ENTREVISTA
La actriz y comunicadora protagoniza "Yo soy Fedra", una experiencia teatral para 20 espectadores escrita y dirigida por Marianella Morena.
Es sábado de noche y estoy en la cama con Noelia Campo. Este comienzo no puede escaparle al “yo”: son casi las 11 de la noche y estoy acostada con un personaje, con una actriz, sobre una actriz. No sé bien cómo llegué hasta acá y lo que sé no puedo (no quiero) contarlo. Pero sé que es sábado, que es 2 de octubre, que se acaba de estrenar Yo soy Fedra, la nueva obra de la dramaturga Marianella Morena, y que en este cuarto ubicado en Casa Caprario donde apenas caben 20 espectadores, estoy en el centro de una escena triste que alguna vez fue, también, la mía.
En Yo soy Fedra, Campo es la mujer del título, la princesa de un mito griego que fue secuestrada por Teseo y se casó con él para enamorarse de su hijastro, Hipólito, que no la corresponde. El mito dice que Fedra, furiosa y herida, lo acusó de abuso sexual y desató una ira destinada a la fatalidad. La obra la muestra como todas las personas que alguna vez padecieron el desamor y que, en ese rechazo, se sintieron ínfimas y miserables. “No estoy preparada para otra cosa que no sea amarlo”, repite en ropa interior, las piernas blancas sin depilar, el cuerpo blando y expuesto.
“Muy expuesto”, dice Campo a El País, a tres tardes del estreno. “¿Igual sabés qué me pasa? Yo creo que nunca fui muy pudorosa con el cuerpo. He hecho otros desnudos en otros momentos. Este desnudo es más largo, estoy más tiempo en soutien y bombacha. Pero no me siento en pelotas, no siento nada. Me siento comodísima: es increíble, pero me siento comodísima”.
Vista desde afuera, Yo soy Fedra se impone como una de las obras más exigentes en la larga carrera actoral de la también periodista, comunicadora y conductora del programa Mirá Montevideo en TV Ciudad. Fedra le exige un importante esfuerzo corporal para el que la preparó Rosina Gil, primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre; le demanda cantar mucho —y muy bien— en vivo, un área en la que la asesoró Ximena Bedó; y le pide sostener, con bastante intensidad, un texto que es arduo y abstracto, poético.
Todo eso, Campo lo hace en compañía de un músico, Lautaro Moreno, que tiene una participación activa en escena; y con un público que también será llevado al terreno de la interacción. Todo —el desnudo y la música, la actividad y la vulnerabilidad, la tragicomedia y el dolor— pasa en la intimidad de un cuarto ubicado en Soriano 922. Hay doble función hoy, mañana y el domingo, con entradas agotadas; las del viernes 14 y sábado 15 también se vendieron por completo.
“Esto me resulta un desafío porque canto, que yo no soy cantante para nada, y después está el tema de la cercanía del público, porque tiene que haber mucha verdad: te ven desde muy cerca y no se puede disimular. Pero La bailarina de Maguncia me generaba un desgaste físico bastante grande, y cuando hice Lucrecia o el deseo bajo el fondo del mar, había una violación y era bastante fuerte, yo tenía un monólogo como de 20 minutos y eso también me resultó exigente, y era la primera vez que hacía Shakespeare. Pero creo que en el momento no me doy cuenta, lo hago y ya está. Estás en el fragor del champagne”.
En ese fragor, la protagonista de uno de los mayores éxitos del cine uruguayo reciente (Los Modernos, 2016) repta por el colchón, grita, se viste y se desviste y hasta se entrega a la masturbación en un acto agrio y devastador.
En un momento de la entrevista, Noelia está a punto de decir esto: que por el teatro, todo.
Sin embargo, corta la frase a la mitad y elige decir esto: “Yo siento que si tiene que ver con el hecho artístico, es algo que me gusta y me hace bien”.
Por eso, para Yo soy Fedra dejó de hacer gimnasia, de limitarse con la comida y de depilarse. Fue un proceso intenso que ahora le permite divertirse sin pudores, sin reparos.
Eso sí: de momento, prefiere que su hijo de 15 años no vaya a verla, y reconoce que su madre, si estuviera entre el público, quedaría impactada. “Mi papá no, siempre fue más abierto en eso y nunca tuvo tanto prurito. Pero mi madre es más recatada, más conservadora. Y después nada. Es ficción. No lo está haciendo Noelia, lo hace Fedra, entonces no me inhibe”.
Pero Noelia, alguna vez, también fue Fedra. “Por suerte”, dice a El País. “No mandé matar a nadie (se ríe), pero en algún momento de tu vida vivís que alguien ya no te quiera, que no quiera estar más contigo, y eso te pone mal, te deprime, te angustia, sentís que no vas a poder encontrar a alguien que te dé amor del que sea. Es un tiempo, y después se te pasa. Cuando volvés a vos misma, no hay pedrada que te baje”.
De algún modo y a juzgar por las primeras devoluciones, la actriz entiende que, en el público, Yo soy Fedra también tiene que ver con eso: es un texto sufrido del que una puede, igual, salir aliviada. Incluso si eso implica terminar en una cama, en el medio de la escena, ante la mirada de todos.
“Es que siempre es aprendizaje”, resume Campo. “Hay que llenarse de barro para poder limpiar”.