aires. Las figuras con las que trabajó, tan llamativas, tan distintas: Nazarena Vélez y Aníbal Pachano, Beto César y Celeste Cid, María Onetto y Daniel Veronese y Luis Machín. Y los proyectos que lo atraviesan ahora: la poesía de Alejandra Pizarnik, la reversión de Shakespeare o Verdar, el texto que lo trae de vuelta a casa.

A 10 años de haberse radicado en Argentina, Lomba (1988) llega a Montevideo con una obra del ascendente autor chileno Nicolás Lange, que dirige Dalia Elnecavé y tendrá funciones este fin de semana en el Auditorio del Sodre. Va mañana y el domingo a las 21.00 en Sala Balzo (entradas en Tickantel, 2x1 con Club El País.

Verdar, un monólogo que el propio Lomba gestionó para traer al Río de la Plata (en marzo lo hará en Buenos Aires), es el primer unipersonal de su carrera. Es la historia de un hombre, director de orquesta, que tenía cuatro años cuando vio el suicidio de su madre. “¿Cómo se reconstruye el alma luego de un dolor extremo?”, se pregunta una puesta que Lomba anticipa amarga pero de la que también hace algunas precisiones: que tiene humor, que es algo luminosa, que trae alivio.

Lomba había escuchado del trabajo de Lange una y otra vez, así que en algún momento le escribió, le pidió sus textos, hurgó en ellos con la intención de poder escenificarlos. Finalmente se encontró con Verdar, que lo tocaba en varios sentidos; dice que el encuentro fue “mágico”, que lo sintió en el cuerpo. Hacía muy poco tiempo que María Onetto, referencia entre las actrices argentinas, maestra y amiga suya, se había suicidado. A ese pérdida se le sumaban, al actor, la muerte reciente de un abuelo y una separación que también implicaba un duelo. Como si fuera poco, el personaje de Verdar atravesaba una parálisis facial, un problema que él mismo había vivido cuando ni siquiera tenía 20 años.

“Cuando estaba así, en esa locura de querer hacer, querer hacer, querer hacer y salir en la televisión y esto y aquello, y toda esa vorágine energética mutante de un pibe de 19 años, tuve una parálisis facial”, dice Lomba que, en aquel tiempo, atendía como movilero de Infama. “No era para mí ese mundo, no me hacía sentir cómodo. De hecho fue una locura: me dieron por muerto. Mi madre llorando, mi familia llamándome, salía en la prensa... Toda aquella carga terminó con mi cara paralizada”.

La carrera de Lomba está hecha de sacudones así de abruptos, pero también de progresiones lentas, de procesos. “Cuando decidí realmente formarme como actor, y vine a Argentina y estudié con maestros como Augusto Fernández, algo fue cambiando”, dice. En Uruguay había aprendido de referentes como Hugo Blandamuro, Roberto Fontana, Beatriz Massons, y en Buenos Aires fue desaprendiendo: en su metamorfosis se distanció de algunos vicios de la profesión, y de alguna forma también se refinó. Lo dice, aclara, sin prejuicio: refinó su mirada, entendió qué era lo que quería contar, a qué se iba a entregar.

“Entonces sí, trabajé con Nazarena Vélez, trabajé con Aníbal Pachano, una cosa que hoy en día siento como en la vereda de enfrente, pero no por juzgar, sino porque no es lo que elijo hacer, que tiene que ver más con lo humano, con lo profundo de la actuación”, dice a El País. “Y hoy me siento contento de haber llegado a este lugar. Pero no reniego para nada de mi pasado. Es un camino que me hace llegar a hoy”.

Nazarena Vélez y Damián Lomba en pleno ensayo.
Damián Lomba y Nazarena Vélez en la obra que hacían juntos. Foto: Archivo

Entre los programas de chimentos y Verdar, el recorrido de Damián Lomba ha sido singular. Atiende la llamada de El País tras una jornada de grabación para una serie de Amazon Prime Video, y su curriculum, largo, incluye haber dirigido a figuras como Cristina Banegas, Marilu Marini, Mirta Busnelli o Florencia Raggi para la premiada Las lilas, el silencio y la noche, sobre textos de la poeta Alejandra Pizarnik; haber sido Hamlet en la vanguardista Ojalá las paredes hablaran que en 2022 se pudo ver en la sala principal del Solís, con dirección de Paola Lusardi; y haber participado de Aída en el Teatro Colón.

Que Ojalá las paredes hablaran, Lo que queda de nosotros el año pasado y ahora Verdar lleguen, de su mano, a Montevideo, es una conciliación. “Yo pasaba de chiquito por estos teatros, el Solís, el Sodre y decía: qué ganas tengo de estar ahí. En un país en que en su momento no tenía posibilidades, era un chico frustrado que decidió irse a vivir a Buenos Aires. Y hoy, 10 años después, con una formación, con trabajos de por medio, que se me abran estas puertas es espectacular; tiene un sabor especial poder hacer teatro acá”, dice. Después confiesa: “Cada vez que voy a trabajar hay algo que me tira tanto que no sé si el día de mañana no regresaré”.

¿De qué se trata, entonces, esta historia de idas y vueltas, de tanto cambio, tanta búsqueda?

“El éxito no tiene que ver quizás con la respuesta del público, o sí, pero no es el mayor factor; tiene que ver con la unidad de equipo que hay, con el trato humano sobre todo, y con el texto que uno elige hacer. Es esa mi búsqueda”, dice. “Es trabajo, es arremangarte y es meterle porque si uno toma la decisión de trabajar de esto, por más de que muchas veces pensé en dedicarme a otra cosa —que de hecho lo hice, trabajé en recepción de un banco y estuve tres meses y era un infeliz—, es la lucha y es trabajar día a día para poder vivir de lo que uno eligió, de contar historias. Hacer teatro para no morir, que creo que es una elección, porque no percibo mi vida de otra forma que no sea atravesada por esto”.

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