Vio de cerca el horror de la guerra y escribió una obra en la que llueve en escena y ahora trae a Uruguay

Este jueves y viernes en El Galpón se verá "Protocolo de quebranto", una obra y una puesta en escena del español Mario Vega, quien viajó al frente de la invasión rusa a Ucrania y le cuenta la experiencia a El País.

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Mario Vega
Foto: Leonardo Mainé

Cómo entender el horror de la guerra y trasladarlo a un hecho teatral. Para el dramaturgo español Mario Vega fue ir —con el periodista Nicolás Castellano y la fotógrafa Anna Surinyach— a Ucrania a tener testimonios directos de las víctimas de la invasión rusa que, por entonces cumplía un año. Entrevistaron a 19 personas e iniciaron un proceso que siguió con encuentros entre el equipo artístico y expertos para de entender lo inentendible: la guerra.

En ese grupo estaban por ejemplo, juristas como Baltasar Garzón, corresponsales de guerra y directores de organizaciones humanitarias. Algunos de ellos participaron también en los ensayos.

Con todo eso, Vega escribió la beckettiana Protocolo del quebranto, un drama para tres actores (Marta Viera, Mingo Ruano, Luifer Rodríguez) que se podrá ver mañana, jueves, y el viernes en El Galpón, a las 21.00 con entradas a 1.300 pesos en RedTickets.

Es la tercera parte de una trilogía que Vega inició con Me llamo Suleiman, la historia de un niño que migra desde un pueblo de Mali a Europa, es devuelto en la frontera de Melilla y llega en patera hasta las Islas Canarias. Siguió con Moria -que presentó en Sala Verdi en febrero de 2023 en el Festival Temporada Alta de Girona- que transcurría en el campo de refugiados de la isla de Lesbos, y hablaba sobre vulnerabilidad femenina en esas circunstancias. En ambas también hicieron un trabajo de campo.

“Nos faltaba tratar los motivos de la migración que pueden ser económicos, medioambientales, lo que sea, y también nos faltaba hablar de la guerra”, le contó Vega a El País. “Y decidimos ir a entrevistar a víctimas directas de la invasión rusa”.

Protocolo del quebranto es el encuentro de tres personajes marcados por la violencia. Para eso, la obra, que viene recorriendo festivales en todo el mundo, apela a una puesta en escena arriesgada que incluye una lluvia bajo la que habitan los personajes.

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Protocolo de quebranto
Nacho Gonzalez Oramas

Sobre algunos de esos asuntos, Vega charló con El País.

-Hace mucho hincapié en todo el trabajo previo con el viaje y las mesas redondas. ¿Ahí empieza la obra?

-Empieza cuando hicimos foco en hablar de la guerra. Es intentar meterte en la profundidad, evaluar el por qué y construir algo en la cabeza que te va llevando a todos esos procesos de la obra. Y después también cómo uno la carnaliza. En las entrevistas uno intentaba emocionarse lo mínimo, ser lo más ascéptico posible y respetuoso. Pero al regreso en el tren de Ucrania a Cracovia, fuimos a cenar, me serví una copa de vino y rompí a llorar de una manera exagerada. Recién ahí aterricé toda esa emoción de lo vivido, y hay algo ahí que tiene que ver con el espectáculo. Algo de darte cuenta que eso está pasando no es esa cosa de la televisión que todo lo convierte en una serie, en ruido.

-¿Y cómo aterriza eso en una obra de teatro?

-Lo primero que hicimos fue trabajar con los intérpretes sobre los mismos personajes que habíamos entrevistado. Y empezar ellos a iniciar ese camino de dolor, de encuentro, de descubrimiento de esas vivencias. Y eso nos llevó a una trama de tres personajes. Hay un vendedor de municiones que va siguiendo la guerra con su carromato acompañado de una tullida que es como su esclava al que se inserta un fotoperiodista que pisa una mina. Son el victimario, la víctima, y un observador, que somos nosotros, en este caso el teatro o el periodismo. Y eso me lleva a una conclusión: en la guerra no existen las víctimas y los victimarios, no hay buenos, ni malos, eso queda para el cine americano. La guerra se convierte en un cáncer. Y todo pensando para un espectáculo de ficción, que sea interesante, que conmueva y que te ponga en un sitio muy determinado. Es teatro, no periodismo.

-¿A qué huele la guerra?

-Huele a tristeza, a una frialdad permanente, a tierra húmeda. Es durísima. Cuando hicimos el trabajo de investigación en el campamento de refugiados de Lesbos para Moria, se vivía en unas condiciones terribles pero lo que se olía era esperanza, algo de ilusión. Aquí es todo dolor, todo plomizo. Pura desesperanza.

-¿Y eso cómo se transmite en Protocolo de quebranto?

-Eso es de las cosas que mejor hemos conseguido retratar. El mensaje es absolutamente desesperanzador. Y después la sensación de frío en el espectáculo; llueven más de mil litros de agua sobre los actores, y da una sensación de tortura. De buenas y malas entiendes que la situación es incómoda, que es dolorosa.

-¿Qué fue lo que más le interesó de todo este proceso que llevó a Protocolo del quebranto?

-Todo -la experiencia de campo, los encuentros con los especialistas- nos fue dando mucha información, sí, pero también el respeto a los testimonios nos hizo entender que había algo ahí. Que se producía una especie de comunión que te hace responsable de contar todo lo que vivió esta gente. Así terminamos canalizando todo eso en un espectáculo que, el otro día se lo decía a una amiga, siento que tiene cosas que yo no dirigí. Venía con tanto input de lo que había vivido en la guerra que hay cosas que terminaron en el espectáculo que tienen que ver con ese dolor y ese sufrimiento. Y eso se transmite.

-¿Y eso sí lo buscaba?

-Sí, porque lo otro sería edulcorar la guerra, presentarla de una manera absolutamente maniquea. Pero en la dureza, el público no solo siente el impacto, sino que lo procesa después Y eso nos interesaba muchísimo.

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