Emilia Díaz ya lo hizo (casi) todo y ahora va por su primer protagónico en teatro: "Soy como un alma vieja"

Actriz, comunicadora y carnavalera, la ex "Consentidas" y "Plop!" estrena "La sapo", una obra de teatro en la que interpreta a una abuela. "Que te la creas por actuar en Uruguay no existe", dice a El País.

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Emilia Díaz en la actualidad.
Foto: Difusión

Es lunes 4 de setiembre. Son las cuatro y media de la tarde y Emilia Díaz, rulos cada vez más grises, labios a menudo pintados de rojo, la carcajada fácil y gutural, está en el Teatro Alianza para dar los últimos pasos hacia el estreno de La Sapo.

Dice al teléfono: “Yo quiero estrenar ahora, ya. Si venís, te hago la función”.

También dice: “Este es un drama que desarmamos con ironía y sarcasmo en muchos momentos, y vamos a probar eso con el público uruguayo, muy solemne para algunas cosas, un público respetuoso. Y la muerte es un tema que se ha tomado con mucha solemnidad. Reírte un poco de eso tiene sus peligros. Es un experimento que, como actriz, estoy ansiosa de revelar”.

Y, como al pasar: “Este es mi primer protagónico”.

Emilia Díaz tiene 48 años. Debutó en teatro a los 18, fue parte del humor televisivo de Plop!, se probó en coconducción en El teléfono de Canal 12 y se afianzó como un tercio de Consentidas en Canal 10. Es operadora en Psicología Social, diplomada en Género y Políticas Públicas, estudiante en Ciencias de la Educación. Escribió libros: Cuestión de Díaz y Guardianas (sobre yuyeras, sabias, comadres) que, en meses, tendrá secuela. Hizo radio. Ganó premios. Tiene dos hijos, cría dos perras. Fue dramaturga. Se lució en carnaval, un mundo al que volverá en 2024 y otra vez con la murga Doña Bastarda. Y ahora va por su primer protagónico.

Lo hará por primera vez en La Sapo, que escribió y dirige el argentino Ignacio Tamagno, asiste Vachi Gutiérrez y coprotagoniza Sofía Rivero. La obra, que tiene versión argentina y se transformó para su faceta más uruguaya, va del diálogo entre una abuela, su nieta y la oscuridad del pasado familiar. Desde hoy, tiene funciones diarias hasta el martes 12 en Alianza; va 20.30 y el domingo a las 19 y hay entradas a la venta en Tickantel.

El martes, a un día del estreno y sobre una foto de sus pies fangosos, escribe: “Hacer teatro es esto. Embarrarte hasta los huesos en el ecosistema de un personaje y ser, tejiendo con otros un sueño”. Antes charla con El País.

—Pienso en cómo se presenta La Sapo, con todo ese peso dramático de la sinopsis, y pienso en el humor de Esperando la carroza de la Comedia Nacional, que es lo último que hiciste en teatro...

—Y fue hace nada Esperando la carroza. Para mí, lo más lindo de dedicarte a esto es ir saltando de propuestas, de texturas, de escenarios. Me parece un desafío, siempre siento que estoy frente a un abismo que no voy a poder resolver (se ríe). De todas maneras, yo abracé el texto la primera vez que lo leí; me enamoré, porque era como si hicieran hablar a una de mis guardianas, como si la hubieran desenterrado y dijera todo lo que las veteranas se callan para poder sobrevivir. Ponen su espalda como puente, como (la activista) Gloria Anzaldúa que habla de “está puente mi espalda”, para otras generaciones. Acá la nieta le da una sobrevida a esta abuela que, un poco enojada porque ella no tiene ganas de volver a vivir, le sigue la cabeza, la abraza y le abre los ojos. Y la libera, también. Creo que las generaciones de viejas nos han liberado tanto... Hay un montón de fuerza que nos damos.

—Contame de tu primer encuentro con La Sapo.

—A mí siempre me gustó muchísimo la poesía, es como un viaje psicodélico sin peaje; la poesía a mí me eleva como la música puede elevarte, cuando escuchás un tema y te cambia la percepción del mundo en el que estás, que estás adentro de un ómnibus y te cambia la velocidad de la sangre. Y con la poesía me pasa esto. Con esta en particular. Yo me sentí muy por dentro del texto de una, y no me pasa casi nunca; siempre leo desde una perspectiva más objetiva, como distante, pensando un poco en la construcción de los personajes. Y este texto me zambulló, me agarró del pescuezo y me tiró para adentro. No lo pude soltar.

—Tenés 48 años y esta es una sociedad que parece vivir peleándose todo el tiempo con el envejecer, maltratando el concepto. Y, de repente, tomás la decisión de ponerte en el lugar de abuela. ¿Qué te significa?

—Tenemos una idea de la vejez que a veces es clasista, sin dudas sexista. Corporalmente implica que tengo que calentar, imaginarme sus pies; pienso mucho cómo pisa, cómo camina, cómo junta sus rodillas, qué le pasa con su espalda y con su cara, y a mí me encanta porque es como que agarrás una masa de barro y tenés que empezar a cincelar. Después, hay cosas que tienen que ver con decisiones que ya había tomado, como empezar a dejarme las canas en enero sin saber que iba a venir esta propuesta. Pero en lo espiritual siempre me sentí bastante vieja; eso no es tan distinto a lo que soy.

—¿Sos un alma vieja?

—Sí (se ríe), soy como un alma vieja. Tengo presentimientos, ese tipo de cosas que tienen las personas que han vivido mucho y que tengo desde que soy chica; intuiciones, conclusiones, reflexiones. Una amiga aburrida, digamos (se ríe). Mis amigas siempre decían: “con Emilia voy a hablar por último, primero me quiero divertir”. Soy la que te hace las preguntas que no querés escuchar.

—Dijiste que es tu primer protagónico...

—Sí (ríe a carcajadas). Lo más gracioso es que leí una nota que decía “la protagonista es Emilia Díaz”, y ahí lo vi. Yo no había caído.

—¿Qué le pasa al ego con este acontecimiento?

—¿Al ego? No sé, vamos a ver cómo sale. El ego es algo que uno tiene que centrifugar mucho para poder sobrevivir en Uruguay. Que te la creas por actuar en Uruguay no existe, en Uruguay ni en ninguna parte. Una cosa es ganar confianza en una misma, creer en las herramientas, las horas de vuelo que son las horas de vida y de ensayo y de investigación y lectura, y en tono economicista, ese es mi capital. Y hay que confiar y pararte en escena confiando en todo eso. Pero eso es una cosa, y otra cosa es que se te llene el traste de papelitos. El ego es esa otra fiesta de papelitos, y me parece que no me siento bien ahí. Me parece que si tu trabajo es subirte a un escenario para que otra gente te mire, te escuche y después te aplauda, algo de narcisismo tenés que tener; hay que saber diferenciar el ego y el narcisismo.

—En tus últimos años has hecho cosas bien diferentes: está el proceso de Guardianas, hiciste carnaval, estuviste en Masterchef, en tus redes sociales desarrollás cada vez más una faceta de cuestionamiento político... ¿Cómo se define a la Emilia Díaz de 2022/2023?

—¡Pah! (Piensa) Ya sé, ya sé, mirá esta: climatérica (ríe a carcajadas). Climatérica rock (sigue riendo). Sabés que entrar en facultad (de Humanidades) me encendió un montón, me nutre de lecturas que me despiertan el corazón y me ayudan a leer el dolor que me provocan la realidad, la injusticia, los agujeros de la vida. Me ayudan a encontrar las causas, las vías de salida, la esperanza. Es mi jardín nutricio.

—¿Ayuda también contra el ataque y las críticas virtuales, que pueden ser tan triviales y a la vez tan duras?

—Yo no leo nunca los comentarios. A veces les digo a mis amigas que no salgan a defenderme, porque sí las leo a ellas, ¡y qué están haciendo! No quiero leer el hateo, no sé. Finjo demencia, es parte de. Finjo demencia. Ladran, Sancho: yo sigo adelante.

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