Leonor Courtoisie habla de "Estudio para La mujer desnuda", su primera obra en el Solís

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Leonor Courtoisie

ENTREVISTA

La directora y dramaturga adapta con la Comedia Nacional una novela de Armonía Somers; es una puesta atrevida que está entre lo mejor que se va a ver en teatro en el año

Leonor Courtoisie tiene 32 años, está en París haciendo usufructo de la beca Moliere y trabajando en nuevos proyectos mientras en Montevideo, la Comedia Nacional pone en el Teatro Solís, Estudio para La mujer desnuda, la adaptación que escribió y dirigió de La mujer desnuda, la novela de Armonía Somers. La puesta es un desafío que juega con el espacio del Solís, el concepto de autoría, el mismo teatro y el papel del público. Es una experiencia teatral intensa y hay tiempo (aunque pocas entradas) para verla hasta el sábado 30. Es de lo mejor que se va a ver en teatro en Uruguay en 2022.

—Estudio para La mujer desnuda es su primer trabajo para la Comedia Nacional y en el Solís. Agota las funciones y se volvió un acontecimiento cultural. ¿Cómo vive todo eso?

—Obviamente que cuanta más gente vaya mejor, pero al no ser mi principal objetivo al crear, esa respuesta me sorprende mucho. Sí me interesan mucho comentarios del tipo “no sé si me gustó” o “fui a verla hace una semana y aún no sé qué me pasa”. Es lo que me sucede a mí con Armonía Somers: no se trata de si me gusta o no me gusta. Agradezco mucho, pero como que es muchísimo. Y la Comedia Nacional es un universo muy distinto en el que entran 800 personas por función, y tener la oportunidad de que a una obra la vea tanta gente es única para mí.

—¿Cómo se dio ese salto a algo más masivo?

—Soy una inconsciente. Fue una invitación de (el director de la Comedia Nacional) Gabriel (Calderón), que no estaba en mis planes. Siempre bromeaba con una amiga y le decía: “Cuando dirija la Comedia”, e inventaba cosas inmensas que no iban a pasar. Fue muy sorprendente. Primero trabajamos en algo que se decidió no hacer una semana antes de empezar los ensayos. Y cuando se canceló decidí que había que hacer este libro de Armonía Somers. Gabriel y Laura Pouso (la dramaturgista de la obra) me dijeron que no lo veían muy teatralizable, que era raro y no era para el gran público. Pero yo intuía que había que hacer algo con ese material, así que le pedí una semana más a Gabriel para organizarme. Fue como un tirarse al vacío y la verdad es que Gabriel y Laura no confiaban en el libro porque les parecía muy difícil, pero confiaban mucho en mi seguridad. Una inconsciente total.

—Y dirigiendo un elenco oficial, además.

—Que una gestión confíe en la intuición de un artista me parece fascinante. Las instituciones oficiales tienen que ser los lugares donde las artistas tengamos la posibilidad de fracasar. Me parece que el fracaso es parte de hacer arte y hubiera estado bien, también, si esto salía muy mal y a nadie le parecía interesante.

—Un concepto que me surgió en la obra fue “desacralizar”. Y me parece que se hace en varios sentidos: el Solís, la experiencia teatral. ¿Había una búsqueda en ese sentido?

—No lo había imaginado como desacralizar porque justamente para mí hay algo muy ritualístico, entonces es como una contradicción. Es lindo eso de pensarlo como esa idea de sacralizar por lo que significa el Solís, y que deje de ser un espacio para solamente asistir, con eso que tiene la palabra “asistir”, de recibir, irme y que la experiencia siempre sea igual. Aquí hay ciertos desdobles que ya Armonía los planteaba en el libro.

—La puesta hace un uso fuerte de la cuarta pared...

—Me han mencionado mucho lo de la cuarta pared y me sorprende porque para mí es algo tan natural. Para mí no hay cuarta pared nunca y no hay ficción porque todo es ficción y todo es parte de lo mismo. Sí siento que esas direcciones pueden generar determinadas tensiones o distensiones. No lo puedo ver tan a grandes rasgos, como: “ta, se rompió algo”, porque yo no creo que eso pase.

—Sí, pero como espectadores se nos invita a participar y en ese momento me di cuenta de que estaba absorbido, no solo por la historia sino por cómo estaba presentada.

—Es un embudo, hay algo hipnótico y erótico que tiene Armonía en el libro, que para mí está traducido no solo en los cuerpos sino también en los objetos o en el bosque que tiene un movimiento erótico. Y todo eso en conjunto es como que va entrando en una cosa extraña, y cuando aparece esa ruptura te das cuenta dónde estás. Esos quiebres tienen que ver con esta intención de presentar otras reglas, otro lenguaje y cómo se traduce esto que hicimos a ese otro lenguaje. Y también con una idea que tenía que ver con el fracaso de ciertas premisas que nos habíamos planteado en el comienzo del proceso, que están expuestas en ese momento y donde sí se invita o se pide que se colabore a resolver esos problemas.

—Llegar al Solís y hacer una obra de estas dimensiones, ¿influyó en lo que está haciendo para el futuro?

—Trabajar en el Solís y con la Comedia se me volvió adictivo. Me dan más ganas de seguir haciendo teatro. Me ayudó a crecer un montón, me abrió muchísimo la cabeza a formas de trabajo. Me rodeé de mucha gente con mucha experiencia: aprendí más que en muchos años de estudiante. No sé si va a cambiar todo lo que yo haga, sino que se me abre otra curiosidad por un tipo de teatro que quizás yo lo veía muy lejano, o sea, no veía que estuviera tanto en mis posibilidades, porque soy muy ansiosa y prefiero hacerlo de otra manera. Y no es que me va a modificar lo que ya vengo haciendo -un poco capaz que sí-, sino que creo que se me abre otra perspectiva.

—Entonces hay que hacerlo de nuevo....

—Quisiera volver a trabajar en estas condiciones de mucho respeto y cuidado por el otro. Quisiera volver a trabajar así, tanto en el Solís como con la Comedia. Ojalá tenga esa oportunidad que es, además, un privilegio tremendo.

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