ENTREVISTA
El director argentino llega a Montevideo con un espectáculo ligero de ropas que desde hace tres años no para de ser un éxito en Buenos Aires.
Surgió del under porteño, y desde allí construyó una obra que combina la libertad de ese origen con estrellas de la televisión. Hoy, por ejemplo, está al frente de la puesta del Julio César shakesperiano en el San Martín, con Moria Casán en el papel central.
Y este mes estará en Montevideo con dos espectáculos: este fin de semana está en el Teatro Metro con Sex, una de sus obras más reconocidas; y a fin de mes en Movie se verá Perdida Mente, una comedia con cinco actrices.
Parece difícil definir Sex, pero su creador habla de una “experiencia”. Se estrenó hace tres años y, con distintos elencos, ha sido desde entonces un exitazo. Es un espectáculo provocador que es capaz de trasladar al espectador a un boliche tipo Subterráneo Magallanes, o a una vidriera del barrio rojo de Amsterdam. Es de esa clase de espectáculos.
En el Metro participarán Christian Sancho, Ginette Reynal, Valeria Archimó, Celeste Muriega, Mario Guerci, Maxi Diorio, Nacho Sureda, Sebastián Francini, Sole Bayona, Tito Díaz, Ana Devin y Martina Lapcak. Va hoy y mañana a las 20.00 y el domingo a las 18.00 con entradas que van de mil a 2.000 pesos en venta en Tickantel.
Sobre Sex y otras cosas, Muscari, quien ha sido concursante en Bailando y hoy está en El hotel de los famosos en la televisión argentina, charló con El País.
—Ha estado en una gira de prensa local y siempre se muestra igual: divertido, bien dispuesto, comprometido con la nota. ¿Cuánto de esa figura es parte de su personaje?
—Más que un personaje, es una construcción. Siempre tengo buena onda con los medios, porque siento que me traducen muy bien en relación a lo que quiero lograr. A diferencia de mucha gente que hace exclusivamente teatro —si bien el teatro es mi actividad central, mi ordenador—, siempre tomé a los medios como unos aliados espectaculares para masificar el trabajo teatral, que en definitiva, aunque sea incluso teatro comercial, no deja de ser muy artesanal en relación a la llegada que tiene.
—Sería otra plataforma para mostrar lo suyo.
—Como que me fui dando la maña para trasladar mis sellos a otros lugares que no son el teatro, y la televisión, en ese sentido, siempre se porta muy bien conmigo. En Argentina, y creo que en Uruguay, básicamente soy un director. Puedo escribir o actuar, pero si tengo que poner mi actividad para viajar o en el hotel, pongo “director de teatro”. Es un rubro que no tiene mucha notoriedad porque están detrás a escondidas. Y conseguí, de alguna manera, popularizar ese rol que era visto como algo funcional para que los espectáculos estén en escena. (El empresario de espectáculos) Lino Patalano me dio un consejo que me sirvió mucho. Hice una obra, Shanghai, que Lino vio en el under y la llevó al Maipo. Un día me vino a buscar al camarín y me llevó a la boletería, y me mostró que había cola para comprar las entradas. Y cuando el boletero les decía qué obra querían ver, la gente contestaba: “La de Muscari”. No sabían si yo actuaba o dirigía, y Lino me dijo que no perdiera esa esencia, que era la que el público buscaba de mi. Ese consejo lo transmuté en este que soy.
—Pero eso también significa lidiar con las presiones de la farándula, que puede ser un monstruo grande que pisa fuerte y transformarte en otra cosa. ¿Cómo lidia con eso?
—Depende de lo que uno quiera hacer. De hecho conozco gente talentosa a la que le ha sucedido eso. Quizás sea que vengo de muy abajo. Soy hijo único de una madre que limpiaba casas y un padre verdulero; no tengo antecedentes artísticos en mi familia y cada una de las cosas que logré las logré escalón por escalón y con mucho trabajo. Hoy tengo 45 años, dirijo desde los 18 años, Sex es mi obra número 63, por lo cual todo lo que me fue pasando lo viví siempre como un objetivo alcanzado y no como algo que me marea.
—Y también amortigua las bajadas después de los éxitos.
—He tenido momentos álgidos y otros más tranquilos. Ahora estoy en el programa más visto de la televisión argentina, El hotel de los más famosos, por lo que salgo a la calle y todo el mundo me conoce. También sé que dentro de dos meses, cuando termine, la gente me seguirá reconociendo, pero ese frenesí de estar en la pantalla se les va a pasar. Siempre entendí esa oleada que significa la popularidad.
—Mencionó el término “artesanal”. ¿Como convive ese atributo con producciones en la calle Corrientes?
—Es lo artesanal, lo alternativo, lo off. Venir de lo under, de alguna manera, me construyó una identidad que pude trasladar al mainstream. Sex tiene un contexto súper comercial, pero surgió igual que como surgen mis proyectos más under: a partir de una idea y de dejar que se geste. Fui al Museo del Sexo en Nueva York, empecé a buscar artistas que quisieran jugar con el mundo del sexo y que apostaran a mi idea, y estrené un espectáculo hace casi tres años que nunca imaginé que se iba a convertir en un fenómeno que trasciende la idea de un éxito. La gente viene a buscar algo que sucede en Sex que tiene que ver con esa esencia artesanal. Propone una cercanía con el espectador diferente a lo que uno está habituado en un teatro comercial. Las personas que actúan en Sex no actúan solo sobre el escenario, bajan y suben, quiebran la cuarta pared y tienen una cercanía con el espectador muy grande. Eso también es parte del fenómeno Sex.
—Es bastante atrevido, digamos, lo que puede espantar u ofender a cierto público pero encantar a otros. ¿Cómo evalúa su impacto?
—Sex tocó una fibra de algo de lo que el público quería escuchar. Cuando una cosa es un fenómeno, no solo es por lo que está sucediendo en las plateas. Hay espectáculos con mucho glamour y talento pero no logran ser un éxito porque no es lo que el público necesita en ese momento. Sex habló de algo que el público necesitaba que le hablen.
-¿De qué?
-Tiene que ver con el empoderamiento, con abandonar los prejuicios, con el territorio del cuerpo, con el goce, con la diversidad. Son temas que están en el aire y el espectáculo hace -desde su lugar metafórico, poético y hasta vanguardista- que por una hora y media te guíe a un viaje en donde no sabes si estás en un cabaret de París o en un show de strip tease de Nueva York o en una en una vidriera de Ámsterdam. Tiene momentos muy poéticos y otro mucho más explícitos. Eso genera una especie de aura en donde todos los que ven el espectáculo se sienten con la alegría de pertenecer a algo que colabora a la liberación.