Un concierto sinfónico que despertó la polémica

Inusual. La Orchestre des Champs-Élysées sorprendió con desnudos en escena

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ALEXANDER LALUZ

La apertura del ciclo principal del Centro Cultural de Música avivó la polémica. Con una propuesta multimedial, la Orchestre des Champs-Élysées abordó dos obras de Héctor Berlioz, provocando el asombro de unos y el disgusto de otros.

El programa tenía dos títulos que se consideran hitos del primer romanticismo del siglo XIX: Sinfonía fantástica, Episodios de la vida de un artista Op. 14 y Lélio, el retorno a la vida Op. 14 bis. A partir del contenido dramático de estas obras, los realizadores Jean-Philippe Clarac y Olivier Deloeuil plantearon un novedoso espectáculo multimedial, en el que incorporaron a la orquesta en una puesta en escena y un video, realizado por Francois-Xavier Vives.

A poco de comenzar la función, la expectativa de muchos mutó en sorpresa, disgusto, pero también satisfacción. El punto de mayor conflicto (o tensión) fue la propuesta escénica, especialmente en la Sinfonía fantástica, que cargó de un dramático erotismo al espectáculo. Los moldes de la recepción "culta" se sacudieron hasta sus fueros más íntimos. ¿Desnudos? ¿Apasionadas insinuaciones? ¿Vestuario llamativo? En fin, ¿qué tenía que ver todo eso con Berlioz, el romanticismo, el siglo XIX o la cumbre de la inspiración musical de occidente? Un escándalo. Quizás algunas de esos cuestionamientos cruzaron el pensamiento de muchos en la noche del jueves. La consecuencia fue muy obvia: para la segunda parte quedaron varias butacas vacías. Pero los que se fueron, quedaron sólo con una parte de la historia, con lo anecdótico de la puesta, y sin el remate necesario que fue Lélio.

El planteo de este espectáculo merece, más allá de la polémica, discutirse desde el plano estético. En la primera parte, durante la interpretación de la sinfonía en la que Berlioz plasmó toda la pasión que le provocó la joven actriz Harriet Smithson, la propuesta osciló entre momentos muy logrados y otros en los que flotó en la indefinición. La escena se dividió en tres grandes planos. La acción que encarnaron el actor argentino Marcial Di Fonzo Bo y las cinco actrices-bailarinas, polarizó la atención y la tensión expresiva. Al fondo, por momentos en un segundo plano, la orquesta con una performance ajustada, muy profesional, aunque sin mayores brillos. Y como una suerte de continuo, que completaba la tensión dramática, pero desde lo estático, las tres pantallas que proyectaban rostros de mujeres (otras visiones de la amada de Berlioz) con mínimos movimientos, gestos, en espacios muy recortados.

Ese "atractor" expresivo central que conformaron los actores rayó por momentos en lo redundante, en lo obvio. En otros, los más logrados, polarizó la atención en nuevos sentidos musicales y dramáticos, que subrayaban la carnalidad, la fuerza de la experiencia alucinatoria del personaje. Esto reclamaba (o exigía) la resolución en Lélio. Y el respiro, la distensión finalmente llegó. Ese monodrama lírico tuvo una interpretación (sobre todo de las voces solistas y el coro), que explotó los momentos más ricos de una obra irregular, construida a partir de fragmentos y obras de Berlioz preexistentes. El resultado llegó así a su equilibrio, y a la necesaria relectura de todo lo que había ocurrido antes, redondeando una propuesta artística de gran calidad.

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