ENTREVISTA
El actor argentino charló con El País sobre una carrera que abarca cine, televisión y, principalmente teatro. de su vocación y el premio de mantenerse auténtico
Mauricio Dayub se emociona cuando le recuerdo aquellos comienzos de su carrera como villano o secundario en telenovelas. “No me veían”, le contó a El País. Pero él estaba convencido que algún día lo iban a ver. Y lo vieron.
Ahora, por ejemplo, es el protagonista de uno de los grandes éxitos del teatro argentino, El equilibrista, la obra que coescribió y que esta semana (de martes a viernes) se presenta en El Galpón. La estrenó en 2018 y desde entonces la ha vuelto un éxito internacional. Es la primera vez que la trae a Uruguay.
Sobre esa carrera y El equilibrista, Dayub habló con El País.
—Pensaba en su carrera y en cómo aquel actor secundario de repente se convirtió en escritor, director, actor, dueño de un teatro. ¿Cómo pasó eso?
—Empecé a escribir mis obras porque lo que me ofrecían era inferior a lo que necesitaba hacer. Fui pasando por todos los rubros del teatro, desarrollándome, aprendiendo hasta que los demás vieron en mí lo que no veían antes. Comprobé lo hermoso que es seguir desarrollando lo mío con ganas y sin decepcionarme. Hubiera sido terrible cambiar por lo que el medio me pedía. Hubiera perdido mi esencia.
-En ese camino, ¿hubo cosas que no le gustó hacer?
-Sí pero con el dinero de la tele financiaba los proyectos que quería hacer. Pude tener una sala por tener continuidad en la televisión. Pero yo quería que la gente me conociera por lo que era, no por la construcción que me daba el laburo. Lo más normal hubiera sido cambiar y esto que pasa en El equilibrista es lo mismo que me pasaba a mi. El medio me exigía que fuera otra cosa y a mi no me sale. No es mérito ser como uno es, sin embargo, pareciera que sí.
-Ser auténtico, ¿le da paz?
-Absolutamente. Pero muchas veces no da resultado porque el otro quiere verte como se usa o está de moda o lo que el medio parece necesitar.
-¿Cuándo fue el momento en que se dio cuenta que su carrera crecía?
-Tuve dos momentos. Uno fue en una obra que traje a El Galpón en 1989, sobre la vida de Miguel Hernández, Compañero del alma que dirigió Villanueva Cosse. Yo era el protagonista y había una escena en la que Hernández se va de Orihuela a Madrid y transcurría en un banquito con la llegada a la estación, la subida al tren y la llegada a Madrid y en la que tenía un largo monólogo. Haciéndola en Buenos Aires, sentí que la gente vivía conmigo toda la escena y mientras yo pensaba cómo me recibirían los poetas en Madrid y sentí que el público estaba viendo todo lo que estaba contando. Y ahí vi que iba a poder ser actor. Y después hice un espectáculo que se llamó El primero, donde empezaron a venir actores famosos porque estaba Oscar Ferrigno, el hijo de Norma Aleandro. De ahí me empezaron a llamar de la tele y empezaron los pequeños trabajitos.
-El equilibrista surgió después de hacer un exitazo como Toc Toc...
-Hice 2.753 funciones de Toc Toc y cuando terminó me decían que tenía que seguir con una comedia, que la gente quería olvidarse de la realidad. Pero volví a lo que había hecho siempre: generar un espectáculo de cero, darme un gusto personal y compartirlo con pocos. Me conmueve muchísimo saber que lo que estaba necesitando también lo necesitaba mucha gente. Fue resignificar de algún modo mi propia vida y poner arriba del escenario lo que yo sentía que valía de verdad y no tanto lo que el mercado consumía. La satisfacción es tremenda. Y eso no solo pasó en Argentina, sino en Madrid o en Tel Aviv. Estoy ansioso por saber si pasa en Uruguay.
-¿Por qué genera eso?
-Nos venimos sintiendo un poco ninguneados por una realidad que nos exige un montón de cosas que sentimos que no son las que valen de verdad, pero si uno no las tiene va quedando por fuera. Con El equilibrista quería celebrar mis 40 años de esta persistente vocación que me tiene tan apasionado como cuando empecé y poner arriba del escenario un espectáculo con cosas que sentía estaban faltando. Se estaba perdiendo aquella esencia del teatro que me había hecho entrar y que tenía que ver con hacer imaginar al espectador. Quizás sea parte del condimento del éxito. Pero fundamentalmente lo que pasa que el espectador advierte que lo que siente es más importante que lo que le exige la realidad.
-Y el público se lo hace notar.
-Es “teatro con garantía”. Y eso es que si a alguien no le gusta puede reclamar la entrada y le devuelvo el dinero. Pero la gente empezó a hacer cola para decirme las cosas lindas que le habían pasado con la obra. Y así el teatro que quería hacer se terminaba de plasmar en ese encuentro final con el público ya no en la ficción sino la realidad.
-¿Devolvieron muchas entradas?
-No. Incluso muchos me dicen que quieren el dinero para poder volver a entrar y sentir lo mismo que sintieron.