"El primero que me dijo que a La balada de Johnny Sosa había que llevarla al teatro fue José Saramago”, cuenta Mario Delgado Aparaín y enseguida se interrumpe para, entre risas, improvisar el acento con el que el Nobel de Literatura portugués le hizo aquel comentario. Su impostación se asemeja más al Vinicius De Moraes del disco La Fusa que al autor de Ensayo de la ceguera. Pero es lo de menos. “Lo que Saramago no sabía era que ya lo habían intentado”.
El adaptador Alfredo Goldstein, que atesora la primera edición de 1987, lo tiene claro. “Todo autor es muy celoso de su obra, y es natural que así sea”, comenta. “Hubo muchos intentos de adaptación, pero Mario los rechazó, incluso algunos que estaban por estrenarse”. El autor, por su parte, da sus motivos: “Tuve varias propuestas, incluso en cine, pero nunca me gustaron los guiones. Me parecía una impericia conciliar el lenguaje literario con el teatral o cinematográfico”.
El Diario Oficial lo confirma: en una de sus páginas de junio de 1999, los cineastas José Pedro Charlo y Aldo Garay solicitaban inscribir su guion basado en la novela. Sin embargo, el proyecto quedó trunco.
La única excepción, al menos hasta ahora, la tuvo la dramaturga Teresa Deubaldo, quien en 1989 la llevó a El Notariado. “Teniendo en cuenta el escasísimo recurso que ella tenía, fue algo bastante digno”, define el autor sobre aquel proyecto protagonizado por Mario Santana. Por los siguientes 35 años, la historia de Johnny Sosa quedó limitada al papel.
Pero Goldstein, que ya cuenta con 80 espectáculos teatrales estrenados y describe a La balada de Johnny Sosa como una novela “que con el tiempo gana en magia”, estaba decidido volver a llevarla al teatro. “Hablé con Mario, que es un tipo genial pero que también tiene su cuota de picardía, y le dije que primero necesitaba su ‘ok’ y luego avanzaba”, cuenta sobre el texto que ya cuenta con traducciones a 15 idiomas.
Delgado Aparaín, al contrario de lo que podía esperarse, aceptó. “Siempre admiré profundamente a Alfredo”, asegura. “Me pareció muy buena su actitud y la vehemencia con la que expresaba su deseo de llevarla al teatro, así que me convenció”. Para eso, el dramaturgo, mantuvo las imágenes y el humor con la que el autor desarrolló la historia de aquel cantante que cantaba en inglés sin manejar el idioma, y decidió llevarla a escena con cuatro narradores.
La adaptación de La balada de Johnny Sosa se estrenó anoche en el Teatro Stella, y hasta el 11 de abril se podrá ver todos los jueves y viernes a las 21.00. Las entradas cuestan 350 pesos y se consiguen en RedTickets.
La obra viene con otra particularidad: se trata del debut actoral del músico Gonzalo Brown, exintegrante de Abuela Coca y Cantacuentos, quien se encargará de interpretar a Johnny Sosa. “En uno de nuestros primeros encuentros, me dijo que el personaje lo estaba llamando y que decía todo eso que no podía contar a través de sus canciones”, comenta Goldstein. El elenco se completa con Gianinna Urrutia, Diego Artucio y Marcelo Ricci. La escenografía y el vestuario está a cargo de Hugo Millán, la iluminación es de Pablo Caballero, la musicalización de Fernando Ulivi y la fotografía de Alejandro Persichetti.
La historia de "La balada de Johnny Sosa"
El origen de La balada de Johnny Sosa es tan atractivo como su contenido. “En Minas existió un ‘Negro Johnny’, que tocaba su guitarra en el prostíbulo y cantaba en un inglés inventado”, contó DelgadoAparaín en 2014, entrevistado por El País Cultural. “Tenía un programa de radio donde, con otro amigo, hablaban de rock y pasaban canciones. Su historia terminó mal. Un día levantaron el programa, cerraron el prostíbulo y él se quedó sin su música. Para sorpresa de todos, prendió fuego el rancho donde vivía y desapareció. Algunos decían que se había escapado a Buenos Aires y otros que había muerto”.
Esa especie de leyenda urbana marcó tanto al autor nacido en La Macana (Florida) que decidió llevarla al papel. Y lo hizo con dos versiones. La primera se titulaba “Balada para Johnny Sosa” y se publicó como cuento en un número de la ya extinta revista de arte y literatura Imágenes.
Aquel primer texto difería bastante de lo que luego se vería en la novela lanzada en 1987 por Banda Oriental. “El cuento trata de recrear la atmósfera de ese incendio, de esa desesperación”, comentó. “La novela extendió ese relato con la presencia ineludible de la dictadura y esa voluntad de domesticar al ‘Negro Johnny’, de hacerlo un cantante de boleros que fuera presentable, comprándole una dentadura postiza y alejándolo del quilombo”.
La historia transcurre en un pueblo del interior al comienzo de la dictadura y para ello Delgado Aparaín ideó a Mosquitos, el lugar donde luego desarrollaría la acción de novelas como Alivio de Luto, El hombre de Bruselas y Tango del viejo marinero. “Cuando empecé a escribir La balada de Johnny Sosa me hacía falta un espacio”, le contó a El País en 2012. “No quería un escenario fragmentado, como puede ser una gran ciudad, sino uno manejable”. Y así como Onetti con Santa María o García Márquez con Macondo, el floridense creó un lugar inspirado en distintos elementos de Cerro Chato, Minas, Solís de Mataojo y Sarandí de Yi.
Ahora, en diálogo con El País y a 37 años de la salida de la novela, Delgado Aparaín dice que cada vez que la relee lo hace “con mucho pudor” por “temor a que haya sido una novela de circunstancias”. Sin embargo, la última vez que se reencontró con el texto sintió alivio:“Es como si lo hubiera escrito otro; veo que se sostiene y hasta logra emocionarme”.
—La balada de Johnny Sosa rescata e inmortaliza muchos aspectos de la oralidad de la década de 1970. Se carga, aunque tal vez no sea consciente, de un aspecto sociológico. ¿Cómo surge?
—Pocas veces lo dije, pero el verdadero protagonista de la novela es el lenguaje. Es como una acuarela. Recuerdo que Herman Hesse era un gran linyera y, atravesando Europa caminando, no encontró nada mejor para conocer a la gente que hacer pequeñas estampas pintadas de acuarela para ilustrar las historias individuales de personajes de otras idiosincrasias. Y Johnny es algo así: recorre en su imaginación un mundo desconocido, y espera que de ese mundo norteamericano venga un descubridor de talentos y se lo lleve.
—Creo que su esencia está en la defensa de la identidad. Y esa lucha, por más de que se ambiente en un pueblo imaginario, le aporta un carácter universal. ¿Considera que esa ha sido la clave para que generara tantas traducciones?
—Es muy importante lo que decís porque responde a una pregunta que hace años me estaba haciendo. Siempre me he preguntado por qué diablos La balada ha gustado en mundos tan disímiles y ha tenido traducciones al coreano, al turco o al griego, y eso tiene que ver con la defensa de los valores como la libertad, la honestidad y la fidelidad a sí mismo. Creo que eso es lo que impresiona.