Las instrucciones son diez y dicen esto: “1- Individualmente o en grupo. 2- Ponga su celular en modo avión. 3- Elija un día que le resulte conveniente y caminepor las calles de Ciudad Vieja sin seguir un recorrido establecido. Permítase andar libremente. 4- Agudice sus sentidos, esté plenamente presente en el momento. 5- Cuando se encuentre con uno de los poemas, reduzca la velocidad de su caminar. 6- Tómese un momento para contemplar la poesía, alejándose de los pensamientos y sensaciones anteriores de su caminata libre. Dedique unos minutos adicionales para leerla detenidamente. 7- Sumérjase y permita que cada palabra le envuelva. 8- Reflexione sobre su cuerpo después de la experiencia con la obra. 9- Conéctese con los sentimientos que surjan y guárdelos en su memoria. 10- Continúe su caminata, dejándose llevar por la energía y las impresiones de la experiencia.
Eso hago. Salgo de trabajar y camino por 18 de julio. Atravieso la Plaza Independencia y la puerta de la Ciudadela y, cuando estoy en Sarandí, pongo el teléfono en modo avión. Nunca lo utilizo en ese modo. Nunca, pienso ahora, debajo de un cielo que amenaza con tormentas, no estoy pendiente del celular. Me cuesta la desconexión, pero creo que caminar es un buen ejercicio, un buen método para intentarlo.
Eso hago. Camino por la peatonal. Paso por delante de tiendas y de librerías, de una fuente y de un músico con un violín, de alguien que vende libros, de alguien que vende artesanías. Voy alerta. Sé lo que busco -un poema- pero no dónde encontrarlo. No siempre camino así, sin saber a dónde ir.
Tal vez esta sea una experiencia que se busque -como yo, ahora, que intento encontrar a una poeta en medio de la ciudad- o, tal vez sea una experiencia que suceda sin aviso: puede pasar que un día, por estos días, vayas caminando por Ciudad Vieja y, de pronto, en alguna pared, veas la poesía de Amanda Berenguer. Y puede que no entiendas -¿por qué alguien escribe así, como si fuese un crucigrama, como si no tuviese un orden aparente, como si quisiera romper todas las formas?- o puede que frenes y mires, y leas, y sientas que ahí, en una pared en medio de la ciudad, en medio del ruido y en medio de la rutina, está sucediendo algo singular, algo extraordinario, algo que, quizás, te deje una huella.
“Eso hace la poesía”, dice María Maggiori, artista detrás de la exposición (experiencia) Amanda, que se puede ver en el Centro Cultural de España (CCE) y en algunos lugares de la Ciudad Vieja de Montevideo. “Me gustaba la idea de sacar a Amanda a la calle, y que uno sin esperarlo se encontrara con ella, se detuviera, quizás sin prestar atención (…) Es muy disruptivo. Yo quería traer un poco de otro mundo -el de la poesía de Amanda- al mundo de todos los días. Lo único que hace falta es bajar un poco la velocidad. Acercar un poema a alguien rompe un poco con lo cotidiano. Eso es lo que genera la poesía, te deja una marca”.
Sacar a Amanda Berenguer -uruguaya, poeta- de los libros y extenderla, llenar al CCE con su poesía y aún más, expandirla, hacer que sus palabras impregnen la ciudad.
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Hay un libro de Amanda Berenguer, Composición de lugar, formado por 19 series de tres poemas cada una. Esos poemas surgen -como en muchos casos sucede con su poesía- de la observación de lugares, de caminatas por la playa, de mirar cómo el sol cae sobre el mar, de entender que nunca un atardecer es igual al que vendrá.
En algo así pensaba María cuando se vino desde Argentina a vivir a Uruguay y todas las mañanas, bien temprano, salía a caminar por la playa y miraba cómo estaba el río, cómo se veía el cielo y el paisaje. En algo así pensaba María: nunca un amanecer era igual a otro.
En esas caminatas empezó a registrar, mediante dibujos, esos cambios, esas modificaciones casi imperceptibles del paisaje. Y en eso estaba cuando conoció a Magdalena, se hicieron amigas y la invitó a conocer su casa. Magdalena vivía en el mismo sitio en el que vivió Amanda.
María no sabía quién era Amanda Berenguer y, cuando su amiga le acercó uno de sus libros, sintió una conexión inmediata. Había algo en las maneras de utilizar el espacio en blanco, de construir sus poemas desde la forma, que la interpelaba y, al mismo tiempo, la acercaba a su modo de pensar al arte. Ese día supo que tenía que hacer algo con esa mujer y su poesía.
“Me llamó mucho también el modo de trabajar la poesía, porque ella la trabaja de una manera casi impresionista, sale a ver la poesía directamente a la playa y hace un trabajo muy contemplativo, y muy en sintonía con mi manera de trabajar”.
Leyó sus libros, accedió a su archivo en la Biblioteca Nacional, vio las libretas de anotaciones en las que la poeta escribía, miró de cerca su caligrafía, reunió materiales, se encontró con una mujer que nunca paró de hacer, que fue innovadora en las formas de su poesía, que hizo todo para que llegara a los demás, que buscó la manera de hacer que sus palabras circularan.
La exposición en el CCE tiene diferentes partes, diferentes soportes, diferentes formas. Y quizás ahí está el encuentro: entre la poeta y la artista, entre los poemas y los dibujos, en el conocimiento de una a partir de la mirada de la otra.
En el CCE está la voz de Amanda, está la imagen, está la poesía, está la playa, está la arena, está el tacto, están las palabras, están las sensaciones. Y está la ciudad.
Amanda Berenguer nació en Montevideo en 1921 y empezó a escribir poemas siendo adolescente. Se casó con el escritor José Pedro Díaz y fundaron juntos la imprenta Galatea. Aunque se dice que formó parte de la Generación del 45, ella nunca se sintió parte de una generación. Su búsqueda en el lenguaje y en las formas fue solo suya. Para Amanda todas las palabras del mundo -las malas, las groseras, las feas, las elegantes, las científicas, las médicas- podían ser utilizadas para hacer poesía. Y también todas las cosas del mundo. Sus poemas estaban llenos de su vida y de su experiencia, de lo que veía, de lo que escuchaba, de lo que sentía, de los lugares que habitaba. Murió en 2010.
Hoy, mañana, o cualquier día, sin embargo, se puede salir a caminar por Montevideoy encontrarla. Hay que detenerse, hay que mirarla, hay que prestarle atención, hay que quedarse frente a ella, hay que contemplarla, y después hay que seguir, hay que saber que no todos los días en la ciudad aparece un poema, hay que pensar en eso, en la poesía y en cómo se caminan los días.