Entrevista
La actriz y escritora se presenta en el Teatro Movie el 17 de marzo y charló con El País sobre su carrera, cómo era ser feminista en los 90 y su pasaje por la mayor troupe del humor rioplatense
Si, como ella dice, el secreto de la eterna juventud está en el buen humor, eso explica por quéGabriela Acherse ve y se escucha igual que siempre. Instalada como todos los veranos en Punta del Este para evitar el sopor porteño, escuchar su voz trae a la mente tantos personajes que nos regaló en 60 años de carrera esta uruguaya de alcance internacional como actriz y escritora.
Fue, sí, en 1962 cuando con 18 años se integró a una de las más grandes troupes humorísticas de la historia: la que lideraban los hermanos Jorge y Daniel Scheck y se llamaba Telecataplum. Fue parte de aquella exportación no tradicional uruguaya que conquistó Argentina a base de un humor serio, inteligente y muy eficaz del que Acher se considera heredera.
Esa impronta ha marcado, ciertamente, toda su carrera multiplataforma que además de la televisión, abarca el teatro, el cine (¡trabajó en dos películas de Porcel y Olmedo!), la literatura y un formato que ya era stand up cuando nadie usaba ese término y que ya era feminista cuando pocos usaban ese término.
Ahora vuelve a Montevideo con¿Qué hace una chica como yo en una edad como ésta?, el espectáculo con el que se presentará el jueves 17 de marzo en el Teatro Movie.
Allí, Acher desarrolla en su monólogo algunas cuestiones de las mujeres de su edad en una continuidad con sus anteriores trabajos que también eran adaptaciones de libros. “Pero los hombres también se ríen”, le dice Acher a El País.
Simpatiquísima y con la misma voz de aquella “Chochi la Dicharachera”, uno de sus tantos personajes entrañables, esta uruguaya que hizo reir a tantas generaciones, charló simpatiquísima con El País.
—Tenía 18 años cuando empezó en Telecataplum. ¿Qué hacía una chica como usted en un sitio como ese?
—¡Era muy chiquita! Me enamoré de la televisión y entonces dije “tengo que estar ahí”. Me presenté en Amarelle Publicidad para hacer locución comercial en tiempos en que se hacían los avisos en vivo. Fui y les dije: “Todas las locutoras que tienen son horribles, yo soy mejor” (se ríe). Y me tomaron. Llevaba un mes de locuciones comerciales cuando en una fiesta del ambiente conocí a Eduardo D’Angelo que trabajaba en Telecataplum que estaba al aire hacía un año y yo era fan: hasta iba al canal a verlos. D’Angelo me cuenta que estaban buscando una chica joven que cante, actúe y baile y mi respuesta fue: “Ya la encontraron”. Así que me llevó a conocer a Jorge y Daniel Scheck, los libretistas y directores del programa. Me les presenté y les recité toda su obra porque ellos escribían en la revista Lunes, unas cosas de humor tan maravillosas como el Flaco Cleanto. Eran un sueño. Y como yo era tan joven y conocía tanto su obra, a pesar de no tener experiencia, me tomaron. A Jorge y Daniel los voy a recordar siempre porque ellos vieron mi futuro. Se dieron cuenta que tenía este vínculo con el humor que fue el que hizo el que tuviera esta carrera tan larga. ¡Pero no digamos los años! (se ríe).
—¿Y de dónde venía ese vínculo con el humor?
—Creo que viene de mi instinto de supervivencia (se ríe). Y de ningún otro lado. Mi madre era muy dramática, al punto que siempre digo que ella me dio tanto drama para que yo pueda hacer tanta comedia. Desde muy joven siempre me gustó reírme y este espectáculo termina diciendo que la verdadera y auténtica fuente de la juventud es la risa. Con el tiempo, descubrí que no importa la dificultad que estés atravesando si conseguís reírte de ella le ganaste.
—¿Cómo se trabajaba en Telecataplum?
—Era una superproducción que nunca volví a ver. Ensayábamos cinco horas por día, todos los días; teníamos coreógrafo propio, cantábamos con una orquesta de 20 profesores; la escenografía era deslumbrante. ¡Y era en vivo! Telecataplum era un lujo que no se volvió a ver en la vida. ¡Y aquellos libretos! Jorge y Daniel eran dos personas con una inteligencia y una cultura que volcaron a su humor. No me olvido más de un sketch en que éramos unos alumnos de primer año de inglés haciendo Shakespeare. Era la mejor escuela que un humorista podía tener en la vida.
—Se nota su influencia en su trabajo...
—Sí, me siento heredera del humor elegante y delicado de Telecataplum.
—Y eso también se nota en sus libros. ¿Cómo se volvió escritora?
—En 1989 y 1990 estuve dos años con Tato Bores —otro genio— y era divino lo que hacíamos. Yo ya era feminista y hacía una encuestadora pesada y Tato me echaba y un día le dije: “sabe lo que es usted: un machista leninista”. Le gustó tanto esa frase que empezaron a virar el personaje hacia una feminista loca que terminó fabricando machos en una bañera con un polvito. Fue un éxito total, gané un Martín Fierro y Canal 13 me dio un programa para mi que llamé Hagamos el humor y que hicimos con Maitena. Juntas éramos dinamita. Pero claro yo, que venía de la escuela de Jorge y Daniel, quise hacer un programa diferente cada semana, sin repetir personajes. Y escribía, actuaba, dirigía, compaginaba y producía y tenía un hijo de seis años en casa al que no veía nunca. A los seis meses me agoté y no era feliz. Dejé el programa y la gente me lo reclamó tanto que pensé que no podía perder ese contacto y en 1992 empecé con los libros. El primero se llamó La guerra de los sexos está por acabar...con todos y el quinto y el último es el que está en la base del espectáculo, ¿Qué hace una chica como yo en una edad como ésta?. Tuvieron una repercusión que nunca imaginé.
—¿Cómo surgió convertirlos en espectáculos?
—Después de Hagamos el humor fue como que hubiera hecho una licenciatura en temas de la mujer. Fue el primer programa feminista de la televisión argentina. ¡Y en 1991! Y me empezaron a convocar de todos lados para charlas sobre el tema de las mujeres. Un día Mercedes Morán me dice: “¿Y cuánta gente va a tus charlas?” Iban unas 300, 400. “Ya te hacés un unipersonal”, me dijo y a pesar de mis recelos, me ayudó y del primer libro sacamos Memorias de una princesa judía con un éxito descomunal. Y ahí encontré otro momento de mi vida profesional, más gratificante que todo lo que había hecho antes.
—¿Por qué tan gratificante?
—Los actores me hablaban siempre de la magia del teatro. Yo venía de la televisión y a pesar de que había hecho un montón de obras nunca había descubierto esa magia. Lo hice con el unipersonal donde el otro actor es el público con el que estamos tan conectados en una relación casi carnal. Estamos todos riéndonos al unísono: se ríen de mí pero también de ellos mismos. Esa risa compartida se convierte en una especie de meditación, no sé cómo explicarlo. Ese vínculo con la risa en común nos hace reconocer en nuestra mutua humanidad.
—Perdón que le cambie el tema. ¿Cómo surgió “Chochi, la dicharachera”, un personaje que me encantaba?
—En 1982 con los uruguayos hacíamos Comicolor y a mi no me gustaba lo que me escribían porque eran personajes estereotipados. Y como tengo que reírme yo para hacer reír al público decidí escribir mis propios personajes. Y ahí escribí “Chochi la dicharachera” que hablaba solo con palabras con “ch”, que fue un éxito y terminó con una columna en la revista Gente. Pero a mis compañeros no le gustó que yo escribiera, aunque les escribí sketches preciosos que nunca quisieron hacer. Y por eso me fui.
—Vuelve a Uruguay con ¿Qué hace una chica como yo en una edad como ésta?. ¿Cómo es el espectáculo?
—Me hice el compromiso conmigo misma de ir acompañando a las mujeres en cada etapa que íbamos viviendo. Cuando empecé a escribir en revistas, yo contaba mis experiencias personales con los varones y eso tuvo tanta repercusión en las otras mujeres que descubrí que lo que yo llamaba experiencias personales, en realidad eran experiencias de género. Vivir en un cuerpo de mujer significa pasar por una serie de experiencias comunes (embarazos, partos, menopausia) y por muy diferentes que seamos, somos parecidas. En un punto se puede hablar de la mujer en forma genérica, algo que con el varón es más difícil porque no son tan parecidos. Memorias de una princesa judía hablaba del nacimiento de mis hijos, de los primeros años del bebé cuando yo estaba en los 40. El amor en los tiempos del colesterol hablaba de la menopausia de los 50 y ahora decidí hacer una especie de charla TED en la cual desarrollo una teoría científica que dice que estas nuevas generaciones (o sea las nuestras porque antes las mujeres no gozaban de lo que hoy llamamos vida) se han divertido mucho más que sus madres y así aislaron el gen del envejecimiento y lo corrieron 20 años para atrás. Somos jóvenes por mucho más tiempo que antes.
—Desde que usted empezó a hablar de feminismo, la situación ha cambiado mucho. ¿Cómo lo ve?
—Lo resumo así: ya salimos de donde estábamos pero aún no llegamos a donde vamos. Falta mucho todavía pero no pensé que iba a ver en esta vida a las mujeres despertarse de esta manera. Para mi fue una alegría. Pero también es cierto que se acusa a las nuevas feministas de ser muy radicales. Pero yo siempre digo lo mismo: la historia se mueve en péndulo, es inevitable irse a un extremo para después con el tiempo llegar al equilibrio.