ENTREVISTA
El director y dramaturgo habla de su nueva obra "Ana contra la muerte" que se estrena hoy en la sala Hugo Balzo con entradas agotadas
Gabriel Calderón no recuerda su primera aproximación al teatro. Puede ser cuando en tercero de escuela iba a la guardería de AEBU y participó de su primer taller de teatro. Más grande, en el liceo tenía buenas notas pero la conducta era su talón de Aquiles y los comentarios de sus profesores era que hablaba mucho y distraía a sus compañeros. “En el teatro era el único lugar donde eso no solo no era penalizado, era festejado. Y eso siempre me atrajo”, dice. Su comienzo fue así, “brumoso, porque no tuve una iluminación o tuve la caída del caballo de San Pablo. Tengo una bruma de la que de repente emerjo haciendo teatro. Me gusta que sea así”, dice Calderón, quien desde los 19 años no ha parado de trabajar estrenando obras y recibiendo aplauso del público y celebraciones la crítica.
Hace 16 años surgió en la escena teatral uruguaya, posicionándose como uno de los artistas emergentes, a esta altura ya está consolidado. “Siento que recién empecé. Siento que la obra que hice la primera vez no era teatro, o lo que hago ahora no es teatro comparado con lo que hacía antes”, dice el autor y director que ha estrenado obras en Argentina, Brasil, México, España, Estados Unidos y Francia, con textos traducidos al alemán, griego, francés e inglés.
En 2004 y con apenas 21 años escribió y dirigió Mi muñequita (la farsa), obra que se menciona entre las más influyentes del teatro uruguayo en lo que va de este siglo. Le siguieron otros éxitos como Morir (o no) de Sergi Belbel que le dio un Florencio a mejor director.
Hoy estrena su nueva obra: Ana contra la muerte que protagonizan Gabriela Iribarren, María Mendive y Marisa Bentancur y se realizará en la Sala Hugo Balzo con entradas agotadas para todas las funciones.
—En estos meses de pandemia publicaste el libreto de Ana contra la muerte.
—Pensábamos que íbamos a estrenar la obra en abril, junto a la salida del libro. Cuando se paró la salida de la obra, el libro siguió su proceso y en abril estaba pronto. En ese momento me dije de esperar por si volvíamos en mayo. Llegó junio y cuando vi que no volvíamos dije: bueno, que salga el libro al menos para que la gente sepa que existe esta obra. Y al final funcionó porque volvimos y se pegó todo eso. Incluso hay gente que ya leyó la obra, que es una experiencia que no tengo en el teatro, que la gente venga con la obra leída. A su vez, la obra ya la tenemos hecha y las actrices están esperando el estreno, porque la recompensa es el reencuentro con la gente.
—¿Juega a favor o en contra que el público sepa todo el final de la obra?
—No juega en contra, pero es distinto. La sorpresa de la historia funciona menos, pero si el dispositivo es correcto, si está bien escrita, no importa. Ya sé en Romeo y Julieta lo que pasa, pero no puedo llegar al final sin decirle a Julieta: despertate. Y está tan bien escrito ese momento que estamos esperando que al menos abra un ojo y lo vea a Romeo. Uno escribe con esa intención, no siempre con ese logro.
—¿Cómo nace esta Ana?
—Estaba trabajando en Italia, dando clases sobre la tradición del diálogo, y para eso busqué ejemplos en la vida cotidiana para que los alumnos diferencien lo que es una conversación de un diálogo. Estaba preparando una clase sobre los diálogos imposibles, que son los que le interesan al teatro, porque cada vez que se logra poner en escena algo que en el mundo no sucedió o lo hizo con dificultad, le interesa al teatro. A los alumnos les pedí que reconocieran en las noticias de su ciudad las que podían ocultar detrás un diálogo así. Siempre que doy clases sé que tengo que llevar un ejemplo preparado, y había leído en un portal una noticia de Bolivia sobre un juez que liberaba a una mujer 30 días para que viajara a su país a ver la muerte de su hijo. La mujer para pagarle el tratamiento a su hijo con cáncer decidió pasar droga de un país al otro, y ahí es que la llevan presa. Un año después su hijo está muriendo y el juez le permite que vaya a estar los últimos días con él, y comparte los últimos tres días de su vida. Ese fue el motor de la escritura.
—Pero también se mezcla tu propia historia familiar.
—Hace dos años que mi hermana falleció y estaba eso también. En un punto había llamado mi atención. Todos nos tenemos que enfrentar en nuestra vida a algo que no es justo, pero que lo tenemos que hacer igual. Y la pérdida de alguien que merece vivir, es su grado máximo. Entonces me permitió desplazar y en vez de hablar de mí hablo de una mujer, en vez de la pérdida de una hermana, hablo de la de un hijo, que son cosas que no comprendo, pero que la escritura puede expresar. Ese transitar un terreno sinuoso me interesaba, y de a poco en la escritura comencé a ver que algo podía salir. Antes de terminar la obra les dije a las actrices que quería hacer esto con ellas y que si me daban el sí, la terminaba. Si no la dejaba porque no soy un escritor, soy dramaturgo, lo que es parecido, pero no es lo mismo.
—Es una obra dolorosa.
—Es una obra triste sobre el amor, sobre pelear por la vida porque es lo que le da sentido a esos minutos. A mí me conmueve mucho el personaje, y cuando lo escribía, las palabras que salían del personaje, cuando las leía, me estaban hablando. Que una madre luche porque su hijo no se muera, no tiene nada de grande, es natural, es inevitable. Pero esta mujer está luchando por algo más grande que la muerte de su hijo, por eso es contra la muerte. Ella no quiere salvar a su hijo, quiere matar a la muerte y eso la vuelve épica, trágica y agranda el tamaño del personaje.
—¿Cómo es ser un dramaturgo de relevancia en nuestro país, tiene un peso o no?
—En Uruguay, no. Soy una persona que trabaja pero ese reconocimiento no te lleva, tengo que pensar qué hago con eso. Si viviéramos en otro país del primer mundo, tal vez tendríamos otro estatus. A su vez, tuve muchas oportunidades para irme de Uruguay y nunca ni me las plantee. Porque este país tiene muchos problemas, pero tiene muchas ventajas. La vida es muy amable acá, todo está como al alcance de la mano, es cercano. Probablemente viviría en otro lugar, pero no sé si sería tan feliz en otro país.
—Ser un país chico tiene sus ventajas.
—Imaginate que doy clases en Suiza a alumnos que a veces tienen 30 años y están intentando hacer su primera obra. Yo tengo 37 y tengo estrenados 20 espectáculos profesionales, pero porque estoy en Uruguay. Tal vez si estuviese en Suiza me pasaría lo mismo y habría tenido que esperar y no hubiese podido estrenar mi primera obra a los 19 años, dirigiendo a mis profesores. Todos los países tienen problemas y uno no elige las ventajas, elige con qué desventajas vivir, y ya me hice a la idea de cómo solucionar estos problemas. Aprendí cómo sacarle los problemas que Uruguay me ofrece todo el tiempo, en otro país no tengo idea si pudiera hacerlo. Soy consciente por muchas cosas que soy respetado y querido, ahora saco una obra y se agota.
La crisis de Calderón con el teatro uruguayo
“Es muy difícil vivir de esto, lo que no es exclusivo del teatro. Incluso haciéndolo bien y teniendo reconocimiento no te mantiene, no te podés autosustentar. Mi crisis en los últimos tiempos no tiene que ver tanto con lo que hago en el teatro, sino con la vida que tengo que desarrollar para vivir del teatro económicamente. Lo que le da sentido a mi vida es el teatro, hace mis días y mis noches, me alegra, me gusta, tengo mis amigos y pareja, pero económicamente es otro tráfico. Entonces desarrollé un camino internacional para vivir del teatro. Tengo hijos chicos lo que es una crisis porque cada vez sufren más mi ausencia, yo también”, dice Calderón.