RELIGIÓN
La canonización de la primera santa de Uruguay ocurrirá el 15 de mayo de 2022. ¿Cuál fue la obra de esta mujer que amaba a los pobres?
Marietta. Ana María. María Francisca de Jesús. Tres nombres para “una muchacha como tú y como yo”, como la presentó la Hermana Nora. O para “la santa de la puerta de al lado”, como dijo el papa Francisco. Ana María Rubatto, fundadora de las Hermanas Capuchinas, será la primera santa de un país laico el próximo 15 de mayo.
Para ser beatificado es indispensable la realización de un milagro atribuido a la intercesión del venerable. Ana María fue beatificada por Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993 al comprobarse su primer milagro. Este fue la curación de un joven con septicemia en un hospital en Génova en 1939, 35 años después de la muerte de Ana María. “Él ve una religiosa que se le acerca y le pasa la mano. Amanece curado. Cuando ve la imagen de Francisca dice que fue ella”, relató la Hermana Nora, religiosa capuchina que ha trabajado siete años en rastrear las obras y milagros de quien será la primera santa de Uruguay.
Para ser santo se necesita la aprobación de un segundo milagro. La Congregación para las Causas de los Santos requiere que haya sucedido en una fecha posterior a la beatificación. Por intercesión de Ana María, un chico de 14 años del departamento de Colonia, diagnosticado con muerte cerebral como consecuencia de un accidente en moto, sobrevivió sin ningún daño físico.
“Tenía el 20% de probabilidades de sobrevivir. Y si salía vivo, el 90% de tener una secuela. Ocurrió un 25 de marzo y despertó por el 5 de abril del año 2000. En agosto ya hacía vida normal”, relató la Hermana Nora.
Desde el día del accidente, la tía del joven, vinculada al colegio de las hermanas capuchinas, comenzó a rezarle a la madre Francisca, algo que se extendió entre las religiosas. “El milagro está en el poco tiempo que pasó entre el accidente, el diagnóstico con altas probabilidades de muerte, la salida del coma y la ausencia de secuelas”, apuntó la monja. Cinco teólogos lo ratificaron por unanimidad. No se encontró ninguna explicación científica para la cura.
Solo dos milagros son suficientes pero hay muchas más historias y testimonios que fueron derivados al estudio de los técnicos. La Hermana Nora tiene su propio caso. A principios de marzo de 2010, se le diagnosticó cáncer de útero con metástasis en los pulmones y en huesos. El médico le dijo que era “casi imposible” que lograra una remisión a pesar de los tratamientos. Pero esto lo relató 11 años después. “Le recé solo a ella. En septiembre estaba limpia y me conservé limpia. Los pulmones quedaron limpios como los de un niño. Yo tengo la certeza (de que fue un milagro); uno lo siente”, dijo a El País.
O los que ocurrieron durante la pandemia. Un caso fue el de una embarazada que pudo conocer a su bebé semanas después de que ella pudo salir de terapia intensiva. “Me contó sobre ella una enfermera. Recé mañana, tarde y noche. Un día me arrodillo y no me podía levantar. Después me enteré que en ese momento ella había tenido un paro cardíaco. A partir de ahí empieza a salir y se encuentra con su bebé”, relató.
Cualquier proceso de canonización involucra a decenas de personas que dan su testimonio sobre la vida del venerable, su fe, su mensaje y el cumplimiento de las virtudes de justicia, templanza y fortaleza. Este estudio se realizó al mismo tiempo en Montevideo y en Génova. También se analizan los puntos “poco claros”, un extenso trabajo que le tocó resolver a la Hermana Nora.
Vida y obra de Ana María.
Ana María Rubatto no se ordenó religiosa hasta los 40 años y, en realidad, tuvieron que convencerla para dar ese paso. No obstante, se había consagrado a Dios desde muy joven pero, “civilmente”, era una mujer soltera. Incluso, rechazó la propuesta de matrimonio de un escribano profundamente enamorado de ella.
Nació el 14 de febrero de 1844 en Carmagnola, un pueblo italiano con casi mil años de existencia, cuyo lema es “Dad cosas puras al cielo”.
Sus primeros 20 años de vida estuvieron marcados por el sufrimiento: pérdida de padres, hermanos y sobrinos. A esa edad viaja a Turín donde ve el contraste entre la ciudad aristocrática y la ciudad de los pobres y enfermos. Empieza a ayudar a Juan Bosco (santo desde 1934), quien asistía a niños y jóvenes de “malos vicios”, y a José Benito Cottolengo (santo también desde ese año), quien dirigía una casa que albergaba a las personas más abandonadas por la sociedad. “Allí se recogían los desechos de la humanidad: enfermos de sífilis, con malformaciones, trastornos psiquiátricos o síndrome de down. Dejaban a las criaturas en la puerta”, contó la Hermana Nora. Ana María ayudaba a asearlos. También frecuentaba el Hospital San Juan y ayudaba a los pobres con sus propios bienes. Al mismo tiempo, trabajaba como dama de compañía de una viuda de un conde.
A los 40 años, su vida dio un giro. Unas vacaciones en Loano –le gustaba mucho ir a la playa y el mar– terminaron con el ofrecimiento de dirigir una nueva congregación al que se negó durante largo tiempo. Tres profecías de Don Bosco que incluían que moriría en el extranjero le dieron el impulso final. Ana María pasó a llamarse Hermana Francisca de Jesús y a vestir un hábito marrón, un cordón blanco en la cintura y una toca blanca cubierta con un velo negro.
Y pronto llegó el pedido: había que llevar el mensaje de Dios al otro lado del Atlántico. En cinco días se decidió el viaje. El 25 de mayo de 1892 la madre Francisca llegó a Montevideo y, aunque su primera obra era la asistencia de los enfermos en el Hospital Italiano, nadie sabía que iba a empezar a trabajar ahí y le prohibieron la entrada, por lo que se acercó a los pacientes sin permiso.
Luego vinieron las dos casas en el centro (una de ellas es la que se demolió en Minas y Guayabo y que fue donde murió a los 60 años) y una en Belvedere (donde ahora está su santuario) y el Hospital de Minas.
“Esta alma inquieta empieza a recorrer la ciudad y llega a Belvedere. Este es el lugar que fue el amor de sus amores. Esto era un páramo y llega para que los niños y adolescentes tengan educación; no había promoción de la dignidad humana. Ella descubre en Montevideo que había una necesidad social y eclesiástica. Empieza a ir a Paso de la Arena y a la Barra de Santa Lucía y llamaba con una campanilla a todos los que querían aprender. Les llevaba algo para comer y eso implicaba que las hermanas a veces no comieran porque no había para todos”, contó la Hermana Nora.
Y agregó: “Fue una mujer del pueblo. Sus preferidos eran los pobres. No hacía asistencialismo; era una promoción de la persona. Juntó a los chicos para que aprendiesen a leer y a escribir y los valores humanos y cristianos, para que se pudieran defenderse en la vida como gente de bien. Lo hizo de una manera sencilla, sin alardes. Enamoró a la gente por su sencillez y por su gran capacidad de trabajo”.
Ana María o la Madre Francisca de Jesús fundó 11 colegios y 20 casas entre Argentina, Italia y Uruguay. Las Hermanas Capuchinas no han podido superar “ese récord” en un siglo y medio luego de su muerte.
Tras un viaje a la Amazonía brasilera en la que posiblemente contrajo malaria y la desazón por la muerte de varias hermanas en esa zona (las primeras mártires de las Hermanas Capuchinas), Ana María cayó enferma a finales de julio de 1904 y falleció el 6 de agosto por una septicemia provocada por una apendicitis operada en la casa. En su testamento pidió que la enterraran con “sus” pobres, los de Belvedere. Primero fue sepultada en el cementerio de La Teja y luego sus restos fueron colocados en el Santuario Beata María Francisca Rubatto que puede ser visitado todos los días en Carlos María Ramírez 56.
“Todos dicen que en el santuario se experimenta paz. No sé si se van con los problemas resueltos pero salen con una visión distinta. Y yo paso por el santuario, antes de irme a dormir y pienso: ‘Dios mío, ella está acá’”, comentó la Hermana Nora.