Es hijo de una estrella de cine, dirigió "Chiquititas" y viene a Uruguay con una obra elogiada

Este fin de semana en El Galpón se presenta "El amateur Segunda vuelta" de Mauricio Dayub esta vez acompañado por Gustavo Luppi, quien charló con El País.

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Gustavo Luppi

Quienes vieron El equilibrista, saben de la capacidad de Mauricio Dayubpara hacer comedia y drama en puestas en escena originales y exigentes. Ahora, el argentino regresa a Uruguay con El amateur segunda vuelta, otro de sus clásicos lleno de elogios. Va este fin de semana en El Galpón y quedan entradas en Tickantel. En la obra también está Gustavo Luppi, actor, maestro de actores y director de éxitos televisivos. Sobre cómo es trabajar con Dayub, El amateur y cómo pesa su apellido, Luppi charló con El País.

—¿Cómo se integró a El amateur Segunda Vuelta?

—El proyecto lo conozco hace muchos años porque cuando Mauricio la estaba escribiendo, me la comentaba. En 2021 cuando la pandemia estaba que se iba y no se iba, me llamó Mauricio y me propuso que quería hacerla porque sentía que lo que decía tenía mucha actualidad. Le dije que sí, sin dudarlo, porque más allá de que lo quiero y lo valoro muchísimo como profesional, sé de la seriedad y el compromiso que asume con cada proyecto. El te lo dice así como haciéndose el hippie “che, ¿por qué no nos juntamos?” Pero cuando te juntás con él es a laburar, no a tomar mate. Empezamos a trabajar con el director original, el Indio Romero, y fue lindo porque los ensayos eran sobre la obra pero en plan reunión de amigos con opinión. Así la fuimos armando sin prisa pero sin pausa.

—¿Qué nos vamos a encontrar en la obra?

—Se habla de la amistad, del amor, de los sueños, de la posibilidad de sumarse al sueño de otro y hacerlo propio y resignificar la vida. Mauricio tiene una mirada muy humorística sobre lo dramático y entonces la obra tiene su humor, su invitación a repensar cuáles son nuestros sueños y cuáles son aquellas cosas que por conveniencia hemos postergado pero pujan por salir y que creemos que vale la pena que salgan. Y que se hagan contra todo pronóstico. Y con la madurez de los años, la mirada es mucho más humana, más sincera. Es una versión a la que veo bien compacta sin necesidad de agradar. La pasamos muy bien y esa sensación se transmite. Y cada día nos sorprende más la devolución del público a la salida.

—Hace de todo. ¿Qué pone en los documentos, actor, director, profesor?

—Actor y director.
—¿Cuándo uno puede poner eso? ¿Cuando le pagan?

—Sí, pero ¡hay cada uno al que le pagan! Supongo que será cuando sentís que esto es tu profesión, tu modo de vivir. Pero también puede ser que por avatares, vivas de otra cosa y te dediques a esto. Se es actor cuando uno siente que arriba de un escenario está más vivo que en otro lugar.

-¿Y eso cuándo le pasó a usted?

—Cuando tenía 12 años, una directora muy importante y maestra de actores, Hedy Crilla, una austriaca, iba a dirigir una obra infantil y Lito Cruz era su secretario y conocido de mi familia. Ella quería un chico de mi edad para hacer un personaje bastante simpático y me convocó. Empecé los ensayos con cierto temor, pero ya cuando se estrenó la obra y tenía que ir a las funciones, me di cuenta que era algo que no quería dejar.

—En otro de sus roles, ¿cómo es dirigir, por ejemplo, Chiquititas?

—De todos los proyectos podés aprender algo. Chiquititas tenía escenas muy difíciles de hacer porque tenías 14 chicos, todos con diálogo y tenías solamente tres cámaras para ver de qué manera ser creativo y productivo al mismo tiempo. Además hice Chiquititas para Brasil. Los chicos son frescos y empezás a ver, más allá del programa que hacés, otra calidad en la gente y la terminé pasando bien. Verano del 98 también era todo un elenco de gente nueva, adolescentes.

—¿Se puede colar personalidad de director en un proyecto tan protocolar como una tira juvenil?

—Sí, aunque se nota menos que en un proyecto en el que por ahí tenés más participación. Los infanto-juveniles son formatos muy definidos que después los industrializó Disney. Pero, sin traicionar las leyes del programa, vas tratando de meter cosas tuyas, algunos giros de humor, alguna manera de poner la cámara en determinados momentos.

—¿Y de qué momentos de esos está orgulloso?
—En La Lola y Ciega a citas la pasamos muy bien, porque la historia y la creatividad propia sentíamos que estaba acompañada. Y hubo una tira que se llamó Doble vida, que era un culebrón con alma de policial y de pronto empezamos a coparnos en ese juego y ahí aparecieron cosas muy interesantes.

¿Cómo fue ser el hijo de Federico Luppi para su carrera artística?

—Una vez mi padre me dijo “te vas a tener que bancar a mis amigos y a mis enemigos”. Siempre la opinión ajena es parcial: si hacés algo bien dicen “y cómo no lo va a hacer bien si es el hijo de Luppi” y si haces algo mal: “Y este labura porque es el hijo de Luppi”. Hubo que lidiar con ese tipo de cosas.

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