Ana María Norbis: de nadar en el río Uruguay a lograr récords olímpicos y ser la mejor del mundo por un día

Nació en Paysandú y empezó a nadar a los 13 años. En los Juegos Olímpicos de México del 68 consiguió establecer dos récords en 100 metros pecho. Tenía 21 años. Regresó a Uruguay y dejó de nadar. Esta es su historia.

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Ana María Norbis, nadadora uruguaya.
foto: Archivo El País

Fue algún día de octubre de 1968. Caía una noche fría en Paysandú cuando Ana María Norbis, nadadora, se subió en la caja de una camioneta acompañada por familiares y personas vinculadas con el Club Remeros y recorrió, desde la entrada de la ciudad hasta la Plaza Artigas, en el centro, seguida de una caravana de autos con gente que quería saludarla: ella, una joven que había empezado a nadar a los 13 años en las aguas del río Uruguay, que tenía una potencia descomunal en las piernas y un estilo de nado definido por esa fuerza, que no quería saber nada con irse de su ciudad y alejarse de los suyos, estaba regresando de losJuegos Olímpicos celebrados en México con un récord olímpico que batió dos veces en un mismo día.

Fue el 18 de octubre, en los 100 metros pecho, una prueba que participaba por primera vez de los Juegos Olímpicos. En la mañana la nadadora uruguaya salió primera en su serie e hizo el mejor tiempo del total de las series, con el que se estableció el récord: un minuto, 17 segundos y cuatro décimas. Por la tarde se realizaron las semifinales, y Norbis mejoró su marca, con un minuto, 16 segundos y siete décimas, marcando un nuevo récord. Al final, quedó en el octavo lugar, pero ese día, Ana María Norbis fue la mejor nadadora del mundo en pecho.

“Me acuerdo de que con mi padre, otras familias del Remeros, dirigentes y gente relacionada nos juntamos en el club para escuchar por radio los resultados de la prueba de Ana, porque no los pasaban por televisión. Me acuerdo muy bien de ese día porque fue muy emocionante”, recuerda Felipe Vidal, entrenador que conoció a Norbis y trabajó junto a ella 16 años.

También recuerda el día de la caravana para recibirla. Él era uno de los que iba junto a Norbis en la camioneta. “Junto con ella íbamos tres o cuatro encargados de las bombas y fuegos artificiales para la celebración. A poco de ingresar a la Avenida República Argentina, el encargado de encenderlas comete un error (...) Salta una chispa y un mecha se enciende. Lo que provocó una cadena de cañitas voladoras encendidas que volaban desde la caja de la camioneta, con un ruido ensordecedor”, escribió el entrenador en su libro Pasión acuática. “Pasado el susto, la fiesta continuó”.

Después de México, del récord y de la fiesta, Norbis dejó de nadar. Tenía 21 años. Dicen que en aquellos años no era sencillo, que no había una piscina cerrada en la que entrenar, que para hacerlo tenía que viajar a Montevideo, irse del país. Dicen que no le gustaba entrenar. Dicen que no quería estar lejos de su familia. Dicen que cuando se tiró al agua en la Alberca Olímpica Francisco Márquez de Ciudad de México ya sabía que iba a dejar de hacer lo que había hecho en los últimos ocho años. Entre todo eso, hay una certeza: hasta hoy, ningún nadador o nadadora del Uruguay ha conseguido lo que ella logró.

Aunque vive en Argentina desde hace varios años y nunca ha hablado con la prensa -ni cuando nadaba ni cuando dejó de hacerlo-, en Paysandú hay quienes todavía la recuerdan, todavía hablan de ella como alguien que dejó una huella, que marcó una época y una forma. Esta es parte de su historia.

Con estilo propio

Nació en Paysandú en 1947 y aprendió a nadar, como muchos otros, en el río Uruguay, bajo la mirada atenta del profesor Wilfredo Raymondo, que había participado como entrenador en los Juegos Olímpicos del 48. En sus primeros años entrenó solo durante el verano, entre octubre y febrero.

Un repaso por su carrera deja en evidencia que, aunque corta, fue sólida, impactante. Un año después de empezar a nadar participó por primera vez en un campeonato Sudamericano, donde logró llegar a la final en 100 metros pecho y mariposa. Poco después clasificó para el Sudamericano de Guayaquil. Allí consiguió dos medallas de plata en las mismas competencias.

A los 18 años consiguió una beca para entrenar en Estados Unidos y estuvo seis meses allí. A su regreso se incorporó a la delegación nacional de natación que entrenaba en elClub Neptuno de Montevideo junto al argentino Alberto Carranza.

En el Sudamericano del 66, en Lima, consiguió la medalla de oro en las mismas disciplinas -100 metros pecho y 100 metros mariposa- y le dio a Uruguay los primeros oros en la historia de esa competencia. En los Panamericanos del 67, logró la medalla de plata en pecho y el bronce en los 200 metros mariposa; un año después, en el Sudamericano de Río de Janeiro, consiguió el oro en los mismos estilos.

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Ana Maria Norbis, nadadora uruguaya.
Foto: Archivo El País

Así llegó Norbis a los Juegos Olímpicos del 68: como la mejor deportista de la delegación nacional. Fue la abanderada en la ceremonia de apertura, consiguió los récords y regresó como si nada de aquello fuese tan importante, tan trascendente.

“Ana María está junto a otros deportistas de Paysandú como una de las figuras más destacadas del deporte a nivel nacional, fue finalista olímpica y batió dos récord olímpicos, logros que la natación nunca más pudo obtener”, dice el periodista Mauro Goldman, autor del libro Scanavino la historia de un campeón, sobre otro de los nadadores más importantes de la historia del Uruguay, también de Paysandú. “Wilfredo Raymondo, su primero entrenador, había llegado a Paysandú en los 40. Dicen que la única vez que lo vieron llorar fue durante una competencia de posta. El equipo de mujeres del Remeros al que dirigía iba perdiendo, y la última en nadar era Ana María. Cuando llegó su turno, le sacó casi media piscina a la que iba primera, y el equipo terminó ganando”, cuenta.

Felipe Vidal, que es cinco años menor que ella, la vio nadar. “Era muy fuerte físicamente, tenía unas piernas muy potentes, una patada increíble, era esbelta, tenía un físico privilegiado, pero siempre se destacó por su estilo, por cómo avanzaba en el agua. Tenía una forma de nadar pecho muy particular”, dice.

Después de dejar la natación, Norbis se dedicó a la enseñanza. Fue allí que Felipe, que había empezado a nadar en el Remeros y se había transformado en profesor, trabajó junto a ella.

“Fue una compañera de trabajo impresionante, tenía un carisma, unos valores, lo que más le gustaba era dar clases a niños preescolares, a niños chiquitos, le gustaba ayudarlos a perder el miedo al agua, se tiraba al agua, estaba con los chiquilines. Era la primera en recibir a los niños cuando llegaban al club. Teníamos un gran equipo de profesores en ese momento, y Ana era un símbolo, para el Remeros, para nosotros mismos, para todos”.

En 1971, con el impulso que había en la natación, se inauguró una piscina cerrada en Paysandú, que otorgó becas a muchísimos niños y niñas de escuelas y colegios de la ciudad. Allí fue que Norbis vio, de entre todos los niños, a Carlos Scanavino y le dio sus primeras clases. Después se convertiría en nadador olímpico y, como ella, marcaría una época de la natación uruguaya.

Fue por aquellos años en los que Norbis era profesora que Santiago Balbis, periodista, la conoció. No sabía nada sobre aquella mujer de cabello corto y un poco rojizo que le enseñaba a nadar, se mantenía seria y a quien todos alrededor respetaban. Siempre recuerda un momento junto a ella. “Me dijo que me tirara del cubo. Subí. Me pareció altísimo, me dio miedo, y bajé. Le dije que no quería tirarme, pero me dijo que me subiera de nuevo, que no era tan alto. Y cuando quise ver, me empujó al agua. Así eran las viejas técnicas. Muchos años después, cuando yo ya trabajaba como periodista y ella seguía en Paysandú dando clases particulares, tuve otro contacto con ella, y la recuerdo como alguien que siempre estaba hablando sobre su deporte, compartiendo sus experiencias, aunque siempre intentaba evitar las entrevistas”.

Aunque no hay nada específico en Paysandú que la nombre o la recuerde, todavía hay personas que la vieron nadar, que la nombran, que la recuerdan. Si Felipe tiene que decir qué representa para la historia de su ciudad, dice esto: “Una ídola. Alguien que, sin quererlo, es un ejemplo muy grande para todos”.

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