Como una vía de escape a esa timidez y vergüenza que sentía de niña, como una forma de salir del paso ante cualquier situación, Verónica Llinás, apelaba al humor, aunque dice que nunca se sintió la graciosa de la fiesta.
“De chica se hacían desfiles de disfraces en el club hípico donde iba. Creo que me habían alquilado un disfraz de conejo medio pedorro con un pompón en la cola, y era un infierno pasar por la pasarela. Se ve que lo hice tan rápido que el pompón fue rebotando, y todo el mundo se empezó a reír. Saqué el segundo premio. Poco a poco me fui dando cuenta que tendía a salir del brete haciendo reír. Tal vez por una cuestión de inseguridad, porque la risa te reafirma inmediatamente”, comenta a El País la actriz que comenzó haciendo teatro under con el grupo Gambas al Ajillo, llegó a la pantalla chica de la mano de Antonio Gasalla y desde entonces no ha parado de trabajar.
Si bien tiene tres décadas de carrera, es la segunda vez que llegará a Uruguay con una obra. En 2022 vino por primera vez, junto a Soledad Silveyra con Dos locas de remate; ahora llega con Antígona en el baño, comedia que coescribió y codirigió y tendrá funciones del 17 al 19 de mayo en el teatro Metro. Entradas por Redtickets desde 1.710 pesos.
Llinás entiende que no es ilógico que se haya dedicado a la comedia ya que su padre, Julio Llinás, el escritor, publicista y poeta surrealista argentino, tenía mucho humor. Aunque cuando era niña ya soñaba con ser actriz. Su padre, luego de vivir en París, trajo fotos de los actores de la comedia francesa, y ella quería ser como esas mujeres.
“Mi abuela tenía un mantón de manila negro y yo, que además quería ser morocha, me lo ponía y me miraba sufriente en el espejo. Siempre quería hacer de la heroína que se moría. Quería sufrir, pero la vida me llevó a otro lado”, comenta.
Ese otro lado llegó de la mano de Antonio Gasalla, quien la convocó para Gasalla 91, su ciclo de sketches en televisión. Llinás no había visto el programa porque en esa época sentía que la TV no tenía nada que le interesara ver, aunque conocía a Gasalla gracias a un disco que su padre había comprado de un café concert junto a Carlos Perciavalle.
“Mis compañeras eran temerosas a la hora de pelear plata, y me mandaron a mí. Cuando hablo con Antonio me pregunta cuánto quieren cobrar, y le digo: ‘queremos 100’. Antonio hace un silencio y me dice, ‘bueno, les voy a pagar 200’. Tuvo la grandeza de pagar lo que a él le parecía que teníamos que cobrar”, comenta Llinás, quien conoció todas las aristas del temperamento fuerte del capocómico.
En Antigona en el baño, Llinás es Nasia, quien supo ser una estrella de televisión, pero a quien le pasó el cuarto de hora. Afrontando su vejez quiere tener prestigio y elige hacer Antígona, la tragedia clásica de Sófocles. Para eso contrata al director más cool, vanguardista para una puesta moderna, y la obra transcurre el día del estreno, con ella encerrada en el baño sin querer salir.
El joven representante, que interpreta Darío Lopilato, no puede manejar la situación y decide llamar a un coach ontológico que hace Héctor Díaz.
Entre esos tres personajes de desarrolla la comedia que se ambienta en el baño del teatro, previo a la función.
Llinás llegó a esta obra cuando los productores de Dos locas de remate le dijeron de hacer otro espectáculo. “Me daban textos que me parecían muy parecidos a lo anterior. Ahí me di cuenta que quería hacer esa obra”, dice.
Y Llinás, que siempre autogestionó sus espectáculos, no dudó en ponerse a trabajar. “Cuando hice mi película, La mujer de los perros (2015), fue sin un peso del Incaa, yo puse la plata. Igual la gente dice barbaridades impunemente, amparados en el anonimato, pero bueno, es el mal del momento. Lo digo porque la opción no puede ser callarse la boca. Si te callás, terminas siendo cómplice, y hay que tener valor para decir lo que uno piensa y afrontar las consecuencias”, dice.