Fenómeno
Netflix puso en su grilla lo nuevo de la serie británica sobre la influencia de la tecnología en nuestra vida.
Es, para dar una idea a espectadores un tanto más veteranos, como una especie de Dimensión desconocida en 5G. Es decir pequeños relatos donde se mezcla lo fantástico, lo ominoso e incluso lo terrorífico aunque, ahora, en estado de alerta conspirativa. A Black Mirror le asusta el mundo hipertecnologizado en que vivimos y lo pinta en leve clave futurista de algo que puede estar pasando dentro de cinco minutos. El futuro no pasó hace rato, como decían los Redonditos de Ricota: está pasando a cada instante.
“Siempre hay una explicación tecnológica para lo que sucede en nuestros episodios”, le dijo a The Guardian, el creador y principal responsable de la serie Charles Brooker. “Eso es lo que nos diferencia de algo como La dimensión desconocida, donde estaba lo sobrenatural, lo extraño o lo inexplicable”. Las ideas que no llegan al programa, bromeó Brooker, “se las vendemos a Samsung”. Sus creaciones tecnológicas son sorprendentes y, sí, podrían funcionar aunque mejor que no.
La serie —aunque no es técnicamente una serie si no la reunión de unitarios con distintos actores y directores y sin ninguna relación entre ellos— la creó Brooker y la estrenó en el canal 4 británico en 2011, con la temporada que se inició con “National Anthem”, el capítulo en que el primer ministro británico era obligado a tener sexo con un cerdo. Fue la primera vez que el mundo oyó de Black Mirror. La fórmula la repitió en 2013 y en 2015 la compró Netflix que encargó dos temporadas de seis episodios. En el último diciembre lanzó una episodio interactivo Black Mirror: Bandersnatch. Este viernes, la plataforma ingresó a su grilla su nueva temporada que se limita a tres episodios.
Desde el comienzo, Black Mirror se convirtió en un éxito crítico y de taquilla, y despertó debates sobre algunas de las cosas que cuenta e, incluso, cómo las cuenta. Hay quienes le ven cierto terrible aire premonitorio y otros elogian la manera en que integra esas nuevas tecnologías en su narrativa.
Es, además, una serie cara que debe construir escenarios para cada episodio (que tienen un aspecto cinematográfico), no puede afianzar estrellas, ni tiene ganchos para mantener al público aferrado a la temporada. El interés del público depende, en gran medida, del boca a boca moderno que son las redes sociales y eso obliga al equipo a mantener el alto impacto. No siempre lo ha conseguido en todo este tiempo, pero cuando lo ha logrado, la respuesta ha sido inmediata.
El primer episodio de esta temporada, “Striking Vipers” habla de la identidad sexual a través de la historia de dos amigos (Anthony Mackie, Halcón en los Avengers, y Yahya Abdul-Mateen II) que se reencuentran para jugar un Street Fighter (aquella maquinita de golpes y patadas voladoras) virtual en el que descubren una atracción mutua que no estaba indicada en el manual de la máquina, ni en las expectativas de su vida. Con eso se permite hablar sobre las nuevas formas de la pareja en tiempos en que la realidad virtual parece más satisfactoria que la vida real.
“Smithereens”, el capítulo del medio, habla sobre las adicciones a las nuevas tecnologías, a partir de un taxista que secuestra a un empleado de una de esas empresas modernas para poder llegar hasta su presidente. Es un drama de secuestro (protagonizado por Andrew Scott, el Moriarty de la serie Sherlock) y es el más liviano de los tres capítulos.
El tercer episodio es el que más expectativa había generado por la presencia de Miley Cyrus. La ex Hanna Montana hace un poco de sí misma (con peluca a lo Kate Perry) como un ídolo adolescente que se va de rumbo a través de una pequeña muñeca aterradora que compra una de sus fans y que, aparentemente, funciona como una amiga virtual y como una Alexa, el asistente doméstico de Amazon. Por alguna razón todo se entrevera y el episodio -que se titula “Rachel, Jack and Ashley Too”- aprovecha para reunir temas como la industria musical, la adolescencia como un público cautivo, y el alcance de la inteligencia artificial. Lo hace con un tono de comedia de enredos divertidos. Los tres episodios tienen su propio tono.
Lo que vuelve a conseguir Black Mirror, en su quinta temporada, es generar la inquietud sobre dónde estamos y hacia donde vamos. Es un alerta disimulado en serie vistosa y estrategia de marketing. Pero vaya si consigue hacerse oir.