Entrevista
El actor está de estreno este jueves en el Auditorio Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional con una puesta que dirige, coescribió con Federico Silva y coprotagoniza con Jorge Temponi y Néstor Guzzini
"No recuerdo ensayos tan vividos como estos”, dice Jorge Esmoris. Se refiere a los preparativos de Recuerdos de Niza, una obra que coescribió (con Federico Silva), que coprotagoniza (con Jorge Temponi y Néstor Guzzini) y que dirige él solito. Se estrena este jueves y va hasta el domingo, siempre a las 21.00 en el Auditorio Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional. Las entradas están en Tickantel.
“Llegamos a un punto en el que la obra estaba armada y la tuvimos que cortar a un ensayo por semana”, dice. “Además en la sala no se pueden poner las luces, ni la escenografía hasta el mismo día de la función”. Todo eso aporta más incertidumbre a la habitual ante un estreno: hay imponderables nuevos con los que lidiar.
Eso no le frena, y se nota mucho, el entusiasmo y la confianza de Esmoris en lo que tiene para ofrecer. Y en el desafío que representa.
Recuerdos de Niza —que define como un esperpento (y cita Luces de bohemia de Valle Inclán como referencia) y califica de “juguete escénico”- gira alrededor de tres personajes en un mundo en el que se combinan recuerdos, sueños y realidad sin demasiada distinción entre esos planos. Es como si vivieran en una pandemia, un evento que provocó, acompañó y complicó la puesta en escena.
“La arrancamos con Federico Silva en mayo del año pasado”, dice. “Yo estaba en un momento muy particular porque fue el peor ciclo de la pandemia -si no del punto de vista sanitario, sí del punto de vista psicológico- con aquella cosa tan extraña que sentíamos de que poco menos de que si salías te ibas a morir. Fue muy angustiante y estaba tratando de hacer algo solo, que era lo que se podía, pero la realidad se me metía demasiado. Ahí me llama Federico que estaba trabajando algunas ideas. Me empieza a mandar materiales de diarios de la década de 1940 y empezamos a trabajar en esto”.
Es que entre esos recortes, Esmoris y Silva se encontraron con un artículo de Alejandro Pietromarchi un escultor italiano que recaló en Montevideo y cuya pasión era hacer carros alegóricos. Y, cuentan, era fanático del carnaval de Niza, así que quería hacer un carro que lo mostrara en el carnaval uruguayo. Ese artículo se llamaba “Recuerdo de Niza”.
“Ni siquiera sé si el carro se hizo, pero a partir de esa frase, el tema del carnaval se empezó a juntar con el tema de los recuerdos, del tiempo, del no hacer”, dice Esmoris. “Ahí vimos tres personajes haciendo ese carro alegórico y a medida que va a avanzando te das cuenta de que están encerrados. La propia obra es como una alegoría”
—¿Es como explicar este tiempos de incertidumbre desde la propia incertidumbre?
—Sí. Están la falta de libertad, el encierro y el tema de los recuerdos. Hoy hay momentos en que pensás qué recuerdos estás generando si ni sabés en qué tiempo estás viviendo. Es como una burbuja dentro de una burbuja en la que se juntó un montón de tiempo. Y en la obra se juega mucho con eso, con el deja vu, con esa sensación de que es lo mismo pero diferente.
—¿Y cómo entra el carnaval?
—Es sacar todo eso para afuera a través de la expresión del carnaval. Y que esto muestre lo que nos salva: reírnos. La risa es un sinónimo de esperanza, pero de esperanza científica, no la pelotuda. Una esperanza por la que vos trabajas. Y era potenciarlo en el humor y sumergir a estos personajes en un ambiente de carnaval, usado desde el punto de vista expresivo. Más farsa, más absurdo. El género que más se acerca es el esperpento, Valle Inclán, Luces de la bohemia. La cosa pasa por ahí.
—De Valle Inclán para acá el humor ha cambiado mucho. Hoy parece más cercano a la ocurrencia de las redes sociales. ¿Cómo se siente allí?
—Hoy como que te obligan a hacer reír cada 10 segundos en esta cultura Tik Tok. A veces queremos desde otras artes competir con eso y no hay forma de competir. Es otra historia. Y hay que aceptarlo: el teatro es más de la catacumba y no va a salir de ahí. Y por eso sigue siendo maravilloso e insustituible.
—Muchos lo han estado haciendo por streaming. ¿Qué le parece eso?
—Eso no es teatro. Sin gente, no es teatro. Si no me ven sudar y si no escucho el silencio de la gente, no es lo mismo. Y eso se logra solo en el teatro. Ver a una persona ahí haciendo una cosa que es mentira y que todos terminamos aceptando que es verdad, es insustituible. Y no lo da ni el cine, ni la televisión. Ni el Tik Tok.
—¿Cuándo descubrió eso del teatro?
—A los 18 años, trabajaba y estudiaba. Un día estaba en el biblioteca de AEBU preparando un escrito o algo así y siento que llaman por los altoparlantes a inscribirse para un grupo de teatro. Y automáticamente me paré y me fui a anotar. El bibliotecario me preguntó por qué quería anotarme y yo le dije que no sabía. Y lo mismo cuando fui el primer día al grupo. Al teatro solo habíamos ido con la escuela y de aburidos nos pusimos a jugar a la pelota en el medio de la función. Mi primera obra fue el 8 de diciembre de 1975, una adaptación de El aniversario de Chejov.
—Y de ahí no paró...
—La actuación se ha transformado en mi forma de vida y mi sustento, pero no ha dejado nunca de ser mi vocación.
—A su vez se ha convertido en una figura. Lo invitan a los programas de televisión, por ejemplo. ¿Cómo vive esa exposición?
—Voy a la televisión porque me siento muy respetado y voy a hablar d e lo que hago y me preguntan sobre lo que hago. El mensaje implícito es que en otras cosas no me meto. Problemas tenemos todos pero los míos empiezan en mi casa y terminan en mi casa. Y quizás por el lado del que vengo y por el momento en que me fui gestando, tengo bien claro que no me siento famoso. Famosos son aquellos que quieren serlo o se sienten. Yo soy un laburante de esto. Vengo de un tiempo en el que hacer o ver teatro era un riesgo, entonces no me da para otras pavadas.
—Perdón, pero me quedó una duda con todo esto de las incertidumbres ¿El carro alegórico de Pietromarchi se ve en "Recuerdos de Niza"?
—No, no se ve. ¿O sí se ve?
Y Esmoris sonríe, una vez más, enigmático y entusiasmado.