"Una semana nada más", la obra que le devuelve la risa a los argentinos

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"Una semana nada más", la obra de Nicolás Vázquez. Foto: Difusión.

TEATRO

"Una semana nada más" está protagonizada por Nicolás Vázquez, Benjamín Rojas y Flor Vigna

La primera noche fueron dos niños agarrados de la mano. Pidieron permiso entre las mesas que aún estaban vacías, caminaron entre las sillas y atravesaron el espacio hasta llegar a una pareja que estaba comiendo una pizza. La primera noche fue una chica, que estaba vestida como yo, como mi amiga, como cualquier otra persona que está cenando un viernes en un restaurante de Palermo, en Buenos Aires. Agarró una bolsa de nylon y fue mesa por mesa pidiendo comida. La segunda noche, en una pizzería, se volvió a repetir: dos niños de la mano entraron y nos pidieron comida. Y así en cada mesa.

El miércoles pasado el presidente de Argentina, Mauricio Macri anunció, a través de un video que filmó desde la casa de una familia del barrio Colegiales, medidas que el gobierno tomará para frenar la inflación del país. Medidas para aliviar, dijo Macri. u201cHay que admitir que se hace muy difícil llegar a lo básico, al alquiler, a pagar las facturas, el súper que es una locura, entonces el día a día se convirtió en algo difícilu201d, le respondió la dueña de casa al presidente. El mismo día, 56 periodistas de Clarín se enteraron, cuando fueron a trabajar, que habían sido despedidos. No hace falta investigar muy profundo como para darse cuenta de que la situación de Argentina es complicada. El fin de semana estuve tres días en Buenos Aires; se nota en las calles, en las caras, en los precios, en el subte, en los ómnibus; se hace evidente cuando una chica que se nota que no tiene años de calle, recorre los restaurantes de Palermo pidiendo comida.

El sábado a la noche la avenida Corrientes vibraba. Allí, en la avenida de los teatros, a media cuadra del Obelisco, la fila para entrar a la primera función de Una semana nada más era larga, muy larga. Jóvenes, adolescentes, adultos, entre amigos, en pareja o en familia. El teatro El Nacional Sancor Seguros estaba iluminado y con videos y letras grandes prometía que con esa obra nos íbamos a reír cada 10 segundos. Poco después de las ocho y media la sala, con capacidad para 1014 personas, estaba completamente agotada. La función de las 22.45 también iba a estar llena. Es decir que solo en una noche, más de 2000 personas vieron una misma obra de teatro. Diez minutos después se apagaron las luces y un video proyectado sobre el telón mostró a los protagonistas del espectáculo, Nicolás Vázquez, Benjamín Rojas y Flor Vigna, que decían que por favor apaguemos los celulares, que no saquemos fotos, que no hagamos ruido con el papel del caramelo. Al final, como marcando la premisa de la noche, decían que disfrutemos, que seamos felices.

Una semana nada más es para reírse. Para reírse mucho. Es para que duela la panza y la cara y la sonrisa (porque a veces, la sonrisa duele de alegría). No pretende más que eso, y está bien. La historia es sencilla: una pareja (Vázquez y Vigna) tiene problemas de convivencia; ella es una maníaca del orden y la limpieza, él la quiere dejar pero no sabe cómo, así que decide pedirle a su mejor amigo (Rojas) que se vaya a vivir con ellos una semana. Lo que ocurre en el medio de esa trama son un montón de situaciones casi delirantes, que exageran los estereotipos y efectivizan el humor. Como la totalidad de la obra, están ahí con un solo objetivo: que los que estamos del otro lado nos riamos a carcajadas. Y lo logran.

Aunque no hay dudas de que Vázquez es el gran motor de esta comedia del francés Clément Michel dirigida por Mariano Demaría, Vigna y Rojas lo siguen en la actuación y en las risas, porque en esta función, más de una vez se van a reír juntos. De eso también se trata: de reírse de ellos mismos para hacernos reír a nosotros. Después de 90 minutos terminó la obra. Saludaron de a uno, y el teatro se cayó de aplausos y de gritos. Saludaron los tres, y el público se puso de pie. Vázquez abrazó a sus compañeros y nos dijo que lo único que querían era hacernos reír, que si lo lograron se quedan felices, que seamos felices, que aunque la vida sea dura también es hermosa. Dijo, y entonces el teatro se quedó en silencio, porque aunque me hablaba a mí, más que nada le hablaba a ellos, argentinos, que todo pasa, siempre, que los momentos duros en algún momento se acaban.

Después de 90 minutos la obra terminó y quedó la sensación de que algo pasó en El Nacional. En la vereda y en la calle todo volvió a ser como antes. La fila para la siguiente función ya se estaba empezando a armar. 1000 personas más elegían reírse. Como yo, como todas las que vieron la obra desde que estrenó, el 9 de enero, y como las que la van a ver.

Argentina está un poco a pedazos. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos, hay 14,3 millones de personas en el país cuyos ingresos no alcanzan para cubrir los servicios básicos, y solo en Buenos Aires el 31,3% de la población está bajo índices de pobreza. Y sin embargo el teatro sigue sobreviviendo y la gente sigue pagando una entrada solo para reírse. Porque está bien que vayamos a ver a Kartun o a Tolcachir y disfrutemos de la belleza y del llanto y de la angustia, pero también hay que darse un ratito para que la cabeza deje de pensar y se entregue a la risa, a la risa y nada más.

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