Vocacional en cada una de sus facetas, apasionada porque no concibe otra manera de vivir las cosas (y menos el teatro). Hay varios caminos por los que se podría definir a Gabriela Iribarren, pero todos desembocan en el mismo lugar: una pasión y una convicción.
Tras el éxito rotundo de Ana contra la muerte, la tragedia de Gabriel Calderón con la que lleva años de actividad internacional (y a la que vuelve en breve), y luego de la “fiesta”, dice, que fue Esperando la carroza con la Comedia Nacional, Iribarren acaba de estrenar Madre Coraje y sus hijos, que es su primera vez sobre un texto de Bertolt Brecht.
Con 14 actores en escena y dirección de Sergio Luján, la obra debutó el viernes con localidades agotadas y va sábados y domingos a las 20.30 en Espacio Palermo (Isla de Flores 1627, entradas en Redtickets).
A propósito del estreno, Iribarren —de las mejores actrices uruguayas de su tiempo— charló con El País. Esta es parte de la conversación.
—Madre Coraje, Ana contra la muerte… ¿Qué te está pasando con las madres? ¿Te persiguen?
—(Se ríe) ¡Me persiguen! No, en general son cosas que se presentan, para nada las busco, son esas coincidencias. Anna Fierling se llama encima la protagonista de Madre Coraje. Pero si bien están de por medio la maternidad y las pérdidas, son dos perspectivas diferentes. Madre Coraje habla de la guerra, básicamente, y de la persona y sus circunstancias y una estrategia de supervivencia. Es una obra muy potente, yo estoy enamorada del trabajo. Feliz.
—¿Sos así de apasionada en todos tus proyectos teatrales?
—Yo me apasiono porque soy muy agradecida por la profesión que tengo, por poder ejercerla, por poder vivir de mi trabajo. Sin enamorarte, el trabajo es muy difícil. Nuestro trabajo no es más que otro, pero a veces se tiende a pensar que es algo que se hace con liviandad, y sin embargo no: lleva muchísimas horas de estudio, de concentración, de entrega. Y uno pone la mente, el corazón, el cuerpo. Entonces si no tenés esa pulsión, la pasión, y el disfrute enorme que es crear, es imposible.
—Venís de hacer Esperando la carroza, un grotesco, un baño de popularidad que parece no dialogar en absoluto con Madre Coraje.
—A mí me encantan esos cambios y contrastes porque son los que me motivan a crear cosas nuevas, porque la herramienta siempre es uno y siempre es la misma, y esas posibilidades son las que te permiten recrearte. Y eso es principal en mi enfoque de la carrera. Cuando tengo que elegir un proyecto, eso es clave: el poder ir de un lado a otro, tener el entrenamiento de la ductilidad. Pasar de una tragedia clásica como Ana contra la muerte a un grotesco rioplatense como Esperando la carroza y ahora transitar el teatro brechtiano, no puede ser mejor.
—¿Qué te dejó Esperando la carroza como experiencia? La gira, la función, esa cosa de interacción con el público que se dio…
—Una maravilla, fue una fiesta de cabo a rabo. Un elenco maravilloso, una mezcla superinteresante de tener mitad del equipo de la Comedia Nacional y la mitad del teatro independiente; eso tuvo una potencia inmensa. La dirección de Jimena Márquez fue impecable, ¡y la obra! Jacobo Langsner es un crack. Lo que retrata, la popularidad que adquirió con la película y lo que generaba en el público, era una belleza. Yo siempre decía: esto es como ir a un cumpleaños. Hacer comedia te pone en acción toda una alegría interna, tu capacidad de jugar, de divertirte, de reír como parte de algo tan saludable, reírte de vos mismo, reírnos de nosotros mismos...
—¿Qué es el humor en tu vida?
—Una referencia constante. El sentido del humor como un sentido humano, me parece una herramienta maravillosa. Y también se vincula con el desarrollo de nuestra inteligencia, que es un poco lo que plantea Brecht; vos te podés reír cuando podés tomar distancia de algo. Por eso Woody Allen decía que la comedia es tragedia más tiempo, porque vos te distancias y ya ves de otra manera y te podés reír, porque la vida está llena de absurdos. Y creo que también es un acto de libertad, y hoy por hoy nos está faltando mucho el humor a los uruguayos. El humor es un sentido que a veces la educación que tenemos nos lo reprime o desvaloriza. Por suerte en mi vida siempre tuvimos la capacidad, aún en lo más difícil, de poder reírnos de lo ridículos que somos. Y eso hace que uno lleve la vida mejor.
—¿Cuáles son tus comedias favoritas de ver?
—Esperando la carroza la vi millones de veces. La fiesta inolvidable es una película que cada vez que la encuentro, la paso bien. El humor de Woody Allen me regocija...
—¿No lo cancelaste?
—No, no... Entiendo el tema de la cancelación, es algo legitimo, no sé... Yo no lo vivo así, ¿sabes? Me parece que en la vida de las personas ocurren cosas horribles y es censurable, pero eso no afecta lo que está hecho. Capaz que puede haber casos en los que haya cuestiones personales que afecten lo que esa persona produce, pero separo bastante una cosa de la otra. La cancelación la comprendo, la respeto, no es mi manera de reaccionar frente a esas cosas. Creo que hay que reaccionar desde otros lugares. Pero depende de los grados. No es la misma vara para todo.
—Vos sos, entre muchas cosas, una militante social, política, hoy integrás la Comisión de Cultura Frente Amplio. ¿En el teatro cuál ha sido tu gran militancia?
—Bueno, ser una actriz independiente por elección es un acto de militancia, porque es una apuesta a una forma de producir de manera colectiva, cooperativa. Apostar a eso durante 40 años como una opción libre, una elección consciente, creo que es mi mayor acto de militancia.
—¿Cuál fue el alumbramiento de tu vocación?
—Hubo un momento concreto. Mi madre me llevaba al teatro y fuimos a ver Retablo de vida y muerte con Estela Medina. Yo tenía 12 años, vi aquel espectáculo y dije... Me bajó como... Dije: yo quiero ser eso, quiero estar ahí. Y lo decidí. Y le dije a mi madre: “Yo voy a ser actriz”. Y ahí fui persistente, persistente, persistente, y lo hice. Mis padres me dieron total aval, pero me acuerdo que en esas conversaciones me señalaban muy claramente que si era lo que yo había elegido lo tenía que hacer con total rigor, con entrega, con estudio, con trabajo; tenía que tener una dedicación completa. Y así fue.
—¿Cuál es la mejor actriz que viste actuar en vivo?
—No sé si “mejor” es la palabra, pero para mí Estela Medina es un icono. Yo no soy muy amiga de valorar, pero ella me conmociona. No sé si me gusta o no me gusta, pero me conmociona. Es algo descomunal. Y yo le doy importancia lo que me atraviesa, porque es muy difícil. Es algo que te lleva puesto, ¿viste? No te deja pensar.
—¿Y por qué seguís eligiendo ser una actriz independiente?
—Porque te da total libertad. Es una apuesta libertaria, no en el sentido que se le está imponiendo ahora sino en el más amplio. Lo hacemos nosotros, hacemos lo que queremos, cuando queremos, cómo queremos y si no quiero, no lo hago. Para mí eso tiene un valor, y requiere un trabajo que la gente no se imagina. Y también tuve una gran oportunidad, porque creo muchísimo en la formación, de hacer dos formaciones: una en el teatro comunitario y una académica. Esas escuelas simultáneas me permitieron sintetizar una forma de ver el teatro muy particular. A mí me importa mucho todo lo que pasa en el desarrollo de la cultura comunitaria, porque es ahí que nace todo. Porque el arte y la cultura es algo radicalmente democrático y yo me siento una demócrata radical en cuanto a la participación, la elección, lo que podamos crear juntos y juntas. Tuve al maestro Hugo Bardallo, que fue como mi padre artístico, y todos los de la EMAD, gente alucinante como Nelly Goitiño, Elena Zuasti, Berto Fontana… Este país tiene un teatro formidable. Entonces la militancia es un poco eso, ponerlo en valor, tomarlo como algo que es de todos, porque en el arte no hay barreras. Todas las barreras se diluyen. Ahí hay puentes, interconexiones que generan un lenguaje universal. Y cuando lo vivís y lo sabés, te viene una enorme convicción de que es una herramienta de cohesión social. De paz: la cultura es paz, es la posibilidad que tenemos de pacificar. No como único elemento, porque las condiciones materiales son imprescindibles, y si no tenemos condiciones dignas de vida, el mundo seguirá así, matándonos unos a otros. Por eso me interesa la política como herramienta: porque te permite hacer.
La cultura es paz, es la posibilidad que tenemos de pacificar
—Más allá del accionar político, ¿la implicación partidaria le ha costado algo a la actriz?
—No, para nada. Seguramente se me conoce por mi condición de actriz, pero en realidad hago trabajo social desde los 14 años a través de la formación cristiana que tuve. Yo soy una persona vocacional en todo lo que hago, y me crié en una familia sumamente politizada; es algo constitutivo. Más allá de la militancia, la mirada política de la vida la tengo de recontrachica. Pero a mí no me condiciona como actriz, en absoluto. No me genera ningún tipo de cuestionamiento ni conflicto. Obvio, yo soy una mujer de izquierda; una mujer, feminista, artista, de izquierda y una trabajadora. Pero eso no me limita.