Obituario
El integrante de Les Luthiers falleció ayer a los 77 años; había fundado el grupo en 1967 y era su maestro de ceremonias, uno de los guionista y el padre de Mastropiero
La primera vez que escuché la voz de Marcos Mundstock, yo tendría, cuántos, 11 años. Con mi amigo Juan nos escapábamos del ping-pong del club, y nos íbamos al Palacio de la Música que, en ese entonces —y esto es, mismo, prehistoria— tenía unas cabinas al fondo donde se podían “probar” los discos. La rutina era entrar, mirar las bateas y elegir discos para escuchar. En el recuerdo siempre pedimos dos: Made in Japan de Deep Purple y Volumen 3 de Les Luthiers. Éramos raros.
Así que probablemente la primera vez que escuché la voz de Marcos Mundstock fue con su presentación del “Voglio entrare per la finestra” de la ópera Leonora o el amor conjuglar de Giovanni Corpocorto. Era raro: la voz parecía la de los locutores de la radio que escuchaban mis padres pero la formalidad había sido remplazada sutilmente por la guarangada. ¡Amor conjuglar!
“Pensar hoy en partidas o ausencias nos resulta demasiado triste”, escribió Les Luthiers en su página oficial y en sus redes sociales al confirmar la muerte de su fundador, ayer a los 77 años. “Hoy preferimos evocar todo lo que Marcos nos brindó y conservaremos con nosotros para siempre. Nos quedará el recuerdo de su voz, única e inconfundible. Y de su presencia sobre el escenario, con su carpeta roja y frente al micrófono, que cautivaba al público antes de decir una sola palabra”..
Así Mundstock, con esa voz y su elegancia culta y pícara (y esa carpeta roja), resumía el espíritu de Les Luthiers desde su fundación en 1967.
El vínculodel grupo, y por lo tanto de Mundstock, con Uruguay ha sido prolongado y cariñoso. Hay quienes recuerdan una actuación en el verano de 1972 en La Fusita, el café concert de la Parada 10 de Punta del Este; allí presentaron Opus Pi, uno de sus primeros shows. Sus actuaciones en el Teatro Solís durante la década de 1980 solían agotarse y era el acontecimiento cultural de cada año.
En tiempos más recientes solían presentarse en el Auditorio Nacional Adela Reta. La última actuación de Les Luthiers en Montevideo —en febrero, donde presentaron Gran reserva— fue precisamente allí y ya no participó Mundstock, quien luchaba con el quebranto de salud que terminó doblegándolo ayer.
Así, su última aparición “pública” para los uruguayos fue su papel en El cuento de las comadrejas, la película de Juan José Campanella que se estrenó en mayo del año pasado.
“Somos un grupo mayormente judío, pero no hacemos humor judío. Tenemos esa influencia y ese estilo, aunque sea en las fuentes que hemos abrevado”, le dijo al periodista Carlos Reyes en su última entrevista con El País en agosto de 2018. “La caligrafía del humorismo que hacemos tiene que ver con cierta elegancia en la forma de presentar los chistes. Y hasta de elegir los chistes. Es un estilo, que por suerte nos ha salido lindo”.
Surgidos de los ambientes de los coros universitarios argentinos en la década de 1960, el grupo pasó rápidamente a teatros y café concerts, un formato de moda en el momento. Desde entonces no pararon de trabajar con una carrera exitosa en Iberoamérica que les valió, entre otras distinciones, el premio Princesa de Asturias, que Mundstock agradeció en nombre del grupo.
Mundstock ya estaba en el cuarteto original junto con Jorge Maronna, el ideólogo Gerardo Masana (quien falleció en 1973) y Daniel Rabinovich (quien falleció en 2015). Maronna y Carlos López Puccio, que ingresó en 1971, son los únicos miembros de la formación clásica (un septeto en el que también estaban Ernesto Acher y Carlos Núñez Cortez) que aún siguen en el conjunto.
A ellos había que sumar a Johan Sebastian Mastropiero, omnipresente compositor creado por Mundstock y que se integró al universo de Les Luthiers en 1970. Entre sus shows más recordados está precisamente Mastropiero que nunca (el que tiene “Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, de sus hazañas en tierras de Indias, de los singulares acontecimientos en que se vio envuelto y de cómo se desenvolvió”), que estrenaron en 1979.
Mundstock siempre fue el maestro de ceremonias con su voz impecable y su eterna carpeta roja. Desde allí lanzaba sus gracias apelando a veces a un inocentón doble sentido que él apoyaba en una indudable complicidad con el público. Se notaba, y lo reconocieron, una influencia del uruguayo Telecataplum que manejaba el mismo tono de fineza culta que está en la matriz de Les Luthiers.
Su voz de locutor profesional le daba una improbable seriedad. Además era el guionista de mucho del material, y allí demostraba su conocimiento del idioma que le permitía jugar con las palabras y los signos ortográficos. Sabía, además, administrar los silencios y hacer parte al público de la gracia. La audiencia del grupo, en Uruguay por ejemplo, se reía con solo verlo y su presencia, junto con la de Rabinovich, aportaban mucha de la gracia teatral que tiene el conjunto.
“A Mundstock siempre lo recordaré como un lector empedernido”, dijo a El País Mario Morgan, quien fue productor de sus visitas a Uruguay desde hace 20 años. “Su única exigencia era que tenía que tener en el cuarto de hotel un diario uruguayo y uno argentino, y leía todo. Después le encantaba sentarse y charlar de todo lo que había leído, eran tertulias muy amenas. Era una persona sumamente informada y que le gustaba estar al tanto de todo lo que pasaba. Más que nada, era de leer, en su cuarto o en su camarín. Siempre tengo la imagen de Mundstock leyendo”.
Nosotros también, pero leyendo los papeles en esa carpeta roja donde escondía el misterio de la risa. Y que, ya sea en unos niñacos en una cabina de discos o en el público que lo veía en el Auditorio del Sodre, producía la misma magia.