Entrevista
El conductor, filósofo y periodista estrena nuevo ciclo en La Tele, reeencontrándose con algunas de las historias que presentó hace 17 años en "Vidas"
En persona, Facundo Ponce de León es muy parecido a ese muchacho agradable, educado y atento que aparece en televisión. Desde que debutó hace 17 años con Vidas siendo un veinteañero, Ponce de León ha cultivado una imagen amable acompañada por una seriedad profesional que se evidencia en productos televisivos muy llamativos como El origen y De cerca, por nombrar dos ejemplos recientes.
Su figura pública la completa como columnista en el semanario Búsqueda, autor publicado (Autoridad y Poder) y socio de Mueca Films, la productora que tiene con su hermano, Juan. Desde ahí ha producido documentales.
Además, como si el tiempo para él fuera maleable, es doctor en Filosofía por la madrileña Universidad Carlos III y director del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.
Y, sin embargo, en persona nada de eso parece pesarle y por momentos (se percata y se ríe) aún se parece a aquel aprendiz que le insistía a un editor para ir a cubrir la guerra de Afganistán. A veces, aún hoy —cuando habla de, por ejemplo, Vivir, el programa-secuela de aquel Vidas y que La Tele estrena este miércoles a las 22.30- parece no haber perdido ni una pizca de aquella inocencia, de aquel entusiasmo.
Pero también se lo ve más maduro, más reflexivo y de eso, del nuevo proyecto y de por qué este y todos sus programas son políticos, El País charló con Ponce de León.
—Vivir trae de nuevo a la televisión 12 protagonistas de aquel ciclo Vidas y permite ver qué ha sido, y perdóneme la redundancia, de sus vidas en estos 17 años. ¿Cómo ve hoy a aquel conductor que era y el de ahora?
—Aquel de Vidas era ingenuidad pura, inocencia total, precisaba que le explicaran todo de cero. Y eso era una parte cierta y una parte de que ese era el lugar en el que me quería posicionar como periodista: invisible e ignorante; había que explicarme todo. Hoy, 17 años después, para Vivir no me nacía eso, porque estoy más grande y le quiero decir a mi interlocutor que su historia me conmueve por cómo la cuenta, por cómo sacó fuerzas de ella. Eso supuso un cambio de ser más contundente en lo que a mi me pasa, algo que antes no podía hacerlo. Intenté, ahora, pararme en otro lugar.
—En Vivir, por lo menos en el primer capítulo que es muy emotivo, cuando Mirta y Hugo cuentan una historia conmovedora, usted se mantiene fuera de cuadro, sin incidir con un gesto en lo que estamos viendo. ¿Eso fue buscado?
—No largué el moco en la nota, lo contuve, pero todo el equipo técnico estaba llorando. Así que estaba concentrado con ellos dos y el entorno llorando y fue tanta la emoción que inundó el espacio que a nivel técnico se fue el foco, se movió el plano, a la microfonista se le cayó el boom. Justo ese momento -la historia de Brianna- traté de no emocionarme y ellos trataron de no ver lo que me estaba pasando. Y eso es porque creemos que hoy -sin menospeciarlo- cada un minuto alguien llora en televisión por cosas triviales y por eso era como una manera de tener un pudor frente a esas emociones. En Mueca defendemos el valor del pudor. Y es desde ahí que nos metemos en historias de una tristeza y un dolor que uno hasta duda de estar emocionalmente pronto para algo así. Tenemos una relación tan ambivalente con el dolor que sabemos que está en todos lados, pero a la vez lo negamos y a la vez lo exponemos todo el tiempo. Vivir es muy desafiante para nosotros en ese sentido. En cada programa hay una puerta que si la abrís, aparecería el morbo, pero nosotros preferimos no abrirla.
—¿Cómo llegaron a estos 12 reencuentros?
—Vimos en qué andaban, les preguntamos si les gustaría hablar del paso del tiempo, pararse en este lugar y algunos no quisieron. Otros dudaron y entre ellos y los que querían se fue armando este ciclo. Ahí hay algo bastante conceptual: cómo hablar del pasado sin ser nostálgico y sin ser cultura de la cancelación. Y así, cómo se habla del paso del tiempo, de cómo éramos, de lo que nos pasó. Fue tremendo ejercicio eso de mirar y ver que algunas cosas hicimos mal. Vidas en los 2000, era un docureality, me metía en las casas, lo mostraba todo. Increíblemente se lo vendía como un programa sutil y yo, la verdad, no veo tanta sutileza en algunas cosas que hacíamos ahí. Y en este nuevo ciclo, nos permitimos decir las cosas que nos parecen mal de aquello que hicimos. Pero no necesitás haber visto Vidas para entenderlo, porque te vamos llevando de un mundo a otro.
—Estuvo en el centro de una serie de ataques en las redes por algunas de sus columnas en Búsqueda. ¿Cómo lo afectan esas cosas?
—Mi ética como figura pública está en proceso de transformación. Antes sentía que la única manera de construir una ética pública era buscando ofender a la menor cantidad de gente posible. Y eso era el mayor valor que uno podía ofrecer. Así hice Vidas, mis columnas en El País y así empecé en Búsqueda. Y de repente sentí que tenía que decir algunas cosas que me nacían en la panza. Y las empecé a decir con respeto, con argumentos y con altura. Y me empezaron a matar en redes. El parteaguas fue una columna titulada “La caída del relato”, donde decía que el inicio de este gobierno con la pandemia generó una buena noticia para la democracia y es que se cayó aquello que había cosas que solo están de un lado del espectro. Y ahí menciono la cultura y la izquierda. Y después eso lo dijeron muchas autoridades del Frente Amplio y ahí fue darme cuenta de que no puedo agradar a todo el mundo. Y ahí dejé de dar esa pelea. Creo mucho en los buenos modales, en respetar la escritura, y sé en que no podría estar en redes. Esas peleas no son lo mío, no les veo sentido, no me aportan.
—¿Y ese cambio personal se nota en Vivir?
—Sí. De cerca (el programa en el que entrevistó a los últimos candidatos presidenciales) es el último proyecto en el que dije: “miren cómo se puede hacer esto desde un lugar neutro”. Y en cada uno de los programas me salieron a criticar como que operaba para Manini, que le estaba haciendo la cama a Daniel Martínez, que Lacalle Pou, y así con todos. Yo me senté a conversar con los candidatos y la conversación fue esa que viste. Pero se especuló que había otros intereses.
—¿Por qué uno tiende a pensar que una ética bien educada, imparcial y comprensiva es un poco anacrónica?
—Haría una distinción. Anacrónico es escuchar radio a perilla o afeitarse con brocha. Otra cosa es que hay cosas que hay que seguir recuperando que no son anacrónicas. Es una tarea política de primer orden recuperar lógicas que son válidas para hoy y que, por eso, no son anacrónicas.
—En ese sentido, ¿siente que Vivir es un programa necesario?
—Para nosotros en el equipo, seguro que sí. Necesitábamos algo así; darnos tiempo de escuchar historias. Ahora el gran misterio es si esa necesidad se traslada a la gente.
—Y si no, ya cumplió su misión: ustedes necesitaban hacer algo así.
—Tanto es así que la historia del proyecto es una historia de tantos obstáculos (desde lo comercial, desde lo sanitario) e igual lo hicimos. Porque era necesario.