ENTREVISTA
Es el dramaturgo uruguayo más prestigioso a nivel internacional hoy, y tres de sus obras están en cartel en Montevideo. De eso charló con El País.
Sergio Blanco es hijo de la fascinación. Su obra, la que recorre el mundo y lo ha convertido en el más internacional de los dramaturgos contemporáneos uruguayos, está regida por una atracción irresistible, por un puñado de tropos que lo envuelven y obsesionan, que lo persiguen y lo intrigan.
A Blanco, autor y director montevideano que en este momento tiene 26 obras teatrales montadas alrededor del planeta, las cosas le fascinan. Le fascina la muerte y le fascina el amor. Le fascinan los cuerpos y le fascina el espanto. La periferia y la contradicción. La belleza que, como en Las flores del mal, está arraigada al horror, la violencia, lo inexplicable.
Por eso él, que ya escribió sobre la muerte de su padre cuando su padre todavía estaba vivo (El bramido de Düsseldorf), que ya contó de su propia muerte asistida y del deseo de cederle el cuerpo inerte al más famoso de los necrófilos (Cuando pases sobre mi tumba), ahora escribe sobre la zoofilia: sobre un hombre, Sergio, y su historia de amor con un gorila.
Eso es lo que atraviesa Zoo, la obra que el autor estrenó en marzo en el prestigioso Piccolo de Milán, y que desde hoy y hasta el viernes mostrará en la sala principal del Teatro Solís, de la mano de la compañía italiana. La propuesta, enmarcada en el 7° Festival Internacional de Artes Escénicas (Fidae), irá en italiano con subtítulos en español; hay entradas en Tickantel.
“Siempre tengo procedimientos de escritura que son un poco particulares”, dice Blanco a El País. “Esta obra la fui a escribir a un zoológico. Yo quería conocer más de cerca a un simio, y en el zoológico de París me instalaron un escritorio y pude ir diariamente y aproximarme a su mundo, al de los veterinarios y al de los cuidadores. Ahí me fui inspirando y escribiendo esta historia de amor entre Sergio, un gorila que se llama Tandzo y una veterinaria”.
Radicado en París hace décadas, el uruguayo hizo de un zoológico parisino su oficina, y la frecuentó durante dos meses, cada día entre octubre y diciembre de 2018.
De la observación, del aprendizaje, de la deconstrucción y del mundo de las miradas, Blanco recogió información que luego procesó durante todo un año de escritura. Después, cuando lo convocaron para dirigir en el Piccolo de Milán —“uno de los lugares simbólicos donde toda persona que se dedica al teatro aspira a llegar algún día”, dice—, reubicó la acción en suelo italiano y le hizo lugar a un personaje, Edda Ciano, hija de Benito Mussolini.
“Gran parte del teatro tiene una vocación política. Todo es político”, dice Blanco. “Foucault decía algo interesante: que no hay nada más político que el vínculo que establece el cuerpo consigo mismo. Y la autoficción, este género que yo practico donde yo mismo me reescribo, o parto de vívidos míos para producir ficciones, de alguna manera es un gesto político, porque estoy trabajando sobre mi propio itinerario vital, pero siempre buscando a los demás. Eso ya es un gesto, de por sí, absolutamente político: la búsqueda del otro”.
En Zoo, lo político y la fascinación confluyen en el vínculo entre las especies y el abordaje, desde lo bello y lo noble, señala Blanco, de una parafilia como la zoofilia.
“Siempre es fascinante salir de los ejes, del centro, y ver todo lo que está en la periferia. Todo lo que es paralelo, lo que es obsceno, lo que tiene que estar fuera de la escena, siempre me atrae. Y mi teatro se ocupa de esos mundos paralelos, periféricos, de esas zonas que están excluidas y salen de la norma, de la doxa. Me interesa buscar esas zonas, así como me atrae ir a buscar la belleza donde hay horror”. La lógica, dice el autor, no es promover la violencia sino preguntarse, ante el horror ya acontecido, qué belleza puede haber ahí.
Tres obras en Montevideo y un nuevo libro
La llegada de Zoo viene a engalanar una suerte de temporada de autor: además de su puesta italiana, en salas montevideanas están para ver sus obras Slaughter y El salto de Darwin, y en librerías está su nuevo título.
“Son tres momentos muy distintos de mi teatro”, resalta Blanco sobre las piezas teatrales en cartel, como si en esos tres títulos estuviera representada toda una evolución, todo un camino de éxitos, premios internacionales y elogios, todo un cambio.
Slaughter, que tiene funciones hasta fin de mes en el Teatro Stella D’Italia, con dirección de María Dodera, es el reflejo de sus comienzos como dramaturgo y pertenece “a otra época, a otro tipo de escritura”.
El salto de Darwin, que la Comedia Nacional estrenará este sábado en el Solís y que marcará el debut como directora de la hermana del autor, la reconocida actriz Roxana Blanco, es el punto de quiebre. La bisagra entre la ficción y la autoficción, la forma literaria que abrazó y en la que aborda lo autorreferencial desde un lugar muchas veces imaginario.
Zoo, este montaje italiano que se verá desde hoy, es su último texto, la fiel representación de su inventiva, su lenguaje, su propuesta actual.
Como broche de oro, Criatura Editora acaba de lanzar Confesiones. Tres conferencias autoficcionales, un libro que reúne discursos sobre el amor, la violencia y la muerte, con los que recorrió varias ciudades y que resumen mucho de su psiquis y pulsión.
¿Y ahora?
Cuando deje Uruguay, Blanco irá a Grecia y a Irlanda, a Londres y a Madrid, a Tokio y a París, llevado por el teatro y el trabajo. Y luego seguirá escribiendo su nuevo texto, ligado a la pérdida de su madre y que prevé estrenar dentro de un año.
“Siempre la escritura, y creo que por eso me dedico a escribir, nos salva de la vida”, reflexiona el autor. “Al menos a mí. Allí donde hay dolor, donde hay tristezas, donde hay angustia, donde hay vacío, traumas, la escritura viene a embellecer todo. Quizás escribo como una forma de buscar belleza”, dice, porque al final del día, todo se resume en eso. En la fascinación.