Julio Chávez habla de teatro: "El espectador se aplaude, sin saberlo, a sí mismo"

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Julio Chávez

ENTREVISTA

El actor argentino vuelve a Uruguay con "Yo soy mi propia mujer", uno de sus grandes papeles; será en El Galpón, el sábado 19 y el domingo 20.

Julio Chávez
Julio Chávez. Foto: Difusión

Cuando los actores o las actrices argentinos vamos para Uruguay lo decimos con una sonrisa”, es de lo primero que dice, del otro lado de la línea y del río, Julio Chávez, mientras intenta hacer memoria de qué fue lo último que lo había traído para este lado. Fue en 2016 con, justamente, Yo soy mi propia mujer, la obra del estadounidense Doug Wright, con la que ahora vuelve a Montevideo el sábado 19 y el domingo 20 a las 21.00 en el teatro El Galpón. Entradas en Tickantel de 1.200 a 2.200 pesos.

Yo Soy mi Propia Mujer se estrenó Off-Broadway en 2003 y luego llegó a Broadway; ganó los premios Tony, Drama Desk, Pulitzer, Drama League, Lucille Lortel a la Mejor Obra de 2004 y se volvió una de las obras más producidas representadas en todo el mundo, según el comunicado oficial.

Se centra en la vida de Charlotte von Mahlsdorf, una travesti excéntrica, que vivió en una mansión en cuyo sótano había preservado el último cabaret Weimar en la Alemania oriental. La obra le exige a Chávez interpretar dos papeles: la propia Charlotte y el autor que va desentrañando su historia de vida.

La primera versión que hizo Chávez fue en 2006 dirigida por Agustín Alezzo; tuvo una segunda vida en 2016 y ahora vuelve. Es uno de los grandes papeles de Chávez que tiene una carrera que, como quien no quiere la cosa, ya está llegando al medio siglo. Y es una trayectoria que está llena de grandes papeles: su Pablo “El Gitano” Perotti de El puntero, Abel Prat de El maestro, el Oso de Un oso rojo y Ruben de El custodio, por nombrar solo los de cine y televisión e igual quedarnos cortos. Su carrera teatral está llena de elogiados títulos al servicio de elogiados directores y con elogiados colegas. Sobre la actuación y la música que tienen las obras, habló con El País.

—Los argentinos siempre elogian al público uruguayo. ¿Es así o lo dicen para dejarnos contentos?

—No lo sé. Capaz que es una manera que tenemos de hablar mal de nosotros. (se ríe)

—En varias entrevistas ha hablado del término partitura para referirse a su trabajo. ¿Las obras tienen su propia música?

—No pueden no tenerla. La música es una organización casi perfecta y muchas veces advierto que en las obras de teatro cada intérprete se impresiona de un material y en esa unión aparece una creación que tiene una música o un ritmo determinados que varía según los intérpretes. Incluso en la misma música hay variaciones de interpretación. Cuando uno quiere articular un presentimiento que tiene sobre un material, no puedo evitar relacionarlo con la música. Y ahí advierto que hay un silencio que no puede durar más, un ritmo que se está deteniendo o una acentuación que está haciendo que una frase construya un sentido diferente. Me encanta relacionar nuestro oficio de la escena con otras artes. Por eso me gusta la palabra partitura.

—¿Parte de su método es encontrar esa melodía?

—Sin duda. En esta nueva posibilidad de ejecución que tengo con Yo soy mi propia mujer, advierto que hay cierta musicalidad producida en 2006 que hoy me parece equivocada. En aquella interpretación había un acelere porque, en realidad, era un actor 16 años más joven y con una ansiedad 16 veces mayor. Ahora empiezo a ejecutar el material y en mi imaginario siento que el material me agradece porque lo comunico de una manera más efectiva. Y eso incluye el cambio de ciertas palabras que entonces por respeto, no modifiqué, pero ahora entiendo el respeto de otra manera. Y hay nuevas formas de interpretar las frases. Por eso digo que Yo soy mi propia mujer es una partitura que se aviene a ser ejecutada en diferentes momentos de un actor. Puede ser tocada por alguien de 30, 40, 50, 60, 70, 80 y, si puede, 90 años. No todos los materiales son así.

—¿Y cómo incide en su acercamiento, los cambios de mirada de la sociedad a algunos de los temas que toca?

—El espectador hoy tiene otro compromiso políticamente correcto. Hoy el tema involucra a muchos más que antes. A varones, mujeres que, no porque sean travestis, sino porque son contemporáneos de un hecho que se ha puesto en la luz en forma de lucha masiva. Hay manifestaciones de orgullo con respecto a la identidad sexual y llenan avenidas. Eso involucra al contemporáneo, esté o no de acuerdo. Hoy, el mismo material le está hablando al espectador mucho más que hace 16 años. Pero a qué oído le habla y cómo es la ideología del que lo recibe es muy variado.

—Usted aprendió con Alezzo, uno de los grandes maestros de su oficio. ¿Existe una forma de actuar argentina?

—No creo. Sí existe una manera argentina de hablar. Argentina ha sido pionera de un nivel de actuación importante. Los actores argentinos fuimos muy valorados pero no sé en este momento qué está sucediendo. Sí hay identidades: el actor argentino es menos formal que un actor colombiano, peruano que tienen una cierta formalidad que no es voluntaria porque está en el hablar. El “tú”, por ejemplo.

—Lo pensaba en el sentido que, por ejemplo, en Uruguay las formas de Margarita Xirgu, marcaron...

—Xirgu también tuvo mucha influencia en Argentina. De hecho, Alezzo, Fernández y Gandolfo tuvieron que hacer un trabajo muy importante para abrirse de eso. Hoy hemos perdido capacidad de decir y de entender y se ha deprimido un poco el sentido de la literatura. Ahí hay un tema en que las escuelas se van anulando pero viste cómo son: tiran el agua sucia con el bebé adentro y no discriminan qué hay que sacar. Así, con la Xirgu vino una manera de decir que quedó muy acartonada sobre todo cuando aparecen Lee Strasberg y el Actor’s Studio y lenguajes que no admiten esa formalidad. Pero no resuelven los problemas. Es como cuando apareció el clown y que todo se iba a resolver con eso. El clown es un lenguaje hermoso pero limitado. Se volvió como el curry: estaba en todos los platos.

—En eso de su oficio, ¿cómo son sus rutinas antes de una obra?

—Literalmente voy tres horas antes al teatro, prendo la luz de la sala y el escenario y me pongo a entrenar y paso toda la obra con mi voz sonora con un lápiz en la boca. Me preparo porque al rato van a haber espectadores que tienen que recibir un material y el instrumento es la voz, es la dicción, es la palabra. Y no tengo ningún reparo en recordar que los griegos se ponían piedras en la boca para articular.

—¿Ese rigor se ha ido perdiendo?

—Se fue perdiendo para determinadas cuestiones. Si querés hacer algunas comidas es muy difícil que no tengas que recurrir a algunas cuestiones que hoy no están en la mesa de la contemporaneidad. Pero por otro lado se avanzó muchísimo, por ejemplo, en el tema de la autogestión: muchos grupos hacen espectáculos muy vitales, hermosos, en espacios particulares. Pero hoy le das una obra (no sé, La devoción de la cruz de Calderón de la Barca) a un grupo y lo estás metiendo en un problema porque la pregunta es qué carajo hacer con eso. Todo es tan utilitario que no se preguntan cuánto están aprendiendo. Y hay una diferencia entre ser nutrido por algo y estar preocupado por dónde lo vas a usar. Y la formación, además, necesita tiempo. También hay que ver qué espectáculos les despierta a querer hacer eso. Lo que se está haciendo parece ser que lo puede hacer cualquiera porque se ha perdido un poco el teatro de texto. Cuando aparece un texto se resuelve con ideas contemporáneas y eso es otro problemón.

— Yo soy mi propia mujer es, en ese sentido, hasta una declaración...

—Charlotte misma dice, yo no quiero radio, ni televisión, a mi déjenme con lo que me dio vida. Ella es fiel a donde tiene su afecto. Lo que Yo soy mi propia mujer pide al espectadores un detenimiento de hacer un poco de silencio para que se produzca el fenómeno del teatro y la espera y el acompañamiento. Que sin eso no existe relato. Lo que a mi me gusta de esta obra es que muchas veces hemos logrado que se produzca un silencio religioso, porque la tribu y el relator están, justamente, produciendo un momento religioso: el fenómeno del cuento. Y se vuelve a poner el oficio del actor que es un oficio hermoso con una hermosa función: la de ser un relator. Y cuando eso sucede, el aplauso no es a mi, sino al fenómeno, al momento. El espectador se aplaude, sin saberlo, a sí mismo. Aplaude que trabajó su imaginación y aplaude su humanidad.

—Todos, en definitiva, somos parte de la partitura...

—No existe partitura si no hay alguien que la escucha. El teatro es un fenómeno colectivo y eso me parece extraordinario. No estoy hablando de una pretensión artística, eso está en los fenómenos callejeros. No hay espacio que se puedan arrogar que son el arte. ¿Dónde está el arte? Ese mismo fenómeno puede estar en cinco segundos de una imagen de Instagram. Y eso es un problema para nosotros, los actores. Tenemos competencias muy fuertes: hoy en Instagram ves la escena de despedida de un viejito con su nieto. ¿Qué le queda después de eso al arte del relato?

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