El deseo de ser actriz apareció a muy temprana edad en Marta Porto (84), pero la familia que la crio le cortó las alas y no le permitió cumplir su vocación. Ella, sin embargo, se las ingenió para estar cerca del arte mientras escuchaba a Roberto Barry y su Comisario de Cerro Mocho en la radio. Trabajó de corbatera, se casó, crio a sus hijos, y el anhelo siguió siempre latente. Apenas se divorció, 35 años atrás, tomó las riendas de su vida y se largó al arte. Fue claque dos décadas, extra en distintas películas y series (entre ellas Porno y helado), y hoy brilla en la tribuna de Ahora Caigo (Canal 4) como partenaire de Gustaf.
No se cansa de dar gracias a Dios por permitirle cumplir su sueño: trabaja con su ídolo y la reconocen por la calle. Está chocha y se le caen las lágrimas cada vez que habla del amor que recibe de la gente.
"Creo que me saco más fotos que Gustaf. El otro día no me dejaban entrar al teatro, hacían cola. Una señora me dijo, 'sos Marta, perdoná que me emocione', y se le cayó una lágrima. No sé qué le represento a la gente, si una abuela o una madre, solo sé que me quieren mucho. Y es hermoso", resume con los ojos vidriosos.
Sus hijos (Hugo de 53 años, y Patricia de 50) y nietos, sin embargo, no están de acuerdo con su exposición. Ninguno la acompaña, salvo su nieto Tiago. De todas formas, la actitud de su familia no la frena: "No lo aceptan pero lo hago igual porque esto es mío. Es un trabajo, pero me da alegría. En los ómnibus no sabés los tumultos que se arman, 'es Marta de Ahora Caigo'", cuenta.
Está donde siempre soñó y se tiene que pellizcar porque jamás lo imaginó. Llegó a lo máximo y vive un presente de película. Su historia es un ejemplo de que nunca es tarde para triunfar en lo que uno ama. La clave está en cultivar la paciencia y animarse. En esta nota, un repaso por la vida de una abuela adorable que va de casting en casting y tiene un único deseo en el tintero: ver a su nieto Tiago recibido de contador.
De cero a cien
Nació en Toledo hace 84 años y nunca conoció a su madre porque falleció de tuberculosis cuando ella era una beba. Su padre, incapaz de cuidarla porque trabajaba mucho, la llevó de familia en familia, con el fin de darle una mejor calidad de vida: "Siempre se preocupó por mí y me iba a ver", asegura.
A los siete años encontró un hogar estable que la acogió hasta que se casó, con 28. Su infancia fue dura. Al coqueteo con el arte, se sumaba el sueño de ser médica. Era alumna destacada en la escuela José H Filgueira, así que en sexto año le ofrecieron una beca para hacer el liceo en la Scuola Italiana, pero la familia que la crio no le permitió aceptarla.
"Me dijeron, 'la mujer se hizo para la casa'. Eso me quedó grabado. Me truncaron la carrera porque la mujer no iba al liceo", relata. Se dedicó a ser corbatera, y aprendió el oficio de observar a las mujeres de la familia coser a máquina. "Me gustaba mucho. Todavía tengo una (máquina) Singer en mi corazón", dice la que donó su colección de corbatas a un grupo de teatro.
A los 28 años se casó, tuvo a su primogénito a los 32 y se jubiló por ley madre. Crio a los niños y se dedicó a la casa hasta que su hija cumplió 15 y decidió iniciar el trámite de divorcio: "Me hizo de todas mi marido", confiesa. Un año después, le salió favorable, y empezó a vivir.
Con una inmensa sensación de libertad, se acercó a Canal 10: "Fui a anotarme para participar de Bien de Bien, y no sé qué me vio (Ricardo) Artola, si la risa o qué, y me dijo, '¿no querés estar de claque?' Yo no sabía ni lo que era. Y empecé ahí con Berugo Carámbula", cuenta.
Luego vino Palabra de un hijo de Buda, con Julio Frade, y estuvo a punto de sumarse a Dale con todo (Canal 10) pero una operación de cadera se lo impidió. Antes, en 1962, había tachado otro sueño: integrar el elenco de Roberto Barry, participando en dos fotonovelas de Cine, Radio, Actualidad.
Tocar el cielo con las manos
En paralelo, estudió teatro en la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA) e hizo un taller con Hugo Blandamuro. Evoca entre risas la vez que interpretó a la dueña de un cabaret: "Fue divino, con la pollerita corta".
Se anotó en distintas agencias impulsada por dos productoras de Saeta, y empezó a hacer castings. Participó, entre otras series, de Iosi el espía arrepentido (Prime Video), donde hizo un escena en una sinagoga: "Ahí hablé y gané más", dice.
Se divirtió mucho con su fugaz aparición como abuela en la primera temporada de Porno y helado, la serie de Martín Piroyansky para Prime Video. La gloria llegó cuando le tocó ser extra en Oliva, película argentina dirigida por Luciano Leyrado: en ese set conoció a Gustaf, y marcó un quiebre en su vida.
"No sé si él me vio algo pero me llamaron para un casting y quedé para Ahora Caigo, hace tres años", cuenta. Esa vez, se acercó al humorista y le pidió para sacarse una foto porque lo admira. Y recuerda un hecho premonitorio: "Hace muchos años, saqué una entrada para un almuerzo y estaba Gustaf. Fui sola, interactué mucho con él, y me dijo, 'Marta, algún día vamos a hacer algo juntos'. Y se dio esto".
El arte como sanación
Marta Porto y la gallina Queca se convirtieron en un clásico del programa de entretenimientos de Canal 4. Desde la tribuna, la actriz agrega un condimento especial en esa interacción con Gustaf y los participantes. Marca la diferencia y lo sabe.
"Estoy siempre a la expectativa, aparece el tercer participante y sé que viene mi actuación. Me dicen que le doy mucho al programa, y me doy cuenta por cómo me quiere la gente: me piden fotos, uno me escribió una poesía y la leyó al aire, otro me regaló una taza", enumera.
Las pocas veces que falta, porque tiene control médico, le dicen que la extrañan. No le gusta ausentarse pero un año atrás no tuvo otra alternativa: sufrió un ACV y debió hacer reposo. Por fortuna, no le quedaron secuelas, y ni siquiera necesitó ir al neurólogo. Está convencida de que su rápida recuperación y su impecable estado de salud se deben a que hace lo que ama: "Esto me hace tanto bien, me alegra la vida. Agradezco a Dios", cierra.
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