Entrevista

Imanol Arias antes de llegar a Uruguay: "No soy un trágico, soy un vulgar melodramático"

El 24 y el 25 de mayo, el actor español se presenta en el Auditorio Adela Reta con "La muerte de un viajante", la obra de Arthur Miller con la que volvió al teatro

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Imanol Arias
Foto: Irene Meritxell

por Fernán Cisnero
Cada generación tiene su propio Imanol Arias. Para algunos será el arrebato juvenil del príncipe Riza Niro en Laberinto de pasiones, la de Almodóvar que sintetizó el espíritu de la movida madrileña de los 80.

Para otros será Ladislao Gutiérrez, el cura seducido y fusilado por su amor a Camila O’Gorman (también fusilada) en Camila, la película que María Luisa Bemberg estrenó en 1984 y aún es uno de los grandes éxitos del cine argentino.

O Ramón, el abogado especializado en asuntos matrimoniales en Anillos de oro, la miniserie de Televisión Española que ya lo había convertido en una estrella iberoamericana.

Y, claro, durante más de 20 años fue Antonio Alcántara, el patriarca de Cuentame cómo pasó, un record de permanencia en un personaje.

A esa galería, los uruguayos ahora podremos agregar el Willy Loman que trae con la puesta de Muerte de un viajante, dirigida por Rubén Szuchmacher, que se podrá ver en el Auditorio Nacional Adela Reta el 24 y el 25 de mayo. Quedan entradas en Tickantel entre 1.200 y 3.600 pesos.

Será, todo indica, la tercera visita de Arias a Uruguay. La primera, dice, fue cuando terminó de filmar Camila y se vino a aprender el español rioplatense y la otra cuando llegó a la entrega de los premios Platino en el Centro de Convenciones de Punta del Este.

A propósito de su llegada, El País charló con Arias, quien telefónicamente es simpático, amable y bien dispuesto. Habló sobre Uruguay, qué significa Muerte de un viajante en su carrera, el mejor consejo que le dieron y casi nada de Cuéntame cómo pasó.

Este es un resumen de esa conversación.

—Su relación con Uruguay ha sido breve pero intensa...
—En 1983, después del rodaje de Camila, nos dimos un tiempo para ver si yo conseguía un acento adecuado, que no conseguí, y por eso fui doblado estupendamente. Fue en ese interín que visité Montevideo, Punta del Este y José Ignacio, donde estuve muchas noches en la Cueva del Lobo, sin conocer a nadie. Hice amigos y sobre todo me mezclé con el paisaje. Muchos años más tarde, encontré mi rincón en el mundo en un lugar que se parecía a José Ignacio, que es Zahara de los Atunes en Cádiz, un pueblo con una playa enorme y muy poca gente.

—Su vínculo fuerte siempre fue con Argentina.
—La cultura se puede hacer divergente por los diferentes usos y costumbres, pero el arte es común, el arte está, siempre, por encima de todo. Y eso es lo que que hace que te vincules con un país que te recibe como me tocó a mí Argentina, y con Uruguay también he tenido un feedback siempre maravilloso. Es verdad que la relación entre Uruguay y España ha sido muy constante y eso ha permitido que no haya sobresaltos de comunicación entre nosotros.

—En su carrera ha interpretado príncipes y mendigos. ¿Dónde está más cómodo?

—Mi juventud cuando empecé hizo que yo hiciera muchas películas de galán. Y eso hizo que, durante mucho tiempo, ese fuera el único refugio en el que salía el payaso, el fantasma, el chico humilde que entendió que en la vida tenía mucha suerte porque era un impostor al que le gustaba jugar, y resultò que para eso hay un oficio y una forma de vivir. Y me aceptaron y me creyeron desde el primer momento. Cuando de chaval dije un día en casa, “quiero ser médico”, y aparecí con una bata blanca que me había dejado una compañera del cole. Mi padre se cayó de culo y dijo: “va a ser maricón”. Pero mi madre dijo: “este chico es actor, me lo creo”. Bueno, pues tuve la suerte de que me lo creyeran. Y en un momento determinado Vicente Aranda consiguió con El Lute que yo hiciera lo que no estaba previsto, y ahí vino el anarquista catalán de Luces de bohemia y empezaron a aparecer bandidos tristes, perdedores. Y mi genética no me ha hecho ensanchar, sino que me ha puesto una cara de perdedor. Hago un Willy Loman sobrecogedor en ese sentido, porque me he quedado en nada. Los míos son los perdedores, los confundidos.

—Y ahí está Willy Loman...
—Miller reivindicaba a Muerte de un viajante como una tragedia y allí el trato es tan cruel. Edipo, Hamlet, Willy Loman son trágicos porque son heroicos confundidos, no vulgares que se confunden. Tienen unas certezas tan grandes que les convierten en un retrato de lo humano que a todo el mundo afecta y apesta.

—¿Cuál es el mejor consejo profesional que le han dado?

—Alguien, una vez me dijo una gran verdad: “La mayoría de los compañeros no van a llegar a ser profesionales y muy pocos van a llegar a vivir de esto, y para vivir de esto ten en cuenta que es un oficio sobre la madera humana de las emociones y las pasiones. Arte, arte, arte todo el tiempo no vas a poder hacer, así que céntrate en ser meticuloso como artesano para que el día que te toque una portadita o una piedra en una basílica buena lo disfrutes”. Me hizo apreciar mucho el oficio y dejarme de bobadas con lo que el pasaba al afuera.

—Un gran aporte, entonces...

—Sí, pero el mayor consejo me lo dio Fernando Fernán Gómez mientras tomábamos una botella: “Mirá Imanol, he hecho 150 películas; 100 fueron alimenticias que han colmado el mercado, que han entretenido, que han impulsado una moda. De las 50 restantes hay 30 que han tenido buena intención pero se han quedado ahí. De las otras 20, hay algunas que gracias a los compañeros me han salido cojonudas. Y es verdad que he tenido unas cuatro que han pasado a la historia. Me basta. Cuando vienen las grandes tomátelo con calma y cuando vienen las duras, aprétate”.

—Cuando estrenó esta Muerte de un viajante tenía la misma edad de Loman. ¿Se sintió alguna vez así de cansado?
—No. Yo no soy un trágico, soy un vulgar melodramático. Soy un buenista por carácter personal aunque en los últimos años tuve que activar un poco más la reflexión, la meditación, y alejarme del ruido. Cuando vas acumulando vida, hay veces que te montas en el coche y parece que llevas detrás esas latas de “Just Married” y todo te suena, todo lo malo te suena. Por carácter soy un niño al que le gusta interpretar. Y cuanto aprendes a jugar a crear algo, la vida te ha llevado y traído para entender que tienes lo suficiente con ese trabajo. Tu vida empieza a hacerse enorme porque, justamente, se simplifica el contenido que, en definitiva, es crecer, actuar, leer, vivir y querer mucho. A esta edad es más fácil soltar los amores definitivamente, darle la importancia que tienen o que hayan tenido. Es un momento de disfrutar. En este último tercio de la vida hay que disfrutar, entender qué es esto y continuar disfrutando.

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