La decadencia y los sueños rotos son los motores de un clásico rioplatense estrenado hace casi medio siglo que mezcla tragedia y comedia y llega mañana por primera vez a El Galpón. Se trata de La Nona, obra de Roberto “Tito” Cossa estrenada en Argentina en 1977 que rápidamente se convirtió en un título emblemático y que en Montevideo ya se ha visto en cuatro ocasiones.
La Comedia Nacional la hizo dos veces, una con Alberto Candeau y otra con Armando Halty. Otra adaptación la dirigió Marcelino Duffau con Eduardo Prous, y la última puesta, hace más de una década, la protagonizó Júver Salcedo en La Gaviota con dirección de Jorge Denevi.
La historia obtuvo mayor notoriedad cuando saltó al cine, en 1979 dirigida por Héctor Olivera y con Pepe Soriano como esa abuela con un hambre insaciable que come todo a su paso, incluyendo a su propia familia. En todos los casos La Nona es interpretada por un hombre.
Perteneciente al grotesco criollo -el género que surge en 1923 con la obra Mateo de Armando Discépolo- La Nona describe las andanzas y las desilusiones de inmigrantes que llegaron a estas tierras pensando que iban a hacer la América, solo para encontrarse con hambre, miedo y miseria.
En la obra, la nona vive con sus tres hijos, Carmelo quien está casado con María y es padre de Marta, Chicho y Anyula. Ellos vivirán para alimentar a ese ser insaciable, a esa matriarca que se mantiene imperturbable ante las desdichas de sus familiares y solo se dedica a comer y comer, y a hablar en Cocoliche.
Si bien la obra habla de un momento particular de Argentina, durante la década de 1970 con el trasfondo social, económico y político de esos tiempos, “La Nona habla de todos los tiempos”, comenta Alfredo Goldstein, director de una nueva puesta que tiene a Héctor Guido como la anciana protagonista y que se estrena mañana en El Galpón.
Eso se debe a que el personaje se puede explicar a través de distintas aristas como el miedo, el totalitarismo, el consumismo, la resistencia al cambio. En su momento tomó sentido en relación con la dictadura argentina, algo que el propio Cossa no esperaba.
Una Nona con historia
Morfológicamente, La Nona se divide en dos actos muy marcados. El primero está originado en un guion que Cossa armó para televisión en 1970 y que tiene un final relativamente feliz. Concluye con los familiares de esta abuela pensando que se deshicieron del mal que los aqueja, al casarla con Don Francisco, el quiosquero.
Seis años más tarde, Cossa escribió la segunda parte, y modificó partes del inicio que era costumbrista y más cercano al teatro más tradicional realista.
“Cossa le dio la vuelta de tuerca en el segundo acto y la obra se vuelve un grotesco absoluto, donde se ve la influencia de Discépolo, así como lo que hizo Jacobo Langsner con Esperando la carroza, o Carlos Maggi con El patio de la Torcaza, y renovó la idea del grotesco que es un tipo de humor que el Río de la Plata se ha cultivado mucho”, agrega Goldstein.
Rápidamente La Nona se convirtió en un clásico ya que también ha sido modelo para otras obras de autores posteriores, incluso del mismo Cossa que años después se escribió No hay que llorar, que tiene algunos rasgos de esta tragicomedia.
Manteniendo la ambientación en los años setenta, La Nona que estrenará El Galpón, es un título que mantiene su vigencia. Eso se debe a que se trata de un personaje-símbolo que permite adaptarse a cualquier tiempo y espacio.
Y mientras los familiares que la rodean comienzan a caer en desdichas, esta famélica anciana, cuya hambre lleva a todos a la miseria, es el único personaje inmutable. Inicialmente puede parecer una viejita tan simpática como insoportable, para transformarse en esa devoradora que termina destruyendo todo a su paso.
“La Nona se puede comparar con lo que le ocurre a Don Zoilo en Barranca abajo de Florencio Sánchez, por esa idea de la caída moral, económica y social que se provoca en toda la familia”, comenta Goldstein.
Porque independientemente de que se interprete esta obra de manera política, social, económica, y hasta culturalmente, La Nona simboliza ese monstruo que traga todo a su paso, al igual que el titán Cronos de la antigua Grecia engullía a sus hijos.
Para mostrar ese descenso económico y social, la escenógrafa Cecilia Bello buscó representarlo a través de la ausencia de ciertos elementos del hogar. A medida que los personajes comienzan a desaparecer, también lo hacen las sillas, los cubiertos y la comida, ya que todo gira en torno a la mesa.
“Cuando se van perdiendo esos elementos, se va perdiendo lo esencial”, dice Goldstein. “Porque se pierde hasta esa tradición familiar italiana de la reunión los domingos en la mesa. Así, la mesa se convierte en un símbolo, como todos los personajes que giran en torno a esa mesa”, agregó.
Si bien la nona no dice mucho, es el personaje central de la obra. “Esas frases sueltas, combinadas con las exigencias continuas del personaje, son perfectos para Guido. Él tiene una capacidad actoral enorme, y se divierte”, comenta el director de esta puesta.
“Guido mantiene la diversión del personaje y al mismo tiempo lo macabro que tiene esa diversión, porque en todo momento nos está diciendo ‘te estás riendo de las exigencias, de no permitir que los demás coman, tengan una vida, o sean libres’”, agrega.
Con funciones los sábados y domingos en El Galpón, este monstruo que se ha vuelto un personaje clásico rioplatense volverá a hacer de las suyas.
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