ENTREVISTA
La actriz y cantante conversó con El País sobre un año "atípico": el trabajo en Uruguay, la discriminación, el cariño del público y las redes
El estreno de la ópera prima de Gastón Portal, La noche mágica, un thriller psicólógico de humor negro. Después el estreno de Las rojas, western de Matías Lucchessi y coprotagonizado por Mercedes Morán. Después otro estreno, el de la comedia Hoy se arregla el mundo de Ariel Winograd. En el medio una gira por Rusia, el rodaje de la serie Santa Evita y la conducción en Uruguay del programa de televisión Got Talent, sin contar la maternidad, la pareja, todo eso que pasa en la vida aparte del trabajo.
A principios de 2020, el año de Natalia Oreiro parecía una planilla de Excel con cada horario, vuelo y cambio de color de pelo predeterminado. Nada nuevo, porque la vida de la uruguaya más internacional hace rato transcurre entre aviones, países y trabajos en simultáneo. Pero sí. “Era una locura, la verdad”, dice ahora a El País.
Oreiro sabe que el hecho de que todos los planes se hayan alterado le permitió disfrutar al máximo la experiencia de Got Talent. Sabe además, y lo trae a la conversación cada pocos minutos, que es una privilegiada. Que su situación es excepcional, que el lente con el que le toca mirar este año no es el que tiene todo el mundo, y que no quiere frivolizar los impactos de la pandemia del coronavirus por decir que 2020 fue un año especial.
“No sé si encuentro la palabra que abarque todo lo que fue este año”, asegura. “En el medio de tanta incertidumbre, no puedo dejar de reconocer que nos sentimos unos privilegiados. Para mí fue un año atípico porque si bien tenía muchas cosas por hacer y estrenarse, y uno podría llegar a pensar que aparece cierta frustración, fue un año de agradecimiento y de sorpresa”. Eso tiene que ver con dos hitos que la convierten en una de las figuras uruguayas destacadas de 2020 en el plano cultural: el estreno mundial en Netflix de su documental Nasha Natasha, y su vuelta al origen, a su ciudad, para debutar como conductora en Got Talent Uruguay, un éxito instantáneo.
Actriz y cantante, Oreiro había tenido ofertas para probarse en conducción en la televisión argentina, pero siempre entendió que no era lo suyo, que no se había preparado para el rol. Cuando llegó la propuesta de Canal 10 y aunque la respuesta inicial fue la misma, aceptó un poco porque sintió empatía con los participantes que buscaban las mismas oportunidades que alguna vez buscó ella, y otro poco porque era un proyecto uruguayo. “Me sentía más contenida. Es algo difícil de expresar, como una sensación de que lo podía hacer, que mi país me iba a abrazar en ese rol”.
Al final, toda la experiencia fue positiva. Pudo recorrer Uruguay junto a su hijo Atahualpa que se volvió uno más del crew y que además, en un año de aislamiento y angustia, fue una “alegría” para los padres de la conductora. Vivió un aprendizaje constante en el marco de una producción que, asegura, se compara a cualquiera de las “grandes” en las que le tocó estar.
En lo laboral, “fue uno de los momentos donde más me permití ser yo: no estaba actuando, no estaba siendo un personaje. Era yo que me sentía como cuidando a mis pollos y pollas”, comenta. Además, la pandemia la obligó a instalarse de este lado del río y pudo, a pesar de todo, disfrutar.
"Got Talent" y el "orgullo" de reunir a las familias
"Got Talent volvió a reunir a la familia frente a la televisión y a mí me da mucho orgullo formar parte de un proyecto que lo pueda ver mi hijo, que no se lo perdía, o un joven o un abuelo. Es la televisión que yo hice en los noventa y que después se fue perdiendo", dice Oreiro. "Empezaron a existir nuevas plataformas, porque todo va a una velocidad increíble, y hace que eso se desmembre y que cada uno en su burbuja vea lo que quiere en el momento que quiere. Se había perdido un poco esa posibilidad de que todos se volvieran a sentar frente al televisor a celebrar un programa, como los programas que yo miraba en mi infancia y juventud (...) Esa es una televisión que ya no va a voler, mientras qno se encuentren formatos que atraigan a toda la familia".
“Es evidente que Uruguay tiene una frecuencia mucho más tranquila, y si bien estaba trabajando, yo me relajaba un montón. Mirá que yo adoro Argentina y me ha dado todas las oportuniades, pero como que el ritmo —que uno se lo pone— es de estar corriendo atrás de algo, y en Uruguay estábamos más relajados. Yo lo relaciono con el aire, el agua, la personalidad de nosotros, porque a Ricardo (Mollo, su pareja) también le pasaba. Me acompañó un montón”.
Pero de vuelta, la actriz delimita su situación. “Si te digo que estuve en contacto con la realidad cotidiana sería injusta. Tengo el privilegio de trabajar en lugares hermosos y me encontré con un Uruguay superlindo, superlimpio, pero claro: yo veo la parte buena de lo que me toca a mí. Pero sé que eso no es así en todos lados, entonces sería desconocer la otra parte, la parte de la necesidad. Los que trabajamos en los medios de comunicación tenemos una realidad. Pero Uruguay no es eso”.
Uruguay es, como Argentina, dice Oreiro, un país “desigual”, “injusto”, más que un país pobre.
La Navidad, el paraguas y otra forma de discriminar
"Ahora que estamos cerca de Navidad, yo tengo una anécdota que me pasó en la casa de mi abuela en el Cerro, con una vecina. Acabábamos de llegar de España, vivíamos en la cas de mi abuela sobre la calle Ecuador y no teníamos para un arbolito de Navidad; era 24 y yo tenía 8 años. Entonces me fui al galpón en el que solía jugar mucho sola, ese galponcito de puerta verde que se en el documental ("Nasha Natasha"), agarré un paraguas viejo de mi abuelo, lo planté en una maceta y lo empecé a cortar como si fueran flecos, para hacer un pino. Y en ese momento pasa una vecina, tendría 12 años, y me pregunta qué estaba haciendo y yo le dije: 'un arbolito de Navidad'. Entonces ella me dijo algo que no entendí, pero le intuí la energía: 'Aunque el mono se vista de seda, mono se queda'. Y yo que no entendía eso del mono, sí me di cuenta que lo que me estaba diciendo era que eso no era un arbolito. Entonces yo seguí adelante y cuando terminé de cortar me fui casa por casa en el barrio, a pedir si no me regalaban un chirimbolo de su arbolito, para armar mi arbolito. Y obviamente todos los vecinos me regalaron. Y el 24 a la noche puse el arbolito en la esquina del comedor de la casa de mi abuela, y no había nadie que no viera allí un arbolito", cuenta Oreiro. "Eso también fue discriminación; ese es el prejuicio de la gente, de subestimar al otro por sus capacidades, por su condición o su género".
Desde que le contó la anécdota a su hijo Atahualpa, todos los años el arbolito en casa de Oreiro y Mollo es hecho por ellos. El de este año es de cartón y está decorado con los origami que, en su clase, fue haciendo Atahualpa a lo largo del año. Oreiro pausa la llamada un instante para mandar por mensaje la foto del pino verde y colorido que es protagonista de estas fechas.
En una entrevista realizada en noviembre a través de la cuenta de Instagram del Museo Evita, Oreiro dijo: “he sufrido, hace un año o dos años, la discriminación, queriéndome halagar”. Entonces recordó aquel intercambio en el American Bussiness Forum en el que Ignacio González, hoy en El legado, le señaló que no se explicaba cómo “una chica uruguaya, de un barrio común y corriente”, tuviera éxito en lugares tan remotos. Oreiro retrucó con elegancia y ese fragmento fue viral en las redes sociales.
“Soy consciente de que él quiso hacer un halago, porque no creo que nadie quiera ofender al entrevistado, pero me parece que la forma en la que él formuló la pregunta tuvo un dejo de prejuicio y de clasismo hacia conmigo. Quizás si yo hubiera sido hombre, él no me hubiera hecho esa pregunta”, dice Oreiro ahora. “Y yo reconozco que siendo mujer, uruguaya, de un barrio popular y humilde, es más difícil, porque sería ingenua de creer que el lugar donde nacés no te marca las posiiblidades. Por supuesto que tenemos menos oportunidades las personas que nacemos en un lugar con más dificultad, porque justamente el mundo hoy, la Argentina y el Uruguay también, son países desiguales. Ahora, ¿no encontrarle una explicación a eso? Yo me empecé a reír. Nadie es ajeno a la discriminación”.
Ahora que se prepara para volver a Uruguay, donde rodará la serie Iosi, el espía arrepentido, de Daniel Burman y Sebastian Borensztein para Amazon Prime Video, y donde emprenderá la segunda temporada de Got Talent, Oreiro —que en 2021 sí rodará Santa Evita, estrenará todas las películas pendientes y filmará otras— reflexiona y saca conclusiones.
“Yo me siento una persona ordinaria con un trabajo extraordinario, en el sentido de que la gente me reconoce en la calle por lo que hago”, dice cuando le pregunto si todavía se sorprende por las manifestaciones de cariño y simpatía incluso en terrenos hostiles como Twitter. “Creo que la gente te da lo que vos le das. Yo siempre he intentado ser una persona abierta, cercana, agradecida; también tengo mis locuras y rayes, pero trato de tirar buena onda en las cosas que hago, y eso siento que vuelve. Por ahí suena un poco naif, pero para mí no es naif, porque cuando uno tira amor, te vuelve amor”.
Luego, Oreiro linkea esto que le pasa con el último capítulo de Nasha Natasha, la emotiva “Vuelta al origen”, “porque tiene que ver con esa niña que soy aún y que veo reflejada en todas las mujeres que hoy vienen con sus hijos al show y que cuando me conocieron tenían la edad que yo tenía cuando me disfrazaba en el galpón en la casa de mi abuela Hilda. ¿Entonces si me sorprende que me reciban así y me reconozcan? Sí, yo no pierdo la capacidad de asombro; no me acostumbro a eso, pero me lo tomo con naturalidad. Yo tenía 19 años cuando viajé por primera vez a Israel y 20 cuando fui a Rusia, y eso que pensaba que era como un flash, que era una moda, cada vez que volvía se replicaba y continuaba, y eso sigue pasando al día de hoy. Y yo lo tomo como una gran amistad, que por ahí tiene dimensiones un poco diferentes. Es esa sensación de cercanía; yo me metí en la cocina de esa gente que me tiene como una amiga, y hay que hacerse cargo de ese lugar”.
2020 marcó su debut en las redes sociales
Entre lo que hizo Oreiro en 2020 está, también, su estreno en Instagram. “Durante muchos años sentía que no tenía algo para dar, algo para decir desde las redes, porque entendía que las canciones o los personajes que interpretaba eran lo que yo tenía para dar. Y si bien nunca me la di de ‘no quiero hablar de vida privada’, siempre intenté ser muy resguardada (...) Porque yo sentía que cuanto más conozca de vos la gente, cuando te vea en un personaje le va a costar más identificarse con el personaje. Si hago de Gilda y vos decís: ‘Ah, es Natalia Oreiro cantando las canciones de Gilda’, soné, mi trabajo fue un desastre”. Instagram finalmente llegó cuando, por la pandemia, Oreiro se quedó sin trabajos a través de los que comunicar; se abrió un perfil con un video espontáneo y empezó a jugar en un terreno donde hoy es muy activa. Entre risas, además, se acuerda de cuando en la previa a la salida de Nasha Natasha desde Netflix le reclamaron: “¿Cómo no tenés redes sociales? ¿Y cómo vamos a mostrar esto?”.