Por Belén Fourment
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Debutó con 10 años como la hermana de aquella Eva Perón que interpretó Flavia Palmiero. Golpeó puertas hasta que logró que la convirtieran en la hija de Luis Brandoni en el unitario Estado civil. Supo lo que era ser famosa cuando estuvo en Verano eterno, la tira que fue furor en el Río de la Plata. Estuvo en tantos éxitos de la televisión argentina que su cara es, un poco, signo de la ficción del país vecino. Está enamorada del cine pero su gran pasión es el teatro, ese que ahora la trae a Uruguay, donde nació y adonde vuelve cada vez que puede. Tiene 50 años, pero todavía se emociona cuando se acuerda de esto: de su infancia en Salinas, de los médanos, y de la fuerza con la que soñaba trabajar de actriz para siempre.
Esa, la de los sueños cumplidos, es Magela Zanotta, que viene a por otro logro: dirigir por primera vez en Montevideo. Estrenará Lo que queda de nosotros, con Damián Lomba y Giselle Motta, este jueves en la Sala Balzo del Auditorio del Sodre; tendrá funciones hasta el domingo y quedan entradas en Tickantel, con 2x1 para socios de Club El País.
Sentada en el café del Sodre, a metros del lugar donde en días presentará uno de sus proyectos más significativos, Zanotta dice a El País que estrenar en Uruguay le provoca felicidad, orgullo y agradecimiento. Que es emocionante porque se juntan dos amores, su vocación y su tierra. Que la única razón por la que no vive de este lado del Río de la Plata es porque, “por suerte”, nunca ha parado de trabajar en su otra casa, esa que acogió a su familia cuando ella tenía apenas un año de edad y esa que, tras tres años en Salinas —entre sus 7 y sus 10—, la volvió a recibir para abrirle el camino.
La historia podría empezar con Parchís, aquel fenómeno infantil que arrasó en la Iberoamérica de principios de los ochenta. Zanotta (1972) los consumía con el fervor de cualquier niña de su tiempo y empezaba a fantasear con el mundo del arte. Estaban las canciones, las coreografías, la interpretación. Eso último, supo pronto, era lo que ella quería para su vida: ser otras. Ser actriz. Trabajar de actriz.
En eso pensaba en Salinas y a eso se aferró cuando, tras tres años allí, su familia volvió a radicarse en Buenos Aires. Insistió y los padres la mandaron a estudiar con Agustín Alezzo, toda una referencia.
Tenía 10 años cuando Eduardo Mignona la fichó para su primera película, Evita, quien quiera oír que oiga, un documental de ficción que fue el primer largometraje dedicado íntegro a Eva Perón. Flavia Palmiero era la histórica mujer del título; la niña uruguaya, su hermana.
“Lo que te puedo decir es que yo tenía una fuerza interna muy fuerte de querer ser actriz. Y lo tuve que parir, porque no es que mis papás tenían contactos o yo tenía una belleza descomunal que me pudiera abrir puertas, o un talento descomunal. Realmente fue a fuerza de patear”, dice Zanotta en charla con El País. “Cuando arranqué, la única forma que tenía de buscar trabajo era mirar el programa de televisión, ver quién era el productor, buscar en la guía telefónica dónde era el canal, ir, golpear, que me dijeran que iba a estar el miércoles a las dos de la tarde, ir de nuevo para que no me atendiera, hacer cola… Todo un camino. Yo me tomaba como trabajo buscar trabajo. Seriamente, desde los 15 años. Me sacaba el uniforme del colegio en un baño, me arreglaba y me iba a dejar mi currículum. ¡Mi currículum, que no era nada! Y cuando tuve mi primera oportunidad taladré al productor. Le dije: ‘Mirá, yo estudio desde los 10, necesito que alguien se la juegue por mí, que me dé un papel, o mi currículum va a estar vacío toda la vida. ¡Necesito trabajar!’. Y Jorge Maestro me dio mi primer trabajo en tele”.
Fue en Estado civil (1991), un unitario para el que le tocó hacer de hija de Brandoni. El primer día en que su personaje salió al aire, Maestro la llamó y la increpó: “Vos me mentiste”. De ninguna manera, le dijo, ese podía ser su primer papel.
De ahí en más, con una escena que mostrar, todo fue más sencillo. Zanotta estuvo en Son de Diez, en Como pan caliente, en Verano del 98 —“ahí supe lo que era ser famosa”—; la dirigió Juan José Campanella en la película El mismo amor, la misma lluvia que protagonizó Ricardo Darín, y la lista es así. Lejos de los protagónicos de pantalla, cerca —siempre— de los nombres más grandes de la ficción argentina, entre ellos el de Guillermo Francella: la convocó para la comedia Perfectos desconocidos que dirigió en teatro; le dio el mejor papel de todos y luego la recomendó para El robo del siglo, el film de Ariel Winograd, y la serie El encargado, donde repetirá en la segunda temporada. También estará en el regreso de la telenovela Argentina, tierra de amor y venganza.
“Soy una afortunada”, dice ella, “y tengo solo agradecimiento”.
A Uruguay, donde la última vez que actuó fue, justo, con Perfectos desconocidos, vuelve como directora. Lo que queda de nosotros, de los mexicanos Alejandro Ricaño y Sara Pinet, es un drama sobre una mujer (Giselle Motta) y un perro (Damián Lomba), que habla del duelo, la marginación y el cuidado.
“El proceso al principio fue de búsqueda corporal con Damián y más emocional con Giselle, y fue un camino de trabajar en equipo. Para mí manda el cuento, y todo lo que sirva para contar ese cuento, lo buscamos juntos. Creo mucho en el trabajo en equipo y en crear un ambiente donde ellos puedan sacar todo al servicio de eso”, dice. “El teatro es muy curador, para el que lo hace y para el que lo ve. Si el material es profundo, no salís ileso”.
El teatro, al final, lo es todo: es ahí donde encontró el verdadero sentido de aquella fuerza de balneario, ahí donde logró sus mayores satisfacciones, ahí donde —por ejemplo— hizo La duda (2006) y vivió uno de los grandes momentos de su carrera. Ahí donde la verdad existe.
“He tenido la fortuna del no encasillamiento”, dice ahora. “Por ahí no he tenido la fortuna de ser famosa, de ser una primera figura en televisión y tener un gran cachet y unos grandes canjes, pero me ha tocado el no encasillamiento, y no es poca cosa. Me llaman para cine, teatro, tele; para drama, para comedia; para personajes pequeños, personajes más grandes. Y yo voy. Y laburo”.
Y es el sueño cumplido.