ENTREVISTA
El actor está en "Hamlet" que se estrena en El Galpón, y de eso, las anécdotas de "Telecataplum" y de cómo fue trabajar en "La uruguaya", habló con El País
A Hugo Giachino le gusta trabajar. Se define como un workaholic, aunque es más un buscavidas que supo estar en el momento indicado y aprovechar las oportunidades.
Su primer acercamiento a los medios fue a través de Cacho De la Cruz: le había pedido trabajo, y este le consiguió un puesto como sereno en un estudio de televisión. Un día, cuando los integrantes de Telecataplúm (Canal 12) estaban por ensayar la obra de teatro, faltó un cantante y Giachino, que también servía café y había grabado dos jingles, justo estaba en la vuelta. Entonces cantó, y eso le gustó al director, y luego lo llamaron para que vaya al teatro a interpretar la presentación del ciclo.
Después de eso llegaron sus primeros roles en sketches en los que no hablaba, y de a poco fue ganándose un lugar. Al año siguiente ya estaba en el elenco estable del programa.
De esa primera experiencia pasaron 30 años y Giachino se convirtió en una cara asociada al humor, aunque él mismo se encargó de derribar esa etiqueta con unipersonales, series y películas donde muestra que es bastante más que un hombre de comedia.
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Esta noche, de hecho, estrena Hamlet en El Galpón, el clásico drama de William Shakespeare con dirección del argentino Marcelo Díaz y que coprotagoniza con Rogelio Gracia, Walter Rey, Héctor Hernández y Alicia Alfonso. Tendrá funciones los sábados a las 21.30 y domingos a las 20.30, y las entradas se consiguen por Tickantel a 500 pesos (la de hoy no tiene venta al público).
"Si bien se mantiene el lenguaje shakesperiano, mi personaje maneja celulares, pantallas; se le dio un giro a algunas situaciones, y el vestuario es totalmente actual. Igual se conservan cosas, porque es imposible ver Hamlet sin una pelea de floretes", adelanta Giachino a El País.
—¿Por qué aceptaste el rol de Pelonio en Hamlet, la obra que se estrena hoy en El Galpón?
—Por la dimensión que tiene, aunque nunca imaginé la vuelta de tuerca que le iba a dar el director. Sigue siendo el padre de Ofelia y tiene un contacto estrecho con el rey porque es su mano derecha, pero en esta puesta, Polonio es el jefe de Inteligencia del país. A su vez hay una cuestión política que le da una vuelta a la obra: hay un golpe de Estado en Dinamarca, el rey ha muerto y su hermano toma el poder. Y Polonio, además de ser como el jefe de la CIA, maneja los medios de comunicación.
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—Por lo que decís, ¿te recuerda al Uruguay de los ochenta?
—Sí, claro. Hemos transitado por eso nosotros mismos y creo que fue la intención del director, acercarse en cierta manera a la política del país. Es una obra que va a causar muchas sensaciones, porque no deja de ser actual.
—Este es un personaje siniestro, como los que has hecho últimamente en el teatro.
—Sí, me aparté un poco de humor que es algo que tengo ahí, me sale bien y sé que en algún momento volverá. Pero ahora tengo 50 años y hoy solo hago lo que me gusta, lo que quiero, como estos personajes que antes no me ofrecían y ahora sí. Los malos de la película me caen bárbaro, no porque sea malo sino porque está buenísimo hacer del malo. Tengo nervios, como todos, pero estoy feliz por el desafío.
—¿Qué te atráe de los villanos?
—He transitado mucho el antihéroe que es una cosa maravillosa, es ese personaje que se cae permanentemente, se quiebra los dientes y sigue adelante. He hecho unos cuantos, me río bastante y encuentro el antihéroe en mí. Pero acá es todo un villano, es el que maquina y genera un vínculo con el reino bastante potente donde su palabra parece ser santa. Es el consejero del rey y pasan cosas con este Hamlet que, como siempre, duda todo el tiempo.
—Tenés una conocida carrera en televisión asociada al humor, pero en teatro has hecho muchos dramas. ¿Cómo se mezclan esas dos facetas?
—Es una cuestión personal. Empecé a hacer unipersonales de drama porque en este país tendemos a etiquetar a las personas: sos jugador de fútbol y no lo sacás de eso, sos comediante y lo mismo; y muchos se niegan a llamar para un drama a alguien que tiene dotes para la risa, cuando la comedia es mucho más difícil de realizar. Los actores de comedia tenemos que demostrar que somos actores en otros lados, no solo en la comedia. Así surgió hacer Matar cáncer que era sobre la vida del asesino serial Robledo Puch. Luego fue para el lado de El otro que es más sensible, un drama sobre la relación entre un alcohólico y una drogadicta; y ahora estoy leyendo una obra que me mandaron de Buenos Aires, Reconstrucción de una ausencia, que trata la vida de una persona que reconstruye todas sus ausencias, lo cual también transita cosas muy fuertes.
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—¿Cómo terminás después de hacer un drama así?
—Destrozado. Mi hijo menor me dice: “Vos sos un masoquista, te gusta esto de sufrir y llorar”. Y no es que te guste, es que como actor está bueno poder ejercitar esos mecanismos.
—Has dicho que sos de buscar proyectos. ¿La televisión te sigue convocando para algún proyecto?
—Sí, la televisión ha sido mágica y sigo trabajando. Estuve en Buenos Aires filmando una serie y ahora estoy convocado para otra. A mí Buenos Aires siempre me llamó la atención, porque allí me pasaron cosas muy buenas: gané un premio, pude dirigir Sobrevivir a los Andes y ahora estoy leyendo unos libretos para una serie. Si bien por el tema sanitario se frenó el ir y venir, hasta la pandemia vivía de miércoles a domingo en Buenos Aires, y de lunes a miércoles acá.
—¿Cómo has vivido el cambio que ha tenido Uruguay, que se convirtió en un polo audiovisual importante?
—La producción extranjera explotó. Hice muchos comerciales para el exterior, y también mucho autocasting.
—¿Y cómo funcionan?
—Te llaman y te piden un video con un texto. El tema es que tenés que producirlo, el fondo tiene que ser blanco, vos estar de negro y cuidarte de los sonidos cercanos. Hice varios para series y he firmado muchos contratos de confidencialidad, algo que nunca había hecho.
—Entre tanta confidencialidad, ¿se puede decir algo de La Uruguaya, una película de la que participaste?
—Sí. De repente me vi vinculado al proyecto, porque hice un casting para otra cosa, firmé confidencialidad para otra cosa, pero la misma productora me vio y me mandó el personaje para ver si me gustaba. Es un uruguayo tipo, un mozo de un restaurante muy metido. Así que todo se dio para desembarcar en La Uruguaya, y participar de la comunidad Orsai que fue algo brutal. Creo que todos los uruguayos que estuvimos en el proyecto nos sentimos igual.
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—En tantos años trabajando, ¿hay alguna anécdota que recuerdes?
—Tanto Telecataplum como Plop! y las obras de teatro fueron geniales. En El Galpón hacíamos funciones de miércoles a lunes y siempre estaba agotado. Igual me acuerdo que había un espectador que fue a todas las funciones de la temporada y se sentaba en el mismo asiento. Imaginate, estuvimos cuatro meses haciendo seis días a la semana y a veces con dos funciones por día, y empezamos a especular para ver a quién venía a ver. De esas hay mil anécdotas más con las cosas que te pasan, los furcios en el escenario; el romper un traje y tener que salir igual, o cambiarte mal y tener que aparecer vestido de otra cosa. Han pasado tantas cosas maravillosas que no sé a quién agradecerle, solo espero nunca tener que dejar de hacer esto, porque me apasiona. Espero morir como Elena Zuasti: bien cerquita del escenario.
Una obra de teatro durante una fiesta de casamiento
Giachino ganó el Fondo de Incentivo Cultural y ya comenzó a preparar la obra "Gran casamiento ruso". Para ello va a llamar a casting de actores, ya que son más de 30 personas en escena. "El casamiento es un casamiento, no es en el teatro sino en un lugar de fiesta. van a ser ocho funciones donde se va a casar una familia rusa con una judía", adelanta Giachino.
"El público compra la entrada y recibe la invitación al casamiento, por lo tanto va a cenar, a bailar, a divertirse como si conociera a los novios y a ver la obra de teatro. El público tiene que ir vestido de fiesta y todo ocurre en el mismo lugar ya que la familia judía obliga al novio ruso a casarse y a convertirse en judío. Puede ser un Romeo y Julieta entre rusos y judíos y de repente aparece un primo bastante complicado que enreda toda la situación. Es una fiesta que tiene orquesta, en cada mesa hay tres actores, así que te puede tocar en la mesa de las tías del novio, o los primos de la novia. Así que hay microteatro en cada mesa mientras la gente come", dice.