Minutos después de ser anunciado como el ganador del certamen, El País conversó este simpático feriante que recibió el reconocimiento como el primer maestro asador del Uruguay
En un país en el que todos nos decimos grandes asadores, desde el miércoles de noche hay alguien que puede alardear de eso: Juan José Etchevarne es el mejor maestro asador del Uruguay. Por lo menos así lo certifica haber ganado la primera edición de Fuego Sagrado, la competencia de, precisamente asadores de La Tele.
Recibió el premio mayor (500.000 pesos) rodeado del afecto de su familia y en un tono de fiesta alentado por los competidores que fueron entregando su cuchillo a lo largo de la temporada. La final fue con Alejandro, un electricista de Young, que perdió por, de acuerdo a los jurados, ínfimos detalles.
Fuego sagrado es un formato internacional de Sony Pictures Television, originalmente titulado Grill Master, que acá fue adaptado por La Tele. Consiste en una sucesión de desafíos de cocina al fuego, en el que se van eliminando competidores. A la emisión del miércoles, que dominó en audiencia, llegaron tres: el podio lo completa Andrea, una repostera de Nuevo París.
Etchevarne es feriante en un puesto que tiene con su familia y que está en las ferias de Tomás Diago y Scosería, los miércoles, Chucarro y Martí (los viernes) y martes y jueves lo encuentra en la de la calle Eduardo Couture en Carrasco. Todo eso lo tuvo que compatibilizar con la exigencia del certamen.
“Iba antes de grabar”, le contó a El País minutos después de ser coronado vencedor. “Me levantaba bastante más temprano, cargábamos el camión con mi hermano y de ahí a la feria. Armaba el puesto con él y me volvía hasta La Baguala”. Allí se grababan los envíos.
Además para los desafíos, Etchevarne tuvo que estudiar y prender el fuego en casa. Fue un año de los exigentes que además lo sobrellevó en plena mudanza.
“Fue una locura”, dice. “Y en casa me puse a practicar fuerte en las últimas semanas porque al principio con toda esa vorágine, era difícil. Agarré los libros y estudié. Aprendí mucho.
—¿Nunca sabían qué plato tenían que hacer?
—Nunca. Recién cuando empezábamos a grabar el capítulo el director nos decía qué iba a pasar ese día. Era una locura porque a uno siempre lo traiciona el la cabeza de decir “si ayer hice esto y hoy hago esto, el programa que viene me tiene que tocar pescado”. Y el programa que viene era pizza. La cabeza siempre te estaba haciendo ese jueguito y era peor. El día que te iba mejor era cuando te olvidabas de algo y decías “bueno ahora mente en blanco”.
—¿Y cuál fue el peor momento?
—El día que no llegué a entregar las tapas españolas. Ese día no podía más: lo que había hecho era una locura y me había quedado en el fuego. Pero eso me dio fuerza para ir a la eliminación y salir muy victorioso. Y después el día del cordero que estaba muy cansado de varios días trabajando, grabando, estudiando. Me había pasado el agua del cansancio y en la zona de eliminación ya no podía más. Estaba realmente agotado y se me notaba en la cara.
—¿Te sentías favorito?
—Siempre me tuve mucha fe y sabía que suelo hacer las cosas muy prolijas y con eso podía llegar a tener un lugar. Pero ese lugar se va construyendo con el tiempo.
—¿Algún plato de los que hacés bien y no tuviste oportunidad de presentarlo?
—Me faltó tiempo pero el pulpo es algo que me encanta hacer, así que me quedó en el debe. Me saqué las ganas cuando hice el parrillero completo y además pude poner pejerrey que me fascina.
—¿Cómo te llevaste con el reconocimiento de la gente todo este tiempo?
—Trabajo en la calle y esas horas de exposición hace que la gente te esté reconociendo todo el tiempo. La buena onda de los clientes y los compañeros ha sido tremenda y un apoyo enorme sobre todo con el tema de esperar cuando eramos uno menos o los pedidos iban más tarde.
Cuando los jurados -Lucía Soria, Aldo Cauteruccio y Federico Desseno- le preguntaron qué iba a hacer con el dinero, Etchevarne no lo dudó: un viaje a Galicia en familia, a buscar las raíces de su madre y de su tía, las dos mujeres que lo acompañaron en su vida. “Soy superfamiliero”, dice y se vuelve a emocionar.