Imanol Arias habla de su "jubilación" en Buenos Aires, el adiós a Manuel Alcántara y la altura de Kirk Douglas

Antes de llegar con "Mejor no decirlo", la obra en la que comparte cartel con Mercedes Morán al teatro El Galpón, el actor español habló con El País, sobre su presente y el éxito en la calle Corrientes

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Imanol Arias

"¡¡Buenos días, Uruguay!!”, saluda vía telefónica, Imanol Arias. “¿Cómo estais? ¿Teneis frío? Uruguay con frío es como meterse en una pileta con hielo, ¿no?”. Simpático y siempre bien dispuesto a la charla, Arias habla desde Buenos Aires donde está radicado y a todo éxito en la calle Corrientes con Mejor no decirlo en la que comparte cartel con Mercedes Morán. Es la obra de Salomé Lelouch (la hija del cineasta Claude Lelouch) y dirigida por Claudio Tolcachir, que se presentará en cinco funciones entre el jueves 8 y el domingo 11 en el teatro El Galpón; las entradas están en RedTickets y ya hay funciones agotadas por lo que conviene apurarse.
Arias, uno de los grandes actores hispanoamericanos y que se reivindica como rioplatense, ya estuvo el año pasado en el Auditorio Nacional Adela Reta con Muerte de un viajante, en la que interpretó a un gran Willy Loman. Recibió la medalla Delmira Agustini.

Mejor no decirlo es otra cosa. “Ella (Morán) y Él (Arias) son un matrimonio que llevan muchos años juntos. Su fórmula imbatible es saber cuándo hablar y cuándo callar”, dice la sinopsis oficial. “¿Pero qué sucedería si por una vez en la vida se plantearan decirlo todo, absolutamente todo?”. Desde su estreno porteño, en marzo, se ha convertido en uno de los grandes éxitos de público de la temporada.

Desde aquel Riza, el príncipe persa de Laberinto de pasiones de Almodovar al Antonio Alcántara que desarrolló en las 23 temporadas de Cuéntame cómo pasó, Arias ha dado cara, voz y cuerpo a grandes personajes. Eso debe incluir, claro, al Ladislao, el sacerdote enamorado de Camila de María Luisa Bemberg y en la que consolidó su estrellato en Argentina.

Sobre algunos de esos personajes, la “jubilación” que significó la despedida de Alcántara, y la obra que lo vuelve a encontrar con los uruguayos, Arias habló con El País.

-Cuando charlábamos el año pasado me contaba que hacía tiempo que no venía a Montevideo. Y ahora viene dos veces en un año...

-La venida con Muerte de un viajante y, sobre todo, el final de Cuéntame, que en mi calendario ha sido como si me hubiera jubilado, me ha hecho pasar a otra disponibilidad de tiempo. La llegada con Muerte de un viajante afianzó mucho en mí la idea que hace mucho tiempo tenía en la cabeza de estar en los dos sitios. Y eso es lo que produjo que pudiera estar haciendo una temporada muy larga de teatro, montar un espectáculo, producirlo, llevarlo a España y hacer una suerte de giras, cumplir compromisos. Te lo dije la otra vez, Uruguay tiene una cosa especial para mi. Su asistencia a 20 años de mi serie me da un conocimiento y unas ganas de hacer cosas que tienen que ver con esta edad que tengo, poder hacer teatro, estar por acá y disfrutar.

-Perdón pero, ¿cómo se jubila de un personaje como Alcántara?

-Uno intenta hacerlo bien pero se pasa por etapas nefastas. Hacía muchos años que notábamos que la serie seguía teniendo éxito pero que le faltaba un impulso. Que algunas temporadas se parecían levemente a las anteriores, que íbamos como repitiendo un molde y empezó a surgir la alarma de que lo ideal era plantearse un final. Pero eso se iba alargando debido al éxito y tras una temporada más normal, aparecía una temporada brillante. El supuesto enfermo resistía. Y a mi que me interesan las series internacionales, recuerdo que cuando Los Soprano se decía que después de seis temporadas algo pasa y nosotros llegamos a las 23 con lo cual fue caótico pero hecho con mucho amor y con un grandísimo cierre. Y al final siguió siendo la serie más vista ese año.

-¿Extraña?

-Estamos muy en contacto entre nosotros, hay una especie de interés por ver qué hace el otro, ya ando rastreando por donde está Ricardo Gómez, por donde está Paula Gallego, por donde están todos los actores. Con algunos hicimos familia.

-Con lo difícil que debe ser conseguir grandes personajes, a usted le ha pasado seguido. ¿A qué lo atribuye?

-He sido muy afortunado porque no siempre he elegido bien, no tengo esa habilidad que sí tienen algunos compañeros. Yo me dejo guiar más por un elemento emocional y en ese sentido, la vida me ha regalado siete, 10 personajes increíbles.

-¿Y cómo llegó a ellos?

-Se me ha dado y se han adaptado a la vida, incluso físicamente. Ves ahora los actores jóvenes de La sociedad de la nieve, y han vuelto a tener el físico que teníamos nosotros en la década del 80: actores estupendos que están funcionando en el mundo y que ya les ves en los desfiles en París. Parece un poco baladí pero el físico, los huesos que tengas y la capacidad para el personaje si te cuadra, es una suerte que yo he tenido.

-Y ha conocido un montón de gente importante. Trabajó con Kirk Douglas en Bienvenido a Veraz. ¿Cómo era?

-El señor era un atleta olímpico: tenía muy poco de mayor. Después de esa película tuvo un accidente de helicóptero que sobrevivió. Y cuando lo llamé a Los Ángeles me contestó con una voz atronadora: “Hey Imanol. How are youuu maaan?”. Era muy cariñoso y trabajador. Vivíamos en una estación de esqui en Cauterets y como era verano, el hotel estaba cerrado. Le llenaron la piscina y todos los días a las cinco de la mañana, pasaba el señor y me tocaba la puerta de la habitación a los gritos de “Get up! Me voy a nadar”. ¡Me pegaba cada sobresalto! Y recuerdo que todo el tiempo estaban llegándole faxes de su hijo Michael desde Los Ángeles. Siempre decía mi hijo “es un grandísimo negociante”. Y yo le miraba y decía “y muy buen actor” y él replicaba “es un grandísimo negociante”. El actor era él.

-Tiene una escena con Douglas...

-Cuando le dijeron qué actor habían elegido, preguntó cuánto medía. El era muy ancho de hombros y muy bajito y aunque tampoco soy muy alto (mido 1,77), cuando me conoció en París, yo iba con una botas mexicanas de taco cubano que me había regalado Antonio Banderas, y Kirk Douglas me llegaba a la nariz. Me miraba y me decía “qué alto éres”. En ningún momento de la escena estuve más alto que él. Incluso pidió un plano corto y cuando yo me acercaba era yo el que le llegaba por el ombligo. Fue muy cariñoso pero con la altura no se jugaba.

-¿Por qué eligió Mejor no decirlo?

-Cuando me llegó el texto, dije “Dios santo bendito, un texto sobre la palabra”. Y, sí, es una comedia en la que nadie se tropieza, nadie se da un golpe, nadie se insulta mucho. Empecé a aprender un poco, a averiguar sobre la autora y toda su trayectoria teatral. Me di cuenta que era una pieza moderna. Y a Claudio Tolcachir lo tenía en la mente: es un director con una creatividad nueva, maravillosa. Yo aquí me siento elegido. Mercedes dijo de hacerla conmigo y pensaban que no iba a poder mucho tiempo pero se sorprendieron cuando les dije que tenía hasta seis meses disponibles. Nunca había hecho comedia en el teatro y mucho menos una comedia así, con lo cual he tenido que aprender de los tiempos. Y lo disfruté mucho porque volví a una posición de ensayos con mucha libertad ya que no tenía nada y está el encuentro con Tolcachir, que es un director súper exigente, pero con una amabilidad y una inteligencia que hace que llegues donde nunca has llegado de una manera natural.

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Mercedes Morán e Imanol Arias en "Mejor no decirlo"

-Y trabajar con Morán...

-Tengo una compañera que es un mujerón, una reina. Mecha es una actriz poderosa, buena compañera, con una gran capacidad de reacción ante las cosas. Nunca nos pusimos nerviosos y ya somos como dos amigos que realmente tenían muchas ganas de encontrarse. Y, además, parece que producimos algo, una química. Estoy feliz.

-Como sabe hacer Tolcachir, es una comedia popular que está hablando de cosas profundas...

-Todas las preguntas que se plantean los personajes en sus charlas, le dan al espectador una forma de reírse de su ignorancia a veces, de lo que sabe generando una conexión muy especial que la obra tiene, que no sabría definir, pero que es así: todos los días 540 personas se ríen casi de ellos mismos sin sentirse atacados. Y le permite al espectador irse y seguir pensando.

-La última vez vino con Muerte de un viajante, ahora con una comedia. ¿Cómo cambia la energía del público desde el escenario?

-Diez minutos antes de empezar la función, yo hacía todo el viaje con Willy Loman desde Yonkers y llegaba con un estado físico ya para vibrar: Loman es un hombre desesperado que vibra. Y para la comedia es todo lo contrario, aquí es casi quedarte dormido diez minutos antes, intento cerrar los ojos, llegar a casi estar dormido, y así sales abierto a la comedia. El género exige mucha escucha, hay que prenderse del compañero y soltar la panza, y empezar a respirar: es un ejercicio, como correr los 1.500 metros en atletismo. Y, además, es muy maravilloso ver a todo un teatro riendo a carcajadas.

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