Todo puede ser fruto del azar o el destino, ¿quién sabe? Que Maximiliano De la Cruz sea un popular comediante y conductor uruguayo y que ahora esté protagonizando su primer stand up en la calle Corrientes, posiblemente tenga que ver con aquella extraña parábola de la vida de su padre argentino Cacho De la Cruz, que acompañando al cantor Edmundo Rivero partió de gira al Uruguay cuando tenía 20 años. Tras una inundación muy grande en el país, Cacho se terminó quedando en Montevideo. Para el músico, humorista y conductor, Uruguay se volvió su nueva casa. Allí formó su familia, se convirtió en una figura del espectáculo, tuvo a sus hijos. Allí nació Maxi De la Cruz, que siguió sus pasos: el camino del humor, la conducción y la televisión. Ahora, el azar, el destino o el trabajo, ubican a Maxi en un momento clave de su camino artístico del otro lado del Río de la Plata, protagonizando en el Teatro Broadway el espectáculo Maxi-cómico, dirigido por otro comediante, Diego Reinhold.
“Esto lo soñé hace muchos años”, dice al final del espectáculo, cuando la gente lo aplaude de pie con una ovación cerrada, después de un poco más de una hora de show que sostiene con su tempo de comediante. Este unipersonal, con funciones los jueves a las 21.00, lo pone por primera vez como protagonista en la calle Corrientes, en una sala para unas 1.200 personas.
Maxi De la Cruz llegó a este espectáculo con viento de cola y la popularidad creciente que le dio la pantalla caliente del Bailando en América TV, que en Uruguay emite Canal 12. No es casual que ese termómetro para lo popular que tiene el conductor de televisión Marcelo Tinelli le haya dado el impulso para producir este espectáculo. Si bien en el torneo de baile la participación de Maxi De la Cruz fue irregular en las últimas semanas, el actor y conductor da pasos firmes en otros terrenos como la conducción del programa La culpa es de Colón.
Esta última semana, su nombre también estuvo ligado a la repercusión mundial de la película La sociedad de la nieve, dirigida por J. A. Bayona, donde Maxi De la Cruz hace del personaje del piloto del avión que llevaba al grupo de rugbiers a Chile y chocó contra la cordillera de los Andes.
El estreno de "Maxi-cómico"
Todavía el espectáculo no comenzó, pero se percibe la expectativa. De fondo suena un jazz de los cincuenta. Es noche de estreno y entre el público hay bailarines del show de Tinelli y su equipo de coaches en el certamen. También hay señoras con brillos y peinados con fijador. Hay chicas y chicos jóvenes que se ríen bulliciosamente, se sacan selfies sentados en las butacas y parecen estar en un after. Están las parejas maduras: el hombre serio que parece llevado a la rastra y la mujer elegante y feliz. Y algunos personajes del Bailando —Sol 1 y Sol 2, como llama Tinelli en su programa a esa pareja de chicas trans todas montadas— que se levantan y saludan al público.
De pronto, alguien advierte otra artista en la platea. “¡Ahí está Valeria!”, grita una señora en una punta del teatro y señala con el dedo. Valeria es Valeria Lynch, que levanta tímidamente la mano, y parece hundida en su butaca para pasar desapercibida.
El escenario está a telón abierto. Una pantalla, una mesa de bar y una silla son los únicos elementos de la puesta escénica que resaltan dentro de esa caja negra. De pronto la música del final del espectáculo arranca y Maxi De la Cruz ofuscado aparece asomando la cabeza detrás de la cortina, haciendo señas al sonidista que es el track equivocado. En la pantalla se lee la palabra “Fin”. El actor entra y agita los brazos para que el audio se detenga. Un asistente tira papel picado y le acerca un ramo de flores. “Esto es al final”, reprocha y saca al asistente del escenario. La música no se detiene y frente a los cambios se disparan un popurrí de sonidos donde se mezclan desde fragmentos de "Chiquitita" de Abba a la cortina del canal de noticias Crónica TV. Todo es un absurdo. El juego de la comedia ha comenzado.
La rutina del espectáculo se dividirá en varias partes. Primero Maxi jugará al personaje del perdedor. “No soy una persona que ha tenido suerte”, arranca diciendo. Después interpretará al nostálgico que evoca tiempos mejores, cuando las parejas se conocían de otra manera. También llegará el observador desorientado por los equívocos que provocan las mismas palabras pero con otros significados (sobre todo relacionado a lo sexual) en distintas partes de América Latina. O el personaje que se queja de la influencia del celular en la vida contemporánea. O el showman capaz de regodearse en un bolero sobre el uso del QR, o flotar sobre un ambiente de música francesa como si evocara la figura de una chansonier de los tiempos de Edith Piaf.
Desde el inicio, Maxi de la Cruz mantiene un ritmo vertiginoso. El tempo es la clave del espectáculo. Su oficio como comediante lo lleva a hacer una cita del personaje inglés de Mr. Bean, utilizando esa gestualidad más del clown para representar las escenas de una cita a ciegas que no termina bien. También se ríe del lenguaje de los traperos. Ahí es cuando llega uno de los momentos que más risas provocan en la sala y cuya temática gira alrededor del doble sentido que adquieren las palabras. En esa rutina, Maxi de la Cruz despliega su histrionismo como standapero, en un ida y vuelta constante con el público.
En ese terreno, que conoce bien, se mueve con una impronta natural y con un rasgo de incorrección política, para hablar de las confusiones que generan los usos y costumbres en otros países, como por ejemplo, cuando habla de la palabra "cajeta", que es sinónimo de dulce de leche en México. No hace falta nada más que esa palabra y la expresión desconcertada de su rostro para que se provoque la explosión de risas en la platea.
En otros momentos, el actor realiza breves intervenciones musicales para respirar entre los textos, apoyado por la pantalla. La mano de Reinhold, además del ritmo que tiene el espectáculo, se nota claramente en el sketch donde Maxi de la Cruz personifica a un DT —podría ser Bielsa— en una conferencia de prensa. El director técnico, con traje de gimnasia y gorrita, responde a las preguntas con monólogos rimados, como los que solía hacer Diego Reinhold en sus espectáculos y que, también, llevó en su momento a la previa de los Bailando en otra época. Todas las palabras encajan mágicamente.
Acá, por ejemplo, construye una oración larga utilizando sólo nombres de jugadores. Después hace lo mismo, pero con distintas disciplinas deportivas. Es un mecanismo delicado, que exige del actor su máxima concentración, su memoria y una chispa en el relato capaz de activar, por decantamiento, el resorte de la risa.
En el final, para redondear el absurdo, aparece la pista musical del principio del espectáculo y en el cartel se proyecta la palabra “Bienvenidos”.
Ahora sí es el fin del show y Maxi de la Cruz, sale del personaje y agradece a sus amigos, compañeros de trabajo del Bailando, a Valeria Lynch, a todo el equipo —Diego Reinhold en la dirección, que sube a escena con él; Yanina Erias en el diseño de luces; Dany Vila en la música; el guión coescrito con Reinhold y Fernando Trotta; la producción de Marcelo Tinelli y Ezequiel Corbo—, y a los uruguayos presentes que hacen flamear una bandera que Maxi ve desde el escenario.
“¡Vamos Uruguay!”, dice, el hombre de la doble nacionalidad, hijo de un argentino que se volvió una figura uruguaya, el actor y comediante que no para de decir gracias y que finalmente, a sus 47 años, encontró su propio lugar destacado en la cartelera del verano porteño, a metros del Obelisco.