El estreno de Onegin el pasado jueves ofreció un espectáculo de altísimo nivel no solamente en lo que se refiere al ballet, sino más en general, dentro de todo el rango del arte escénico.
El gran protagonista de la noche (pese al indiscutible talento de la primera bailarina María Noel Riccetto), fue el notable coreógrafo sudafricano John Cranko (1927-1973), cuya pautas para la escenificación de este ballet se conservan frescas y llenas de interés.
Quizá uno de los mayores méritos del famoso coreógrafo, quien falleció tempranamente a los 45 años, fue el modo de amalgamar las formas clásicas con una audacia en los movimientos, logrando un resultado que sin perder pie en la tradición, la anima y llena de vigor.
No quedan ahí los valores de esta coreografía, que en este caso ha sido repuesta por la maestra sueca Agneta Stjernlöf-Valcu y el maestro rumano Victor Valcu. El ritmo sostenido del espectáculo, que no decae ni un momento, tiene una de sus causas en esa gran partitura para los bailarines. Otra virtud de Cranko en este, uno de sus preciosos trabajos, es su capacidad dramática para narrar un argumento con sus complejidades a través de la danza. Y su talento para expresar lirismo, en pasajes que realmente resultan inolvidables.
Riccetto, una vez más, desde el rol protagónico, aprovechó al máximo la riqueza de la genial coreografía, hecho que fue reconocido por el público en sostenidos aplausos. Se necesita una gran bailarina para encarnar ese difícil rol de Tatiana, y Riccetto supo dar perfectamente con el tipo psicológico. Las exigencias del papel son enormes, tanto a nivel técnico como propiamente físico, y la artista lo llevó del principio al final sin decaimientos.
Pero son muchos los bailarines que se lucen en esta puesta, tanto masculinos como femeninos, y el conjunto exhibió a una compañía homogénea, llena de ganas de volcarse al trabajo.
La serie de escenografías son otro regalo para el espectador. Realizados en el Teatro Colón (al igual que el vestuario, también exquisito), la sucesión de decorados enmarcaron maravillosamente esta historia romántica, de palacio, en un conjunto de cuadros visuales que se superan unos a otros. Los colores precisos, los efectos de monumentalidad, cada detalle, son un placer para la vista, complementando perfectamente el trabajo del cuerpo de baile. También en ese aspecto, el ballet del Sodre está ofreciendo algunos de los espectáculos mejor servidos en el escenario de todo lo que se puede ver a lo largo del año.
En su conjunto, Onegin contiene como capas que parecen repasar hitos de los dos últimos siglos, arrancando por la historia de Alexander Pushkin que está en su base, plena de romanticismo. De allí en adelante, la música de Tchaikovsky agrega una referencia cultural posterior, y la coreografía de Cranko salta un siglo, manteniendo con sutileza aspectos de la cultura del siglo XIX, que se reflejan perfectamente en la estilización moderna de las danzas antiguas. Todo ese juego de tiempos fue muy bien capitalizado por el elenco oficial de ballet, que cierra su temporada con un trabajo excelente, inolvidable para el público y para la compañía.
La Orquesta Sinfónica del Sodre, con el maestro Martín García al frente, se acopló con justeza a toda la dinámica escénica. Una vez más el ballet, ese arte escénico sin palabras, dio muestras de ser a la vez tan antiguo como actual, siendo capaz de emocionar a través de música y cuerpos en movimiento.
Onegin [*****]
Coreografía: John Cranko, sobre novela de Pushkin. Música: Piotr Ilich Tchaikovsky. Orquesta: Sinfónica del Sodre, bajo dirección de Martín García. Sala: Auditorio Nacional Adela Reta. Funciones: hasta el viernes 11 de noviembre. Tickantel, de $ 160 a $ 850.
BALLET