Por Nicolás Lauber
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Malena Guinzburg llegó a Montevideo con ganas de caminar por la rambla y de ir al shopping. “No iba a comprar nada, solo a mirar y sufrir y decir: maldito dólar”, comentó entre risas a El País la comediante argentina que presenta mañana, con doble función en la sala teatro del Movie, su primer unipersonal: Querido diario. Quedan pocas entradas por la web de la sala a 1.500 pesos.
Pero Guinzburg, quien en sus monólogos, en Las chicas de la culpa y en el podcast Correo no deseado (que hace junto a Connie Ballarini) suele hablar de sus desdichas, ni siquiera pudo pasear. Solo fue a la farmacia a comprar un termómetro que, encima, funcionó mal.
Si bien su primer trabajo fue con solo 10 años, junto a su padre Jorge Guinzburg en Peor es nada, Malena comenzó su camino de stand up varios años después. Su carrera despegó gracias a Canchero, el show que hacía junto a sus colegas Pablo Fábregas, Fer Sanjiao y Diego Scott: fue un éxito que duró 10 años. Luego llegó Las chicas de la Culpa que se convirtió en un fenómeno que traspasó la pantalla, creció en las redes y llegó al teatro. El mes pasado, como había pasado antes, agotaron dos funciones en Montevideo.
Pero aunque con ese fenómeno estaba en la cresta de la ola, Guinzburg sentía que no era graciosa, que no tenía nada para decir. “Era un tema que llevaba a terapia. Había como una necesidad de hacer un unipersonal, pero me daba miedo. Me tomo mis tiempos, soy muy exigente conmigo, muy, y creo que hasta que no estuviera segura de que tenía un material que de verdad estuviera bien, no sé si me iba a permitir mostrarlo”, dijo Ginzburg. “No lo digo como algo bueno, para mí es mejor mandarse y hacerlo e ir puliéndolo”.
Así, revolviendo sus viejos diarios íntimos, encontró uno que escribió hace 30 años y fue el disparador de este unipersonal que presenta en Uruguay.
—Apareciste con 10 años en televisión, ¿Cómo fue ese comienzo de tu carrera?
—En esa época de Peor es nada hice un sketch donde mi padre hacía de “Truchán”, parodiando a Tusam, que casi mata a su hijo. Él dijo que quería hacerlo con sus hijas y a mí me encantaba eso, entonces me puso a mí. Sobreviví.
—¿No te dio pudor también seguir la senda del humor?
—No. Tardé un montón en animarme a vivir de eso y a que no me importe la comparación. Estudiaba teatro serio, antropológico con Eugenio Barba, Jodorowsky, y era malísima, siempre iba para el lado del humor. Como que no me quedó otra. Después trabajé mucho tiempo como productora, pero a la vez quería estar delante de cámaras, del micrófono, en el escenario. Se fue dando hasta que me animé y no quise producir más. Me estaba volviendo una resentida porque quería otra cosa. Me llevó muchísimo tiempo y muchísima terapia. Así que le pagué varios apartamentos a los psicólogos, y seguro que casas en Punta del Este.
—Un buen comediante tiene su propia identidad. ¿Cómo se construyó la tuya?
—Creo que mi humor, mi comedia, es muy auténtica. Es vivencial y torpe, catártica. Hay algo que me divierte de ser muy honesta, porque así es mi comedia. Es como un “esta soy yo”, no te la puedo ni caretear. Y con lo que me divierte, esta cosa de medio perdedora en un montón de cosas, pero no desde el lugar del “pobrecita”, sino reírme de eso genuinamente. Por eso en Querido diario leo mis diarios íntimos de la adolescencia, que son reales y no les cambio nada. Si los hubiese querido escribir como guion no me salían tan graciosos porque lo lindo que tienen es ese patetismo, ese dramatismo adolescente. Esa Malena que sufría en enero por uno, en marzo por otro y acumulaba desamores. Eso genera mucha identificación porque a todos nos ha pasado. Yo era muy no correspondida en esos amores, entonces necesitaba escribirlo y decirlo. También hacía dietas y anotaba día por día lo que comía y hoy leo eso y no se puede creer. De pronto cenaba dos milanesas y un vaso de chocolatada. ¿En serio cenaste eso haciendo dieta? Hoy me río de eso. También hablo de cosas que me pasan hoy, porque esas anécdotas disparan cosas actuales, pero eso no podría ser si no fuese tan honesta en lo que cuento.
—¿Probarías hacer otra cosa?
—No sé si me sale otra cosa. Cuando intento algo distinto me sale más forzado. Este es mi primer unipersonal, aunque monólogos hace un montón que hago. Y el que me viene a ver me conoce un montón después de la función. Pasa mucho que vienen a verme y después les dan ganas de ir a revisar sus cajones y encontrar sus cosas de la adolescencia, porque a todos nos pasó, aunque se vivió con más o menos drama. Yo, en vez de ir a bailar, quedaba en casa armando rompecabezas y escuchando Silvio Rodríguez. Era un drama viviente (se ríe).
—¿Cuánto hay de autoaceptación en Querido diario?
—Creo que lo que uno es hoy es gracias a o por culpa de esa adolescencia. Y poder reírme de esa Malena también es reírme de la de ahora. Lo hago con mucho amor. He tenido mi época de bullyinearme, y ya no lo hago más. Me río de mí que no es lo mismo, y esa Malena me da ternura y gracia, y la gente también se ríe desde ese lugar. Estoy muy contenta con el show, lo que pasa y la devolución de la gente. Es que en un show de humor no la podés caretear: o se ríen o no. O escuchás la risa o no la escuchás. Si están todos callados la pasás para el orto, y escucho risas desde que empieza hasta que termina. Entonces, es una tarea cumplida.
—¿Qué es la risa para vos?
—Es alivio, sobre todo con el primer chiste. Porque ahí ya sabés si la vas a tener que remar o si es un público más fácil. Entonces, primero es alivio y después, felicidad. Pasó algo post pandemia y es que la gente te agradece que los hagas reír. Llegan mensajes muy lindos porque en momentos de mierda los hacés reír. Lograr generar eso es hermoso.