ENTREVISTA
El actor argentino llega al Teatro Metro con "El divorcio", y confiesa que Natalia Oreiro es una de las actrices con las que más disfruta trabajar.
Tiene el particular honor de haber estado en las dos películas argentinas que ganaron un Oscar, La historia oficial y El secreto de sus ojos. Tiene una cantidad de créditos en éxitos televisivos y, ahora, una comedia teatral que le hace mucha ilusión. Tiene, Pablo Rago, 50 años de edad, casi 40 como actor y una relación íntima con Uruguay, donde este fin de semana actuará con buen elenco.
“Mi vínculo con Uruguay es familiar”, sintetiza el hombre cuyo único hijo, Vito, tiene madre uruguaya: la también actriz María Carámbula, con quien Rago estuvo en pareja durante siete años.
En la construcción de esa “relación de amor” que siente que lo une a esta tierra, Rago también evoca el recuerdo de Berugo (“lo extrañamos siempre”) y refiere a Natalia Oreiro, con quien compartió elencos en Kachorra y la película La noche mágica. “Es una de las actrices con las que más me gusta actuar, no solo por su talento sino por lo que es como persona. Es un amor”.
A reencontrarse con un poco de todo eso, con el público uruguayo para el que actuó por última vez en 2018 con Atracción fatal, Pablo Rago vuelve este fin de semana. Estará de viernes a domingo en el Teatro Metro con El divorcio, comedia que coprotagoniza con Luciano Castro, Natalie Pérez y Carla Conte, sobre dos parejas en estados distintos y un método que las une. Entradas en Redtickets.
“En marzo estaba entrando a un ensayo de Network, una obra que hice acá en Buenos Aires, y me manda un mensaje Luciano y me dice: ‘¿Estás para hacer una obra?’. En ese momento no estaba para nada (se ríe). No hablamos más, y cuando terminó Network me volvió a llamar, y no lo dudé ni un segundo”.
Rago quería volver a trabajar en Mar del Plata, donde El divorcio obra hará temporada en el verano; y también quería volver a la comedia. “Porque no soy cómico, pero me gusta hacer reír. Y la gente se va feliz: de habernos encontrado, de vernos cerca, pero también de haber pasado una hora y cuarto olvidándose de todos sus quilombos”.
—¿Hubo algo que te sorprendiera particularmente de cómo funcionó El divorcio en este primer contacto?
—Te diría que todo, porque hay algo de la identificación que si bien uno lo podía percibir, ya desde la primera escena la gente empieza a hacer comentarios, que también es raro. Yo tengo familia en Rosario, vinieron mis primas con sus maridos a vernos, y cuando salimos, lo primero que me dijeron fue: “¡Estamos nosotros en la obra!”.
—Trabajás desde niño en diferentes formatos de ficción, pero para mucha gente sos un actor bien de televisión. ¿Qué te da el teatro?
—La tele tradicional ahora está más complicada; está todo más volcado a las plataformas. Y si bien la televisión es donde me crié, porque estuve más tiempo en la televisión que en el colegio, el teatro tiene esa cosa inmediata, el resultado inmediato con el público, y eso es impagable. Sentís lo que está pasando en el cuerpo en el momento, y a la gente le pasa lo mismo. Porque muchas veces me pregunto cómo puede ser que algo tan artesanal como el teatro siga funcionando, habiendo tantos medios para entretenerse. Pero lo que pasa esa noche no se vuelve a repetir nunca más. Cada noche en el teatro es algo único.
—Dijiste que pasaste más tiempo en la televisión que en la educación formal. ¿Cuál es la principal lección que aprendiste de ese mundo y te llevaste a tu vida en general?
—Soy muy prolijito y muy escuchador, muy escuchador, y trabajé de muy chico con actores de la talla de Ricardo Darín, Soledad Silveyra, Ana María Picchio, Rodolfo Ranni, Arturo Bonín, Mirta Busnelli, que en general fueron mis tíos o mis padres. Y en ese mundo de artistas, de gente muy sensible -yo vengo de una familia medio tosca, mi viejo era un hombre poco cariñoso-, me mostraron otro costado de la vida, de las relaciones. Si te tengo que decir una sola enseñanza, es esa: ver el mundo de un lado más amable y amoroso, si se quiere.
—A medida que crecés y te toca a vos ocupar ese lugar y ser un modelo, una referencia para otras generaciones, ¿cuán presente tenés la responsabilidad que acarrea?
—No sé si es tan consciente, pero ahora que te lo estoy contando me doy cuenta de que tengo las mismas maneras con la gente más joven: me gusta charlar, me gusta colaborar… De hecho después del estreno, Natalie (Pérez) me hizo un comentario agradeciéndome los consejos que le di, y yo ni me di cuenta. No me di cuenta de que le estaba dando consejos; estábamos trabajando a la par, pero quizás la experiencia de tantos años hacía que no me pudiera perder la oportunidad de decir qué podíamos mejorar en escena. Y me dio mucho orgullo que una chica que tiene tanto éxito me haya agradecido por eso. Es re lindo.
—En una entrevista reciente con El País, Luciano Castro destacó que la llegada de las plataformas tuvo algo de empezar de nuevo para su generación: hubo que volver a audicionar, hacerse conocer... ¿Cómo te estás llevando vos con toda esta transformación?
—Es raro. No hay enojo, pero es muy raro. En mi vida, muy pocas veces hice casting por este tema de haber empezado de muy chico; los productores que me necesitaban me llamaban directamente a mí. Ahora sí hay que audicionar, y me parece bien. El cambio más grande es que las plataformas tienen pretensiones cinematográficas con los tiempos de la televisión, y eso hace que sea muy agotador el trabajo. Muy agotador. Son jornadas larguísimas, con mucha exigencia, porque tenés que hacer peliculitas todos los días, y en ese sentido me cuesta adaptarme. De todos modos estoy por empezar a grabar una serie que se llama, por ahora, Los Espartanos, sobre un entrenador de rugby -un caso real- que inventó un programa para recuperación en una cárcel, y ya meterme en un personaje nuevo me encanta. No hay nada que me guste más que actuar.
—En el proceso actoral, ¿qué se disfruta más?
—Es distinto. El proceso del teatro es más progresivo, en cambio el de la tele o la plataforma es más de ir construyendo cuando lo estás haciendo. Cuando te encontrás con los compañeros, viendo cómo actúa el otro, empezar a devolvernos pelotas… Es distinto. Y el cine tiene una cosa más espiritual, del plano. Eso es algo que aprendí de más grande. Igual como no soy para nada académico, y solo estudié tres años de teatro en toda mi vida, soy muy intuitivo. De hecho empecé a estudiar teatro con Raúl Serrano, mi maestro, después de haber trabajado con él. Yo tenía 22, 23 años, y me tuve que romper, después de 16 o 17 años de trabajar como actor. Me tuve que romper a mí mismo para empezar de nuevo, y fue una gran decisión.