"Frankestein", el experimento de la Comedia Nacional que agota todas sus funciones en un lugar atípico

El elenco municipal estrenó su arriesgada puesta en un espacio no convencional, la Facultad de Medicina, y ya se agotó toda la temporada. Cómo es la propuesta de Andrea Arobba.

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Fernando Vannet en "Frankestein" de la Comedia Nacional.
Foto: Carlos Dossena

O queda capturado en una historia de Instagram o es como si no hubiera ocurrido. O se exprimen el cuerpo, el tiempo y el espacio para estar en todos lados en simultáneo o se cae rendido ante el FOMO, el síndrome asociado al temor a perderse algo, lo que sea, cualquier cosa. O gana la ansiedad o la sensación de que no estamos sabiendo cumplir. Hay que vivir las cosas, hay que pertenecer, hay que estar. Hay que sentir a través de todos los estímulos, como si ya no alcanzara con la música, con el texto, con la actuación; como si siempre hiciera falta más, más, más. Por momentos, hasta la emoción parece haberse vuelto insuficiente.

En abril de este año, el dramaturgo Gabriel Calderón, director de la Comedia Nacional, dijo en el programa Ideas cruzadas de TV Ciudad que la discusión a la que se enfrenta el elenco municipal ya no tiene que ver con qué teatro hacer, con qué significa la tradición y qué lo contemporáneo. “El teatro tiene que hacerse hoy, es nuevo aunque yo intente hacerlo viejo”, dijo para explicar su temporada Nuevos Clásicos que, tras el disruptivo ciclo 2022 lleno de textos modernos y de hitos como Estudio para La mujer desnuda y maravillas como Constante, apostó a algunos pilares de ficción: el Fausto de Marlowe, Sófocles, Horacio Quiroga, Mary Shelley, Gabriel García Márquez, Bertolt Brecht.

En un punto, dijo Calderón, aquella ya no es la discusión: la discusión hoy es cómo hacer teatro.

Y ahí es donde entra Frankestein.

Para aventurarse con una de las novelas más icónicas del siglo XIX, Frankenstein o el moderno Prometeo, la Comedia Nacional se rindió ante la adrenalina del riesgo. Así, la puesta fue ofrecida a Andrea Arobba, que es bailarina y coreógrafa y una de las líderes de GEN, un centro de artes y ciencias que trabaja sobre proyectos interdisciplinarios relacionados a los problemas de la cultura contemporánea, y que busca estimular el diálogo y el cruce entre las áreas de conocimiento.

Arobba se hizo cargo de la dirección pero también de la versión del texto de Mary Shelley, que aquí firma con Pablo Casacuberta, cineasta y escritor e integrante de GEN, y con Gabriela Escobar, poeta, música, flamante novelista. A la institución y al trío de creadores —que no es propiamente teatrero— los mueven las mismas cosas: la innovación, la curiosidad, el arte, la tecnología, lo vital y el cuerpo, que son, al final, la esencia de Víctor Frankestein, el personaje del médico que, obsesionado con el límite entre la vida y la muerte, une partes de distintos cuerpos hasta crear al ser que le dará paso a una historia de horror.

Estrenada el viernes en el salón de actos de la Facultad de Medicina y con entradas agotadas para toda su temporada, que aún tiene por delante 13 funciones hasta el 10 de setiembre, la obra es cruce de teatro y danza, de ficción y no ficción, de sombra y de luz, que también opera como un Frankestein, una combinación de partes que intenta ser una forma nueva. Porque la discusión, lo dijo Calderón, no es qué teatro se hace sino cómo se hace. Frankestein va por la experiencia.

***

En algún momento, Mario Ferreira dice que esa sala en la que estamos, de techo altísimo y cúpula, de 150 espectadores, de otro tiempo, está justo encima del depósito de huesos de la Facultad de Medicina. Que si de golpe el suelo se partiera caeríamos todos sobre un colchón seco de fémures y clavículas, de cráneos y columnas. De vestigios de muertos.

¿Pero qué es, al final, la vida? ¿Cuándo esos huesos pierden el lazo con lo humano? ¿Cuándo dejamos de ser lo que somos, cuándo la tecnología se convierte en entidad, cuándo se define todo esto? ¿Qué hace monstruo al monstruo?

Frankestein trabaja sobre esas preguntas de manera simple y directa. Los bloques de texto —a veces desprendidos de la novela, a veces biográficos con Lucía Sommer como Mary Shelley, a veces metateatrales con Ferreira como estrambótico anfitrión— articulan el dilema de la identidad con el de los derechos y el fantasma expansivo de la inteligencia artificial. Disparan ideas y las dejan en la superficie, como si para ir a lo hondo solo hiciera falta callarse y, con todo el cuerpo, escuchar.

Es ahí, en lo físico, donde este Frankestein crece a nivel exponencial, donde todo es estímulo y experiencia pero también sentido acabado, completo. Es lo que pasa cuando el desbordado Víctor Frankestein de Diego Arbelo repta en movimientos imposibles, o cuando Joel Fazzi ondea los brazos y el torso y las piernas como si en su cuerpo no hubiera nada más que carne suave, o cuando Fernando Vannet queda solo y despojado del mundo y se reconoce y se toca y gesticula y la sombra lo agiganta y el espacio parece venirse abajo, reducirse, apretar.

Pero también es el espacio: la vibración de la sala de la Facultad, la forma en que la música recorre sus paredes hasta volverse una electricidad punzante que se clava en la espalda y en el cuello, la intensidad del sonido y sus texturas, cómo rebotan el blanco y el verde y el violeta de la luz, el latido del piso cada vez que uno de esos cuerpos lo cruza en una corrida breve y furiosa.

Frankestein es una experiencia de contrastes, de altibajos y contradicciones que, cuando late y calla, se vuelve un estallido de arte, de novedad, de poder. Así, con todo ese riesgo, es como se hace el teatro.

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